Una defensora de la igualdad de los sexos da sus razones
para demostrar que hace mucho tiempo que la mujer
debía haber conseguido su liberación.
MANIFIESTO FEMINISTA, Condensado de un discurso de LUCY KOMISAR
autora de "El Nuevo Feminismo".
EN CIERTA ocasión un hombre considerado como un gran liberal expresó así su idea acerca del verdadero papel de la mujer: "La educación de la mujer debería estar orientada hacia el hombre: a complacerlo, a serle útil, a cuidarlo y a hacerle la vida agradable. Estos son los deberes que se han de inculcar en las mujeres desde su infancia".
Otro personaje, considerado en cambio, como reaccionario, manifestaba al parecer su acuerdo con el primero cuando decía "el único mundo de la mujer es el de su marido, sus hijos, su familia y su hogar. No nos parece adecuado que intente abrirse camino en los campos reservados al hombre".
El primero de estos personajes fue el libre pensador del siglo XVIII Juan Jacobo Rousseau, y el segundo el fascista del siglo XX Adolfo Hitler. Parece que el único punto en que todos los hombres se ponen de acuerdo, cualquiera que sean sus ideas políticas, es la necesidad de mantener la discriminación sexual que relega a la mujer a un segundo plano social y hace hincapié en no dar a su vida otro objeto que el servicio del hombre.
El "sexismo" es el sistema que divide las actividades de la vida de acuerdo con el sexo, asignando al hombre el gobierno de la sociedad, la industria, la ciencia y el arte, y a la mujer el manejo del hogar, la crianza de los hijos y los pasatiempos frívolos. Incluso cuando trabajan, las mujeres no salen de estas limitaciones, desempeñándose como secretarias encargadas solamente de ordenar el trabajo de sus jefes masculinos, como maestras de párvulos o como aeromozas, cuyo cometido en el avión pareciera ser la propaganda de los encantos femeninos.
Tal sistema es el que intenta destruir el movimiento feminista, ya que, aparte de la distinta función que el hombre y la mujer tienen en la concepción y en el alumbramiento de los hijos, las feministas creemos que no hay en la vida ninguna tarea que deba estar exclusivamente limitada a los hombres o a las mujeres.
Las feministas no nos oponemos a que las mujeres sean amas de casa, pero estamos contra un sistema que establece que lo "natural" y bueno para la mujer, por muy inteligente y capaz que sea, es sacrificar totalmente sus intereses al hogar. Cada mujer es un individuo y tiene una personalidad distintiva. Es tan absurdo suponer que todas son felices con la misma clase de trabajo como lo sería imaginar que a todos los hombres les gusta el oficio de carpintero.
Y sin embargo, se nos educa de esta forma. Todas hemos aprendido que ser emprendedora, lógica, audaz e independiente es ser masculina; y que ser, en cambio, pasiva, irracional, sumisa y tímida -características históricamente asociadas a los pueblos esclavos- es ser femenina.
Y esto, ¿por qué? Sencillamente, porque los hombres han sido quienes han determinado siempre la condición de la mujer. La costumbre de que la esposa tome el nombre del marido se remonta a los tiempos en que las mujeres pasaban a ser propiedad marital. Y hoy todavía la mayor parte de las mujeres casadas pierden su identidad por la de sus maridos. El cambio de nombre es algo más que un símbolo, pues se supone que la esposa ha de plegar sus opiniones a las necesidades de su marido y seguirlo dondequiera que lo lleve su carrera; se estima que debe abandonar sus intereses para hacerse cargo de los hijos.
La tradición de la supremacía masculina es tan vieja como la civilización. Los judíos ortodoxos todavía exclaman en sus plegarias matutinas: "¡Bendito seas, oh, Señor, nuestro Dios, Rey del Universo, porque no me has hecho mujer!" San Pablo declaró que las mujeres habían sido creadas para el hombre y ordenó a las esposas someterse a la voluntad del marido. En las mezquitas musulmanas hay letreros que dicen: "No se permite la entrada a mujeres, perros y otros animales impuros".
En la Italia del siglo XI los escolásticos llegaron a debatir si la mujer tenía o no tenía alma, y el filósofo alemán Schopenhauer declaró que no se debe permitir que las mujeres testifiquen ante los tribunales, puesto que carecen del sentido de la justicia. En la época moderna la misoginia llegó a su colmo con Freud, quien afirmó que el afán de algunas mujeres empeñadas en producir algo más que hijos, no es más que el neurótico deseo de estar dotadas de órgano masculino.
