miércoles, 1 de octubre de 2014

EL SILENCIO DE DIOS / MOELLER (Continuación)

                                   III

   LA TERCERA PARTE DE ESTE de este libro nos ha llevado a interrogar a cristianos. La misma problemática que plantea  Humanisme et Sainteté  se revela aquí; tenemos necesidad de una síntesis de las dos actitudes opuestas ante el silencio de Dios: y la encontramos objetivamente indicada en el dogma cristiano. Pero esta síntesis debe cobrar vida. En otras palabras, la cuestión que se plantea el lector al término de la segunda parte es ésta: el dogma de la Encarnación es hermoso; pero, de hecho, todo sucede como si ese dogma no fuera más que una fantasía inconsciente. En apariencia nada ha cambiado en el mundo.
   Graham Greene es quizá el testigo más conmovedor de esta tentación de desesperanza. Sus personajes están tan abrumados por los sufrimientos que ve, que no tienen bastante esperanza para creer que el amor de Dios exista verdaderamente. Julien Green y Bernanos han dicho también hasta qué punto es  invisible  lo que creemos. La misma fascinación ante el mundo sensible, los mismos sufrimientos desgarran a los cristianos y a los que no lo son. Paree incluso – el testimonio de Green y el de Bernanos así lo demuestran—que, cuanto más cristiano se es, más se sufre en este mundo.
   El primer efecto invisible del misterio del amor encarnado, en quienes tratan de vivirlo, es, pues,  aumentar todavía la paradoja del silencio de Dios. Y tal es, sin duda, la realidad. Julien Green, una vez convertido, se ve más tentado que nunca en su carne y en su fe; Bernanos conoce la desesperación íntima de un alma situada ante el infierno de este siglo. Todo es robado, hasta la muerte de los mártires.
   Esto constituye un hecho. Y este hecho no es accidental: manifiesta una  ley  vertiginosa del universo cristiano: el hombre bautizado debe sufrir la agonía de Jesucristo. La debilidad aparente es la fuerza de Dios.
   Si hay una verdad cristiana que resplandezca en la tercera parte de este volumen, es el lugar central de las tres virtudes teologales, porque el mundo objetivo de la redención, tal como se nos ha mostrado al término de la segunda parte, no puede ser vivido por más que en la fe, la esperanza y la caridad.
                                   Aux quatre cardinales
                                       Puissant donjon.
                                   Mais aux théologales
                                       Canne de jonc,
(A las cuatro cardinales / Potente torreón. / Pero a las teologales, / Bastón de junco).
escribe Péguy. Las virtudes teologales engendran la alegría a través de la disminución aparente de todas las alegría humanas. Creer en lo invisible a pesar de todo: tal es el mensaje de Green: esperar contra toda esperanza, como Abraham: tal es el mensaje de Graham Greene; amar, es decir, dar su propia alegría, libremente, para que los otros la tengan: tal es el mensaje de Bernanos.

   Las tres virtudes teologales encarnan en nosotros el mundo del amor divino; injertan en nuestras almas esa humanidad santificante y viva de Cristo, que es el corazón del mundo. Del mundo objetivo de la segunda parte pasamos al mundo interior del alma; asistimos a los desposorios de la humanidad con el Verbo encarnado. Estos desposorios se celebran en una noche nupcial cuyo lecho es el madero de la Cruz.

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