miércoles, 14 de noviembre de 2012

PERDURABLE HECHIZO DEL CANTAR DE ROLDÁN. Por W. E. ARMSTRONG


Con sostenida emoción y extraordinaria perspicacia sicológica, este magistral poema convierte un episodio histórico en una epopeya que no ha perdido su lozano vigor con el paso del tiempo.                                                                                                                                                                                                 EL AÑO 778, el emperador Carlomagno, después de su incursión guerrera en España, conducía su ejército de regreso a Francia a través de los Pirineos occidentales. El 15 de agosto una partida de guerrilleros vascos atacó su retaguardia y la aniquiló hasta el último hombre. Entre los muertos figuraba un adalid que se convertiría en el héroe de uno de los más grandes poemas de la civilización occidental : el Cantar de Roldán.
Roldán… En los 800 años trascurridos desde la composición del poema, su nombre ha inflamado la imaginación de los hombres como el prototipo del caballero cristiano militante. Aparece en toda su gloria profana en un resplandeciente ventanal de la catedral de Chartres, semejante a la sota de diamantes en un mazo de cartas del siglo XVI. Lulli, compositor de la corte de Luis XIV, escribió una ópera trágica en su honor. Y en poesía el tema de Roldán es recurrente en obras que trascienden los siglos, desde la literatura renacentista italiana hasta la norteamericana moderna.
    El Cantar de Roldán es el más hermoso de la primera épica feudal, cantada o declamada por grupos de trovadores ambulantes. Los poemas, relatos conocidos con el nombre de chansons de geste (cantares de gesta),  se componían  para solaz de los auditorios medievales, que exigían narraciones vívidas y cargadas de emoción. Sus temas eran invariablemente las guerras, sobre todo entre cristianos y mahometanos, que constituían la principal realidad política de la edad media.
    Como poema épico, el Cantar de Roldán es breve : consta de algo más de 4000 versos, y está escrito en francés antiguo. A diferencia de la mayoría de las obras de su género, conocemos el nombre del autor. Turoldus. Este nombre era muy común en aquellos tiempos, pero no hay duda de que el autor es sólo uno. Todos los demás cantares de gesta medievales son evidentemente hechura de varias manos; en cambio éste posee una unidad de creación que demuestra a todas luces proceder del ingenio de un solo artista.
    Sabemos que Roldán, en la vida real, era duque de la marca de Bretaña, y que la matanza de los Pirineos sucedió efectivamente, pero en su gran mayoría los demás personajes y acontecimientos son obra de la imaginación del poeta. Al comenzar el relato, Marsilio, rey sarraceno que “odia a Dios y sirve a Mahoma”, celebra consejo con sus capitanes para discutir la desastrosa guerra con Carlomagno que ha sojuzgado a casi toda España. Uno de los jefes propone un plan audaz : sobornar a Carlomagno para que abandone el país con suntuosos presentes : 700 camellos, mil azores mudados y 400 mulos cargados con oro y plata. Además, en prenda de buena fe, le entrega 20 rehenes y le harán la promesa  de que Marsilio seguirá al emperador a Francia para abrazar la fe cristiana. Aunque no tiene la menor intención de ir a Francia, el rey aprueba el plan.
   Carlomagno recibe a los emisarios paganos y luego convoca a consejo para deliberar su respuesta. Concurren los principales actores de la narración : Carlomagno, anciano paternal, autoritario ; el conde Roldán, su sobrino, temerario, arrogante, paradigma del joven paladín medieval ; el conde de Oliveros, amigo de toda la vida y compañero de armas de Roldán ; Turpín, el belicoso arzobispo de Reims ; el viejo y sagaz duque Naimón, y por último el padrastro de Roldán : el conde Ganelón, astuto, aunque no cobarde, y tan envidioso de Roldán que trama su muerte.
   Roldán se opone resueltamente a la oferta de Marsilio : el sarraceno no es de fiar. Sin embargo, Ganelón lo contradice y defiende en cambio la integridad de Marsilio. Finalmente Carlomagno decide aceptar y aprueba el consejo de Roldán : que se nombre a Ganelón jefe de la peligrosa misión ante el infiel. El conde, sospechando una treta para enviarlo a la muerte, se vuelve resentido contra su hijastro : “Si Dios me permite regresar”, le grita, “te traeré tal dolor e infortunio que habrán de durarte hasta el fin de tus días”. Así se exponen, con maravillosa destreza dramática, los elementos de la tragedia inminente.
