VI
El Espíritu Santo guía a la Iglesia de
Jesucristo. El resurgimiento bíblico, patrístico y litúrgico a que asistimos,
el movimiento ecuménico que aproxima a los cristianos separados, todo lleva
lentamente al mundo cristiano a la comprensión vivida de la Cruz de Cristo, instrumento
de muerte y trofeo de resurrección. Al mismo tiempo, en aquellos últimos años
del siglo XIX, en que nadie veía aún adónde llevaban las fuerzas prometeicas
desencadenadas sobre el mundo, en que nadie sospechaba la existencia de las
semillas de desesperación que volaban a los cuatro puntos cardinales, Therése
Martin, proféticamente asistida por el Espíritu, asumía místicamente los
dolores de una humanidad desbautizada, desacralizada; ponía las bases de una
espiritualidad que se revela, después de cincuenta años de desconocimiento
sistemático, misteriosamente de acuerdo con las necesidades del hombre
contemporáneo
Los
verdaderos salvadores del mundo sólo son conocidos más tarde, cuando su hora ha
sonado. Ha sido preciso el desencadenamiento del satanismo contemporáneo,
así como el progreso de los estudios teresianos, para descubrir el verdadero
semblante de esa santa, cuya irradiación en el mundo cristiano es ya inmensa y
llegará a serlo más aún.
Este hecho nos invita a penetrar más allá de
las apariencias, “hasta el tabernáculo de Dios”; estas convergencias
inesperadas nos exhortan a tener paciencia, a respetar los caminos misteriosos
de la Providencia. El Espíritu guía a la Iglesia: nos parece sorprender aquí
alguno de los senderos por él seguidos. Así como, en el corazón del siglo XIX,
nadie sabía que Therése Martin estaba entre los “salvadores” del mundo, del
mismo modo, en el corazón de este siglo, existen también testigos de Dios que
toman en serio los “riesgos formidables del bautismo”, que quieren seguir la
única aventura auténtica, la de la santidad. Estos testigos, no los conocemos:
“Está en medio de vosotros Alguien a
quien no conocéis”, decía Juan el Baustista al pueblo de Israel. Aunque no
se presente ningún “Juan Bautista” para mostrar con el dedo a estos salvadores
del mundo, sabemos que existen. Y esperamos la Alegría cristiana.
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