sábado, 18 de marzo de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

“LUZ EN EL ALMA”

Señor:

         Quisiera agradecerte esas palabras que inspiraste a Pablo VI, cuando dirigiéndose al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, dijo: “El cristianismo aporta una revolución en el sentido de un cambio en la escala de valores, no en el de una subversión violenta”.

         Es verdad que Tú dijiste que no viniste a traer la paz, sino la espada, la discordia hasta en el seno de la familia. Pero tu revolución no es contra los otros, sino contra lo malo que hay en nuestro interior. Tu violencia no tiende a la subversión de lo ajeno, sino a conmocionar nuestro egocentrismo. Tu espada no es para esgrimirla contra los demás, sino para sajar nuestro desorden.

         Cuando comenzaste a predicar, Señor, tomaste como slogan la palabra metanoia, conversión, cambio de mentalidad. Y no hay revolución mayor que la dirigida contra la jerarquía establecida en el alma. Por eso se puede hablar de lo revolucionario de tu doctrina, porque vino a cambiar la escala de valores de un falso humanismo por la de un humanitarismo divino.

         Sin Ti, Señor, el yo se hace el centro raquítico alrededor del cual gira todo lo demás. Desde que Tú hablaste, “el primer mandamiento es amar a Dios  de todo corazón”, y el segundo, “amar al prójimo como a sí mismo”. Y no hay mayor revolución que colocar a Dios arriba y al otro en nuestro lugar. Ahora sólo falta que revolucionemos la historia con esa revolucionaria jerarquía de valores cristianos.

         Rafael de Andrés


DOM. III DE CUARESMA


Jesús y la samaritana

“Los fariseos se enteraron de que Jesús bautizaba y atraía más discípulos que Juan. El Señor, al saberlo, decidió abandonar la región de Judea y volvió a Galilea. Para eso tenía que pasar por Samaria. Llegó a un pueblo llamado Sicar, en la tierra que el patriarca Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob.

         Jesús, cansado por la caminata, se sentó sin más, al borde del pozo. Era cerca del mediodía. Una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: ‘Dame de beber’.

         En ese momento se habían ido sus discípulos al pueblo a hacer compras. La samaritana le dijo: ‘¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?’

         Jesús le contestó: ‘Si conocieras lo que Dios te quiere dar, y quién es el que te pide de beber, tú misma me pedirías a mí. Y yo te daría agua viva’.

         Ella le dijo: ‘Señor, no tienes con qué sacar agua y este pozo es profundo, ¿dónde vas a conseguir esa agua viva? ¿Eres acaso, más poderoso que nuestro antepasado Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, su familia y sus animales? ‘

Jesús le contestó: ‘El que bebe de esta agua, vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá más a tener sed. Porque el agua que yo daré se hará en él  manantial de agua que brotará para vida eterna’.

La mujer le dijo: ‘Señor, dame de esa agua, para que no sufra más sed, ni tenga que volver aquí a sacarla”…Juan, 4, 5-42


La relación de hostilidad entre judíos y samaritanos se remonta a la división del reino que se produjo después de la muerte de Salomón, cerca del año 720 a. C. Pero el inconveniente político-religioso, poco a poco va siendo zanjado por el respeto y valoración que le hace Jesús a la mujer y por la forma que ella le abre el corazón, para revelar sus más profundas angustias humanas, porque encontró que Él no la condenaba, sino que le brindaba una  amistad sincera y comprensiva. Mediante la conversación del agua, Jesús ofrece una experiencia de conversión, que inicia por una revisión de vida, que sin justificaciones ni recriminaciones, se reconozca el propio pecado.


Cita con la venganza
  
            La escena es descrita por san Juan con abundancia de detalles. Todo es perfectamente natural.

         Mediodía. Hace calor. Después de un largo viaje, Jesús se encuentra realmente cansado. Y tiene realmente sed.

         Llega una mujer. No tiene nada de tonta y, en cuestión de lengua, se encuentra más bien desenvuelta.

         De todos modos, es Jesús el que se encarga de trabar la conversación:
         Dame de beber.

         Es raro. Cristo ha venido a la tierra para traernos la salvación. Más aún, se ha hecho don. Sin embargo, sigue pidiendo algo. Antes de nacer, le pide el “sí” a su madre. Pide un lugar en la posada. A Juan le pide que lo bautice. A Pedro, a Andrés, a los hijos del Zebedeo, a los demás, les pide que le sigan. A Leví un puesto en la mesa. Y luego, un asno para la entrada triunfal en Jerusalén. Una habitación para celebrar la pascua. A los discípulos predilectos les pide una hora de sueño. Y también su último grito en la cruz, tengo sed, es una petición. Después de la resurrección, les pide de comer a los apóstoles. A la samaritana le pide un vaso de agua.

         Se ha hecho realmente “el último”. Por eso, tiene necesidad de todos. Y todos pueden darle algo.

         La mujer está saboreando de antemano el gozo de una venganza, en nombre de todos sus paisanos. Los judíos desprecian a los samaritanos. Éstos les pagan con la misma moneda.

         Ahora un judío tiene necesidad de algo. La samaritana, con malicia, se aprovecha de ello. Sabrá hacer que el don le pese, humillando a aquel peregrino sediento.

         ¿Cómo tú, siendo un judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?

         Y le hubiera gustado añadir: “Si supieses, además, qué tipo de mujer es con la que estás hablando…”

         Desapareció el hombre. Desapareció la mujer. En su lugar quedan el judío y la samaritana, un sustituto que prepara y alimenta la mayor parte de los conflictos que han ensangrentado la historia antigua y la historia nueva. Sobre el hombre se han puesto demasiados timbres y demasiados prejuicios ¡Demasiadas ocupaciones en tierras del hombre! (P. Mazzolari)

         Cuando desparece el hombre para dejar sitio a las clasificaciones y a las discriminaciones animadas por nuestros prejuicios, incluso religiosos, el que paga es siempre Cristo.

         Jesús no se fija en la provocación. No acepta el diálogo en el plano de las puyas. Sigue imperturbable incluso cuando el hombre desahoga su perfidia y su desfachatez. Sabe que, con frecuencia, se trata sólo de una careta que esconde un profundo sufrimiento. Una careta postiza, que “no sirve”.

         Jesús sigue sin responder a la injuria. Se limita a un acento de ironía y a un tono enigmático:

         Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.

         Crees que me haces un regalo; pero en realidad soy yo el que te hago a ti.

         La mujer no está preparada para este giro en la conversación: el solicitante se convierte ahora en donante. Se da cuenta de que es difícil sostener el juego con aquel desconocido. Por lo pronto, le llama “señor”. Pero no se da por vencida. Ha entendido tres cosas:
-      ése se cree alguien;
-      tiene que poseer algún secreto importante;
-      se jacta de poder sacar agua del pozo.

Por eso le da la réplica en los tres puntos:
-      por muy grande que seas, no querrás ser mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo;
-      ¿cuál es tu secreto?
-      no tienes nada en la mano. ¿Dónde están tus medios para sacar agua?

Jesús aprieta los tiempos. “Con un empujón impaciente la sumerge en medio de la verdad”. (F. Mauriac)

     Todo el que beba de esta agua…


     Alessandro Pronzato (Los Evangelios Molestos).

DE MI ÁLBUM


No hay comentarios:

Publicar un comentario