   Marsilio recibe a Ganelón y le pregunta si no se cansará Carlomagno jamás de guerrear contra los sarracenos. Nunca, responde Ganelón, mientras viva y lo aconseje el propio sobrino del emperador, Roldán, belígero y ávido de gloria. El conde le revela entonces su alevoso plan. Cuando los francos estén en marcha, explica, los sarracenos atacarán la retaguardia del ejército en el momento en que éste empiece a franquear el difícil paso de los Pirineos. Garantiza que la retaguardia irá mandada por Roldán y Oliveros. Al enterarse de la muerte de sus dos mejores adalides, Carlomagno, desalentado, saldrá de España para siempre. Marsilio aprueba la asechanza.
   Ganelón informa a Carlomagno que la misión ha tenido éxito : le lleva el tesoro y los rehenes, y le asegura que Marsilio le ha prometido convertirse al cristianismo.    Complacido, el emperador levanta el campamento y se apresta a marchar “al hogar y a la dulce Francia”. Ocultos, 400.000 sarracenos vigilan de cerca las columnas francas.
   En Roncesvalles, * pradera circundante por los Pirineos, el emperador decide hacer  alto para organizar su retaguardia. ¿Quién la mandará? Antes que nadie empiece a hablar, Ganelón arma la trampa. “Mi hijastro Roldán. No tenéis otro varón más valiente que él”. Carlomagno, aunque preocupado y recelando vagamente una traición, ofrece al paladín la mitad del ejército como refuerzo, pero el orgullo hace replicar a Roldán : “Que Dios me maldiga si deshonro a mi estirpe. Me quedaré con veinte mil hombres, ni uno más, y vosotros podréis cruzar sanos y salvos los desfiladeros”.
   Mientras los francos reanudan la marcha, Marsilio prepara a sus sarracenos para la batalla. La retaguardia no puede verlos, pero sí puede escuchar el clamor de sus “mil trompetas”. Oliveros se vuelve, sombrío, hacia Roldán :
   -Pienso, compañero- le dice en la más heroica insinuación del poema-, que acaso tengamos que batallar hoy contra los sarracenos.
   -¡Espero en Dios que así sea! –le responde Roldán, y añade la famosa frase que podría figurar como el lema de la edad media- : Paien unt tort, e Chrestiens unt dreit! (“Los paganos están en el error, y los cristianos en lo justo”).
   Desde la atalaya de un altozano próximo divisa Oliveros la numerosa hueste sarracena : el sol esplende en los yelmos enjoyelados ; los pendones de las lanzas ondulan alegremente al viento. Vuelve al cuartel general e insta a Roldán a que toque su olifante o cuerno de marfil para que, al oírlo Carlomagno, acuda con los francos a auxiliarlo.
   Roldán se niega terminante a considerar siquiera tal recurso. Llamar al emperador daría motivo a Ganelón y a toda Francia para tacharlo de cobarde. Por lo contrario, espolea su caballo y se coloca al frente de sus caballeros, que lo vitorean. En una de las estrofas más conmovedoras, el poeta nos muestra a Roldán “cabalgando por la puerta de España”, alegre y confiado, la estampa misma del honor caballeresco. “Valeroso, va y enarbola su lanza ; noble es su porte… Ríe su rostro animoso”. Momentos después empieza la batalla.
   Para el combate cuerpo a cuerpo, el guerrero medieval necesitaba un buen caballo y una buena espada. El corcel de Roldán era el beréber Veillantif; su espada, una de las más famosas de la historia : Durandarte, cuya vaina guardaba “un diente de San Pedro, unas gotas de la sangre de San Basilio, cabellos de San Dionisio y un trozo del manto de la Virgen María”.
   Los cuatro primeros ataques de los sarracenos son rechazados con terribles pérdidas para los contendientes. Los hombres perecen decapitados, mutilados de los miembros, traspasados por las lanzas. Roldán blandiendo su Durandarte, siembra la destrucción : un mandoble asestado al formidable príncipe pagano Gandoyne “hiende de arriba abajo jinete y montura”. Los sarracenos luchan con el mismo ardor que los cristianos, pues la poesía épica exige que el contrincante sea digno enemigo del héroe. Climborín, sobre su brioso caballo Barbamouche, ensarta a Eginhardo, caballero de Burdeos, como a una salchicha : “de pechos a espalda el astil atravesó y salió”.
   Sin embargo, los sarracenos disponen de reservas inagotables, y después de su quinto asalto sólo quedan en pie 60 caballeros francos. En un momento de calma Roldán contempla a sus compañeros muertos y siente remordimiento por no haber pedido auxilio. Oliveros, que había pronosticado a su jefe una muerte segura, no resiste la muy humana tentación de pronunciar el “te lo dije”. Airado, reconviene a Roldán diciéndole que no se encontrarían en tal aprieto si horas antes hubiera atendido su consejo. Por primera vez en toda una vida de compañerismo, los dos amigos están a punto de llegar a las manos.
