Mucho se
habla hoy en día y mucho también se escribe sobre el asunto de investigación y
práctica médicas, una de tantas arenas de combate entre los viejos
antagonistas: ciencia pura y ciencia aplicada.
El debate entre ambos conceptos se remonta a
muchísimos años y lo más probable es que continúe, con mayor vigor aún, en los
días del futuro.
En la tercera centuria, antes de Cristo, Erasístrato (304-250 A. C.) fue hombre
famoso, que se destacó en las investigaciones médicas como en la práctica de la
medicina; uno de los primeros cirujanos en llevar a vías de hecho la
exterminación de tumores.
Vivió y estudió en Alejandría, Egipto, en
aquellos tiempos el dentro intelectual
más famoso del mundo. Gente rica necesitada de los auxilios de clínicos,
cirujanos y otros especialistas, viajaban a largas distancias rumbo a la capital del imperio de
las ciencias.
Erasístrato, anatomista, era hijo de un
médico y había nacido en la isla de Ceos, la misma isla famosa que había sido el lugar
de nacimiento de Hipócrates más de cien años antes. Los historiadores modernos
creen que Ceos fue un centro médico y que gran parte de sus habitantes eran
médicos. En cierto sentido, los oriundos de Ceos pertenecía a una casta de
médicos.
Erasístrato fue enviado por su padre a
Alejandría a estudiar medicina. Su maestro fue Metrodoro, yerno de Aristóteles.
Los originales y brillantes estudios de Erasístrato
sobre anatomía le conquistaron el título de “fundador de la fisiología” y de la
anatomía comparada.
Realizó experimentos innumerables con
animales y con cadáveres humanos. Según una leyenda, llegó hasta tomar presos
condenados a muerte de la cárcel de la ciudad y experimentar con ellos antes de
ser ajusticiados.
Sus experimentos e investigaciones más
fructíferas fueron las que hizo con el cerebro, el sistema nervioso, el sistema
circulatorio y el hígado. Fue mucho más audaz que todos los cirujanos de su
época y no se limitó a operaciones de la
piel y órganos externos. Abrió cavidades abdominales, como en el caso de
extirpación de tumores del hígado.
Como es natural, muchas de sus teorías,
resultaron erróneas. Creyó, por ejemplo, que las arterias estaban llenas de
aire. Si no hubiera insistido en este error (aún en tiempos tan lejanos debió
haberse demostrado que estaba equivocado) tal vez habría llegado hasta
descubrir la circulación de la sangre, cosa que no se hizo hasta muchos siglos
después.
Creyó que el aire entraba en las arterias a
través de los pulmones y se convertía en el “espíritu esencial” que circulaba
por todo el cuerpo.
También creyó Erasístrato que los nervios
eran pequeños tubos llenos de un líquido misterioso.
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