A los niños se les inculca todavía el mito del "sexismo" desde el momento mismo en que aprenden a distinguir el significado de las cintas azules y el de las rosadas. A las niñas se les dan muñecas, cocinitas y escobas de juguete. Los chicos tienen mucho más donde escoger: trenes, coches, trajes de astronautas y equipos de medicina, de química y de deportes. Después de todo, lo que tiene que aprender una niña es a ser esposa y madre, mientras que del niño nunca se sabe qué será de mayor.
El fomento del sistema "sexista" continúa en la escuela. Aunque en los Estados Unidos, por ejemplo, casi la mitad de las mujeres comprendidas entre los 18 y los 65 años trabajan fuera de casa (el porcentaje de los hombres es de un 80% aproximadamente), los libros que leen los niños describen al hombre como el sostén de la familia, y a la mujer como alma del hogar. Hay un libro escolar con figuras de trabajadores que los niños han de asociar con las correspondientes herramientas de su oficio. Entre sus ilustraciones sólo se ve una figura de mujer, y su correspondiente artefacto es un carrito para ir al mercado.
A las alumnas de las escuelas se les exige generalmente el estudio de la economía doméstica y se las excluye del de las artes industriales, con lo que se las priva del estímulo que tal vez las convertiría en buenos ingenieros.
Terminados los estudios, los varones que quieren conseguir trabajo tienen que pasar por pruebas de aptitud, y las jóvenes, en cambio, por pruebas de mecanografía.
Hay otros muchos aspectos de la cultura norteamericana que inculcan en la sociedad la idea del "sexismo".
El sistema "sexista" también perjudica a los hombres, pues engendra estereotipos masculinos tan insensatos como los femeninos. Los hombres aprenden desde la niñez que la masculinidad está ligada a la fuerza y a la violencia. Se tilda de "mariquitas" a los muchachos que evitan las peleas, y se les llama "poco hombres" si no son agresivos. Y más tarde, quiéranlo o no, se ven forzados a mantener a sus familias, a ganar dinero y a triunfar, lo cual trae como resultado que muchos de ellos apenas pueden disfrutar de sus hijos y de la compañía de sus mujeres.
Pero, ¿por qué se ha aceptado durante tanto tiempo la discriminación de la mujer, si tan mala es? Ciertamente no ha sido aceptada, pues tan vieja como la dominación masculina es históricamente la lucha de las mujeres contra ella. En el año 215 a. de J. C. las mujeres romanas hicieron una campaña contra las leyes que limitaban la cantidad de oro que podían poseer y contra las que les prohibían salir de Roma en carruaje a una distancia mayor de una milla fuera de la ciudad. Las ruinas de Pompeya dejan ver, pintados en las paredes, avisos que incitaban a elegir mujeres para el gobierno de la ciudad. En 1847 Charlote Brontë escribió en Jane Eyre que era preciso conceder a las mujeres las mismas oportunidades que a los hombres para desarrollar su intelecto y que no debían ser relegadas a la cocina y a tejer. Y siempre ha sido así.
El ímpetu del movimiento feminista actual tiene diversos orígenes. Son cada vez más las mujeres que, después de haber estudiado para instruirse, se han dado cuenta de que sus cocientes intelectuales tienen menos importancia que su rapidez como mecanógrafas. Por otro lado, los progresos hechos en los Estados Unidos por el movimiento dirigido a obtener la igualdad de los derechos civiles, originó también el deseo de conseguir la igualdad de oportunidades y de que no existiera discriminación en el empleo por razón de sexo. Por último, las mujeres comprendieron que un buen sistema político podía cambiar su situación y empezaron a trabajar en pro de la protección a la infancia y de la igualdad de oportunidades en el trabajo, y a luchar para que se derogaran las leyes que coartan el derecho de la mujer al aborto y al uso de medidas anticonceptivas.
El movimiento feminista ve el porvenir con optimismo. Sabemos que formamos las orgullosas filas de las valerosas mujeres que nos han precedido, y que inevitablemente conseguiremos una completa igualdad. Sabemos, lo mismo que los miles de mujeres que están cada vez de acuerdo con nosotras, que no es "masculino" ser acometedor e independiente, sino que es humano, y que todo individuo necesita conseguir la satisfacción de llegar a realizarse plenamente.
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