jueves, 20 de agosto de 2015

EL OPIO DEL PUEBLO / Fulton SHEEN


(ESCRIBE MONSEÑOR FULTON SHEEN ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

   Uno de los giros más interesantes que se han producido en siquiatría es el viraje  de rechazo total de lo culpable hacia una renovada consideración de su realidad. Hace unos cuantos años lo corriente era decir que la culpabilidad era “resaca” de un código moral anticuado y que mientras más pronto el hombre diera rienda suelta a sus instintos primitivos, más pronto se haría normal. Se negaba, por lo general, responsabilidad por la conducta individual; de aquí la búsqueda larga de antecedentes maternos, condiciones sociales y costumbres tradicionales.

   La siquiatría europea, por lo general más avanzada y menos dada a las teorías que la americana, ha rechazado desde hace tiempo tales postulados que no tienen en cuenta significado, conciencia y responsabilidad. Surgieron dos reacciones importantes contra el concepto de no-culpabilidad. La primera de parte de aquellos que pasaron por campos de concentración nazis y comunistas, como Viktor Frankl, quien encontró ausencia de significado en el fondo de muchos desórdenes mentales.

   Pero de otra parte inesperada surgió una afirmación de sentido común; de aquellos que habían pasado por instituciones mentales, que sufrieron desórdenes mentales. Uno de ellos se quedó como capellán en una institución mental; los otros dos llegaron a ser sicólogos universitarios eminentes. Uno de estos siquiatras  escribió sus conclusiones: “El propósito de la sicoterapia no es eliminación del conflicto bajando el umbral de la conciencia, sino la remoción del sentido de enajenación restaurando al paciente a la comunión con lo bueno, dejándolo así en libertad para alcanzar por sí mismo su verdadero objetivo en la vida”.

   El viejo antagonismo hacia la conciencia está ahora empezando a desaparecer. Se comprueba esto en la juventud enajenada moderna, hastiada de su libertad, que persigue más pertinencia, más significado y más responsabilidad en la vida. El viejo criterio sostenía que una persona se hacía neurótica por cosas que quería hacer y no se atrevía por algún “tabú. El punto de vista actual es, como lo expone el Dr. Mowrer, que, “la causan actos que se han cometido y que se habría querido no cometer”. La teoría del impulso o de “hacer lo que sea natural” ha producido tal inestabilidad en la sociedad, entre la generación más joven que según dos siquiatras que me visitaron recientemente, del quince al veinte por ciento de los jóvenes son emotivamente inestables.

   Sin entrar en la consideración de los efectos más graves de la siquiatría que niega la culpabilidad de lo que hemos hecho, sobrevive aún en la sociedad, como resultado de ella, una cantidad anormal de pesimismo. Nada produce tanto abatimiento como el sentido de culpabilidad oculto o reprimido. Anticipar la derrota en una aventura, esperar que llueva cuando proyectamos un paseo al campo, es disfrutar inconscientemente de un castigo. ¿Por qué? Por causa de la misma culpabilidad que reprimimos o que se nos ha enseñado a negar.

   La diferencia entre personas normales y neuróticas es que las primeras siempre van en pos de un objetivo, de un propósito y de una meta, con sentido total de la responsabilidad; las segundas, en vez de encaminarse hacia lo deseado, se defienden del fracaso señalado con el dedo fuera de sí mismas. 

   Impaciencia, espíritu crítico, arrojar todo a las iglesias, poner en tela de juicio la moralidad y, en general,  buscar válvulas de escape, son reacciones omnipresentes en aquellos de conciencia culpable. Sería interesante hacer un estudio sicológico de algunos críticos como, por ejemplo, sondear sus conciencias que lleva tan rápidamente a condenar a otros.

   Puede existir, ciertamente, tanta falsa culpabilidad como culpabilidad real. La culpabilidad falsa que cree que ha de lavarse las manos y no ha de tocar picaportes porque están llenos de gérmenes tiene en el fondo, una culpabilidad real.

   Las neurosis, como ha indicado el doctor Stocker, son conflictos entre culpabilidad falsa y culpabilidad real o división de la mente entre “una intuición correcta y una sugestión falsa”. En el caso de Lady Macbeth la intuición cierta era que los asesinatos son cosa errónea; la sugestión falsa, que se lavaba las manos “cada cuarto de hora”. Toda falsa culpabilidad o “tabú” es sugestión humana opuesta a la voz interior de la conciencia. Todo neurótico es persona dividida. Mucha verdad hay en las palabras de uno a quien el Señor curó. Cuando se le preguntó su nombre, contestó: “Mi nombre es legión, porque somos ‘muchos”. Hay aquí un contraste entre el singular y plural; entre el “mi” y el “somos”. Su personalidad estaba rasgada y enajenada. Hoy se admite, por lo general, que no es posible la curación hasta enfrentar la culpabilidad real; hasta poseerla y rechazarla. En la refutación del concepto siquiátrico de “echar la culpa a otro cualquiera” están las esperanzas de nuestra pobre naturaleza humana. No hay goce comparable al perdón.

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