III
LA TERCERA PARTE DE ESTE de este libro nos
ha llevado a interrogar a cristianos. La misma problemática que plantea Humanisme
et Sainteté se revela aquí; tenemos
necesidad de una síntesis de las dos actitudes opuestas ante el silencio de
Dios: y la encontramos objetivamente indicada en el dogma cristiano. Pero esta síntesis debe cobrar vida. En otras
palabras, la cuestión que se plantea el lector al término de la segunda parte
es ésta: el dogma de la Encarnación es hermoso; pero, de hecho, todo sucede
como si ese dogma no fuera más que una fantasía inconsciente. En apariencia
nada ha cambiado en el mundo.
Graham Greene es quizá el testigo más
conmovedor de esta tentación de desesperanza. Sus personajes están tan
abrumados por los sufrimientos que ve, que no tienen bastante esperanza para
creer que el amor de Dios exista verdaderamente. Julien Green y Bernanos han
dicho también hasta qué punto es invisible lo que creemos. La misma fascinación ante el
mundo sensible, los mismos sufrimientos desgarran a los cristianos y a los que
no lo son. Paree incluso – el testimonio de Green y el de Bernanos así lo
demuestran—que, cuanto más cristiano se es, más se sufre en este mundo.
El primer efecto invisible del misterio del
amor encarnado, en quienes tratan de vivirlo, es, pues, aumentar
todavía la paradoja del silencio de Dios. Y tal es, sin duda, la realidad.
Julien Green, una vez convertido, se ve más tentado que nunca en su carne y en
su fe; Bernanos conoce la desesperación íntima de un alma situada ante el
infierno de este siglo. Todo es robado, hasta la muerte de los mártires.
Esto constituye un hecho. Y este hecho no es
accidental: manifiesta una ley
vertiginosa del universo cristiano: el hombre bautizado debe sufrir la
agonía de Jesucristo. La debilidad aparente es la fuerza de Dios.
Si hay una verdad cristiana que resplandezca
en la tercera parte de este volumen, es el lugar
central de las tres virtudes teologales, porque el mundo objetivo de la
redención, tal como se nos ha mostrado al término de la segunda parte, no puede
ser vivido por más que en la fe, la esperanza y la caridad.
Aux quatre
cardinales
Puissant donjon.
Mais aux
théologales
Canne de jonc,
(A las cuatro
cardinales / Potente torreón. / Pero a las teologales, / Bastón de junco).
escribe
Péguy. Las virtudes teologales engendran la alegría a través de la disminución
aparente de todas las alegría humanas. Creer en lo invisible a pesar de todo:
tal es el mensaje de Green: esperar contra toda esperanza, como Abraham: tal es
el mensaje de Graham Greene; amar, es decir, dar su propia alegría, libremente,
para que los otros la tengan: tal es el mensaje de Bernanos.
Las tres virtudes teologales encarnan en
nosotros el mundo del amor divino; injertan en nuestras almas esa humanidad
santificante y viva de Cristo, que es el corazón del mundo. Del mundo objetivo
de la segunda parte pasamos al mundo interior del alma; asistimos a los
desposorios de la humanidad con el Verbo encarnado. Estos desposorios se
celebran en una noche nupcial cuyo lecho es el madero de la Cruz.
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