21-noviembre-14
La crisis económico-financiera que aflige a gran parte de las economías
mundiales ha creado la posibilidad de que los muy ricos se vuelvan más ricos de
lo que nunca antes han sido en la historia del capitalismo, lógicamente a costa
de la desgracia de países enteros como Grecia, España y otros, y de modo general
de toda la zona del euro, tal vez con una pequeña excepción, Alemania. Ladislau
Dowbor (http://dowbor.org),
profesor de economía de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP)
resumió un estudio del famoso Instituto Federal Suizo de Investigación
Tecnológica (ETH) que compite en credibilidad con las investigaciones del MIT de
Harvard. En este estudio muestra como funciona la red del poder corporativo
mundial, constituida por 737 actores principales que controlan los principales
flujos financieros del mundo, ligados especialmente a los grandes bancos y otras
inmensas corporaciones multinacionales. Para ellos, la crisis actual es una
oportunidad incomparable de realizar el mayor sueño del capital: acumular de
forma cada vez mayor y de manera concentrada.
El capitalismo ha realizado ahora su sueño, posiblemente el último de su ya
larga historia. Ha tocado techo. ¿Y después del techo? Nadie sabe. Pero podemos
imaginar que la respuesta nos vendrá de otros modelos de producción y de consumo
sino de la propia Madre Tierra, de Gaia, que, finita, no soporta más un sueño
infinito. Ella está dando claras señales anticipatorias, que al decir del premio
Nobel de medicina Christian de Duve (véase el libro Polvo Vital: la vida como
imperativo cósmico, 1997) son semejantes a aquellos que antecedieron a las
grandes destrucciones ocurridas en la ya larga historia de la Tierra (3,8 miles
de millones de años). Tenemos que estar atentos pues los eventos extremos que ya
estamos vivenciando apuntan a eventuales catástrofes ecológico-sociales, aun en
nuestra generación.Lo peor de todo es que ni los políticos ni gran parte de la comunidad científica ni la población se están dando cuenta de esa peligrosa realidad. Es tergiversada u ocultada, pues es demasiado antisistémica. Nos obligaría a cambiar, cosa que pocos desean. Bien decía Antonio Donato Nobre en un estudio recientísimo (2014) sobre El futuro climático de la Amazonia: «La agricultura consciente, si supiese lo que la comunidad científica sabe (las grande sequías que vendrán), estaría en las calles con carteles exigiendo al gobierno la protección de las selvas y plantando árboles en su propiedad».
Nos falta un sueño mayor que galvanice a las personas para salvar la vida en el Planeta y garantizar el futuro de la especie humana. Mueren las ideologías. Envejecen las filosofías. Pero los grandes sueños permanecen. Ellos nos guían por medio de nuevas visiones y nos estimulan a gestar nuevas relaciones sociales, con la naturaleza y con la Madre Tierra.
Ahora entendemos la pertinencia de las palabras del cacique piel roja Seattle al gobernador Stevens del Estado de Washington en 1856, cuando éste forzó la venta de las tierras indígenas a los colonizadores europeos. El cacique no entendía por qué se pretendía comprar la tierra. ¿Se puede comprar o vender la brisa, el verdor de las plantas, la limpidez del agua cristalina y el esplendor de los paisajes? Para él la tierra era todo eso, no el suelo como medio de producción.
En este contexto piensa que los pieles rojas comprenderían el por qué de la civilización de los blancos «si supieran cuáles son las esperanzas que transmite a sus hijos e hijas en las largas noches de invierno, cuáles son las visiones de futuro que ofrece para el día de mañana».
¿Cuál es el sueño dominante de nuestro paradigma civilizatorio que colocó el mercado y la mercancía como eje estructurador de toda la vida social? Es la posesión de bienes materiales, la mayor acumulación financiera posible y el disfrute más intenso que podamos de todo lo que la naturaleza y la cultura nos pueden ofrecer hasta la saciedad. Es el triunfo del materialismo refinado que alcanza hasta lo espiritual, hecho de mercancía, con la engañosa literatura de autoayuda, llena de mil fórmulas para ser felices, construida con retazos de psicología, de nueva cosmología, de religión oriental, de mensajes cristianos y de esoterismo. Es pura engañifa para crear la ilusión de una felicidad fácil.
Así y todo, por todas partes surgen grupos portadores de nueva reverencia hacia la Tierra, inauguran comportamientos alternativos, elaboran nuevos sueños de un acuerdo de amistad con la naturaleza y creen que el caos presente no es solo caótico, sino generativo de un nuevo paradigma de civilización que yo llamaría civilización de la religación, sintonizada con la ley más fundamental de la vida y del universo, que es la panrelacionalidad, la sinergia y la complementariedad.
Entonces habremos hecho la gran travesía hacia lo realmente humano, amigo de la vida y abierto al Misterio de todas las cosas. Es el camino a seguir.
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