(ESCRIBE MONSEÑOR FULTON SHEEN ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)
Uno de los giros más interesantes que se han
producido en siquiatría es el viraje de
rechazo total de lo culpable hacia una renovada consideración de su realidad.
Hace unos cuantos años lo corriente era decir que la culpabilidad era “resaca”
de un código moral anticuado y que mientras más pronto el hombre diera rienda
suelta a sus instintos primitivos, más pronto se haría normal. Se negaba, por
lo general, responsabilidad por la conducta individual; de aquí la búsqueda
larga de antecedentes maternos, condiciones sociales y costumbres
tradicionales.
La siquiatría europea, por lo general más
avanzada y menos dada a las teorías que la americana, ha rechazado desde hace
tiempo tales postulados que no tienen en cuenta significado, conciencia y
responsabilidad. Surgieron dos reacciones importantes contra el concepto de
no-culpabilidad. La primera de parte de aquellos que pasaron por campos de
concentración nazis y comunistas, como Viktor Frankl, quien encontró ausencia
de significado en el fondo de muchos desórdenes mentales.
Pero de otra parte inesperada surgió una
afirmación de sentido común; de aquellos que habían pasado por instituciones
mentales, que sufrieron desórdenes mentales. Uno de ellos se quedó como
capellán en una institución mental; los otros dos llegaron a ser sicólogos
universitarios eminentes. Uno de estos siquiatras escribió sus conclusiones: “El propósito de
la sicoterapia no es eliminación del conflicto bajando el umbral de la
conciencia, sino la remoción del sentido de enajenación restaurando al paciente
a la comunión con lo bueno, dejándolo así en libertad para alcanzar por sí
mismo su verdadero objetivo en la vida”.
El viejo antagonismo hacia la conciencia
está ahora empezando a desaparecer. Se comprueba esto en la juventud enajenada
moderna, hastiada de su libertad, que persigue más pertinencia, más significado
y más responsabilidad en la vida. El viejo criterio sostenía que una persona se
hacía neurótica por cosas que quería hacer y no se atrevía por algún “tabú. El
punto de vista actual es, como lo expone el Dr. Mowrer, que, “la causan actos
que se han cometido y que se habría querido no cometer”. La teoría del impulso
o de “hacer lo que sea natural” ha producido tal inestabilidad en la sociedad,
entre la generación más joven que según dos siquiatras que me visitaron
recientemente, del quince al veinte por ciento de los jóvenes son emotivamente
inestables.
Sin entrar en la consideración de los
efectos más graves de la siquiatría que niega la culpabilidad de lo que hemos
hecho, sobrevive aún en la sociedad, como resultado de ella, una cantidad
anormal de pesimismo. Nada produce tanto abatimiento como el sentido de
culpabilidad oculto o reprimido. Anticipar la derrota en una aventura, esperar
que llueva cuando proyectamos un paseo al campo, es disfrutar inconscientemente
de un castigo. ¿Por qué? Por causa de la misma culpabilidad que reprimimos o
que se nos ha enseñado a negar.
La diferencia entre personas normales y
neuróticas es que las primeras siempre van en pos de un objetivo, de un
propósito y de una meta, con sentido total de la responsabilidad; las segundas,
en vez de encaminarse hacia lo deseado, se defienden del fracaso señalado con
el dedo fuera de sí mismas.
Impaciencia, espíritu crítico, arrojar todo a las
iglesias, poner en tela de juicio la moralidad y, en general, buscar válvulas de escape, son reacciones
omnipresentes en aquellos de conciencia culpable. Sería interesante hacer un estudio
sicológico de algunos críticos como, por ejemplo, sondear sus conciencias que
lleva tan rápidamente a condenar a otros.
Puede existir, ciertamente, tanta falsa
culpabilidad como culpabilidad real. La culpabilidad falsa que cree que ha de
lavarse las manos y no ha de tocar picaportes porque están llenos de gérmenes
tiene en el fondo, una culpabilidad real.
Las neurosis, como ha indicado el
doctor Stocker, son conflictos entre culpabilidad falsa y culpabilidad real o
división de la mente entre “una intuición correcta y una sugestión falsa”. En
el caso de Lady Macbeth la intuición cierta era que los asesinatos son cosa errónea;
la sugestión falsa, que se lavaba las manos “cada cuarto de hora”. Toda falsa
culpabilidad o “tabú” es sugestión humana opuesta a la voz interior de la
conciencia. Todo neurótico es persona dividida. Mucha verdad hay en las
palabras de uno a quien el Señor curó. Cuando se le preguntó su nombre,
contestó: “Mi nombre es legión, porque somos ‘muchos”. Hay aquí un contraste
entre el singular y plural; entre el “mi” y el “somos”. Su personalidad estaba
rasgada y enajenada. Hoy se admite, por lo general, que no es posible la
curación hasta enfrentar la culpabilidad real; hasta poseerla y rechazarla. En
la refutación del concepto siquiátrico de “echar la culpa a otro cualquiera”
están las esperanzas de nuestra pobre naturaleza humana. No hay goce comparable
al perdón.
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