   El arzobispo Turpín alivia la tirantez con una observación práctica. Reconoce que todos ellos perecerán en la lid, pero Roldán debe tocar su cuerno, aunque sólo sea para que el emperador retorne, los vengue y –grave cuestión para la Edad de la Fe- les dé cristiana sepultura. Roldán, “con dolor y angustia”, desata el cuerno y emite largas y penetrantes notas hasta que “le brota de la boca la sangre brillante y escarlata”.
   Carlomagno, que ya se ha internado en Gascuña, lo oye, pues el cuerno de Roldán es un potente instrumento y sus notas “se oyen a 30 leguas”. Ganelón ríe desdeñoso y declara que el atolondrado Roldán toca el olifante con cualquier pretexto. Carlomagno se turba, pero vacila.
   Mientras en Roncevalles, los sarracenos vuelven a la carga. Oliveros, apuñalado insidiosamente por la espalda, pide socorro a Roldán. El paladín se abre paso a mandobles y acude a su lado, pero el moribundo Oliveros, cegado por su propia sangre, lo confunde con un adversario, descarga un golpe y hiere a su amigo. Con amables palabras, Roldán se identifica ; en una escena rebosante de nobleza y ternura, ambos amigos se reconcilian.
   Roldán, transido de dolor, mira en torno. Ya solo, trágico en la dignidad de su resignación a la muerte, toca el cuerno una vez más, aunque débilmente. El emperador vuelve a oírlo, y en esta ocasión, a pesar de las protestas de Ganelón, ordena a sus francos volver, mientras 60.000 trompas responden haciendo retemblar las colinas.
   De regreso en el campo de batalla, un sarraceno echa mano de Roldán, pero éste le rompe el cráneo con un golpe del cuerno que se hace pedazos.    Perseguido por el enemigo, el héroe se arrastra hasta un pino solitario. Para impedir que caiga en manos infieles, trata diez veces de estrellar a Durandarte contra una peña de mármol. Pero el acero resiste. Roldán se tiende sobre la espada y el cuerno roto. Y allí, vuelto el rostro hacia los sarracenos y España, “expira con los puños cerrados”.
   Simbólicamente, Roldán no muere a manos paganas, sino por la hemorragia cerebral que le produjo el esfuerzo de tañer el cuerno. También simbólicamente, Durandarte queda intacta para alzarse nuevamente en la interminable guerra entre la cruz y la media luna.
   La segunda mitad del poema nos narra cómo el emperador y sus hombres derrotan y aniquilan a los sarracenos, la muerte de Marsilio, herido en Roncesvalles, y la ejecución del traidor Ganelón, descuartizado por caballos. Los pasajes más conmovedores cantan la victoria del bien sobre el mal en el terrible duelo que Carlomagno sostiene con el emir Baligante, quien ha asumido el mando de los sarracenos.
   ¿ Cómo se explica que, no obstante el paso de los siglos, este poema conserve fuerza para exaltar los corazones ? Los críticos concuerdan en que tal virtud reside en el Cantar mismo, obra deslumbrante y genial, digna de figurar junto a la Iliada, La divina comedia de Dante y El paraíso perdido de Milton. El eminente medievalista Pierre Le Gentil observa : “Como sucede con todas las obras de arte realmente grandiosas, su riqueza es inagotable”. Según Dorothy Sayers, catedrática de la Universidad de Oxford, cuya traducción ganó al poema un amplio público en Inglatera, “el Cantar de Roldán alcanza la mayor estatura de la épica. Es un gran poema sobre un gran  tema”.
   Al cesar los aplausos, el pensamiento se remonta hasta la escena en que Roldán yace tendido bajo un pino solitario de Roncesvalles. Es el personaje más atractivo de la edad media, alegre e impetuoso, sincero y valiente, eternamente joven. Y sin embargo estas cualidades estaban arraigadas en los valores feudales que él encarnaba : el temor de Dios y el amor al terruño ; el acendrado sentimiento del deber ; la valentía a toda prueba y la lealtad absoluta al señor, al súbdito, al amigo y al animal.
   Son los valores de una edad pasada. ¿ Podría la nostalgia de ellos hacer que el cuerno de Roldán, salvando los siglos, y desde un mundo que apenas podemos imaginar, siga resonando claramente en nuestros oídos ?
* En realidad Roncesvalles no fue el lugar preciso de la emboscada que inspiró el poema. El estrecho valle en que murió el Roldán histórico está rodeado de montañas. Pero como el poeta necesitaba para su relato una zona en que pudiesen maniobrar millares de hombres y caballos, cambió el sitio de la batalla a la pradera de Roncesvalles, unos diez kilómetros al sur.

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