viernes, 1 de diciembre de 2017

LA LUCHA DE JACOB ES EL ESFUERZO DEL HOMBRE POR ALCANZAR LA GLORIA / Horacio PUCHET




A un costado de la Alameda frente al Palacio de Bellas Artes, un lugar de reunión donde se da cita gente de toda índole: predicadores y profetas, mimos, parejas, vendedores ambulantes y mendigos, destaca el monumento a Beethoven. Es un alto pedestal de base rectangular que ostenta en letras doradas el nombre del genial compositor.



En la fachada, su máscara mortuoria asoma como una lámpara votiva de llama permanente, y en la cima, desafiando al cielo, una estatua de bronce representa el bíblico combate de Jacob con el ángel. El conjunto es imponente como una sinfonía.

La lucha de Jacob es el esfuerzo del hombre por alcanzar la gloria. Anónimo y nocturno esfuerzo, lucha tenaz entre las sombras. “Jacob se quedó solo” refiere el texto bíblico (Gn, 32, 25) poco antes de cruzar un río. En ese momento es atacado por un desconocido, un ángel que no se muestra como tal. Las tinieblas ocultan la identidad del adversario. En medio del combate, el ángel hiere su rodilla, pero él retiene a su atacante hasta la aurora. Con la luz el misterio se revela.

El ángel conoce al fin su nombre: Jacob, que significa ‘suplantador’ o ‘engañador’, y le da un nombre nuevo, porque ha luchado contra Dios y contra los hombres y ha vencido: “Ya no te llamarás Jacob sino Israel: el que lucha con Dios”. Jacob pide a su vez que el Ángel revele su identidad. “¿Por qué quieres saber mi nombre?” pregunta, dando a entender la enormidad de su misterio, y es entonces cuando lo bendice. Y esta bendición será su epifanía. Jacob sabe entonces que ha pasado por la muerte sin morir, que ha visto a Dios cara a cara y que ha sobrevivido. El lugar del encuentro se llamará ahora Penuel: rostro de Dios. Ya puede pasar el vado. Como un hombre nuevo, marcado de forma indeleble, Jacob alcanza la otra orilla.

La vida del hombre es una larga noche, un combate incierto con lo desconocido, y Jacob simboliza al hombre de oración. Un hombre persistente y audaz, armado de una profunda confianza, tal como la historia de la música nos presenta a Beethoven. O en sus propias palabras:

“La música es una revelación más alta que la sabiduría y la filosofía” […] “Sé que en mi arte Dios está más cerca de mí que de los demás. Yo me acerco a Él sin temor, siempre lo he reconocido y comprendido. Por eso la suerte de mi música no me inquieta, ningún mal puede provenir de ella. El que la comprenda se liberará de la miseria que arrastra a los hombres” (Beethoven, Carta a Bettina Arnim, 1810).
3 de octubre del 17.

DE MI ÁLBUM
(Jordanien)









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