MI RELACIÓN más fuerte a los descensos en la Luna ha sido el inesperado despertar de un sentimiento patriótico por la Tierra. Tiene sus defectos, claro, pero sale muy bien parada en comparación con la superficie yerma, inanimada y picada de viruela de la Luna, según se ve en la televisión. Por lo que oímos decir de Venus, envuelto eternamente en gases calientes, y de Marte con su gélida capa de dióxido de carbono, estos cuerpos celestes son igualmente inhóspitos.
Por otro lado, la Tierra está hecha a propósito para nosotros. No sólo podemos alardear de las agradables variaciones de la temperatura, sino también de la calidad de nuestra atmósfera. El oxígeno se diluye justamente en la medida necesaria para impedir que nos
excitemos más de la cuenta y lleguemos a consumirnos. Sin embargo, la mezcla es lo bastante fuerte para obrar un efecto estimulante. Es, definitivamente, la mejor atmósfera en el sistema solar. Aun en Sydney, donde está cargada de los detritos de las fábricas y de vapores de petróleo, una que otra brisa del mar nos recuerda que el aire puro ha demostrado tener propiedades muy saludables.
Una prestigiosa característica inherente a la Tierra es la conveniente inclinación de su eje, a la cual se deben los cambios anuales de las estaciones, cambios que nos libran de la monotonía, nos traen la agradable alternación del tenis y el fútbol, de los abrigos y los trajes de baño, de los árboles verdes y los árboles amarillentos.
Somos también muy afortunados con la satisfactoria velocidad con que gira la Tierra. Durante mucho tiempo he sido ferviente defensor del día de 24 horas, que se ajusta admirablemente a nuestros hábitos de trabajo y de descanso. Considérese cuál sería la situación si nuestro planeta girara con la misma rapidez que Saturno, que da una vuelta sobre sí mismo cada diez horas. No bien nos habríamos metido en la cama, cuando ya tendríamos que saltar de ella.
La fuerza de gravedad de la Tierra ha sido objeto de cierto número de críticas. Algunas personas sostienen que es demasiado fuerte y señalan que uno se puede romper la pierna con sólo caer de un metro de altura, pero en contraposición, tenemos la grandísima ventaja de que el viento no se lleva a las casas fácilmente. Creo que, en términos generales, nuestra fuerza de gravedad ha sido una valiosa influencia niveladora.
A veces oímos quejas acerca del clima de la Tierra. Pero aún en el peor de los casos, siempre es preferible a no tener clima. A las personas que se encontraran casualmente en la Luna les sería difícil entablar conversación. Quizá una de ellas pudiera decir: "Los meteoritos están un poco pesados para esta época del año". A esto, seguirá un embarazoso silencio.
Uno de los méritos innegables de nuestro planeta es su probada durabilidad. Si se le presta el debido cuidado, tendremos Tierra para rato, aunque no dejará de causarnos ciertos problemas. En este sentido, me impresionó un comentario que hizo, en una entrevista de la televisión, el coronel William Anders, uno de los astronautas que dieron la vuelta a la Luna en la nave espacial Apolo 8.
Cuando se le preguntó qué había sentido al ver la Tierra desde el espacio extraterrestre, respondió que le habían maravillado sus colores y su pequeñez. Luego, añadió: "Sentí que deberíamos unirnos con nuestros hermanos de todo el mundo para preservar este pequeño, hermoso y frágil planeta".
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