DE: ORACIONES SIGLO XX
“LUZ EN EL ALMA”
Señor:
Quisiera agradecerte esas palabras que inspiraste a Pablo
VI, cuando dirigiéndose al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede,
dijo: “El cristianismo aporta una revolución en el sentido de un cambio en la
escala de valores, no en el de una subversión violenta”.
Es verdad que Tú dijiste que no viniste a traer la paz, sino
la espada, la discordia hasta en el seno de la familia. Pero tu revolución no
es contra los otros, sino contra lo malo que hay en nuestro interior. Tu
violencia no tiende a la subversión de lo ajeno, sino a conmocionar nuestro
egocentrismo. Tu espada no es para esgrimirla contra los demás, sino para sajar
nuestro desorden.
Cuando comenzaste a predicar, Señor, tomaste como slogan la palabra metanoia, conversión, cambio de mentalidad. Y no hay revolución
mayor que la dirigida contra la jerarquía establecida en el alma. Por eso se
puede hablar de lo revolucionario de tu doctrina, porque vino a cambiar la
escala de valores de un falso humanismo por la de un humanitarismo divino.
Sin Ti, Señor, el yo se hace el centro raquítico alrededor
del cual gira todo lo demás. Desde que Tú hablaste, “el primer mandamiento es
amar a Dios de todo corazón”, y el
segundo, “amar al prójimo como a sí mismo”. Y no hay mayor revolución que
colocar a Dios arriba y al otro en nuestro lugar. Ahora sólo falta que
revolucionemos la historia con esa revolucionaria jerarquía de valores
cristianos.
Rafael de Andrés
DOM. III DE CUARESMA
Jesús y la samaritana
“Los fariseos se enteraron de que Jesús
bautizaba y atraía más discípulos que Juan. El Señor, al saberlo, decidió
abandonar la región de Judea y volvió a Galilea. Para eso tenía que pasar por
Samaria. Llegó a un pueblo llamado Sicar, en la tierra que el patriarca Jacob
había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob.
Jesús,
cansado por la caminata, se sentó sin más, al borde del pozo. Era cerca del
mediodía. Una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: ‘Dame de
beber’.
En
ese momento se habían ido sus discípulos al pueblo a hacer compras. La
samaritana le dijo: ‘¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy
una mujer samaritana?’
Jesús
le contestó: ‘Si conocieras lo que Dios te quiere dar, y quién es el que te
pide de beber, tú misma me pedirías a mí. Y yo te daría agua viva’.
Ella
le dijo: ‘Señor, no tienes con qué sacar agua y este pozo es profundo, ¿dónde
vas a conseguir esa agua viva? ¿Eres acaso, más poderoso que nuestro antepasado
Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, su familia y sus animales? ‘
Jesús
le contestó: ‘El que bebe de esta agua, vuelve a tener sed, pero el que beba
del agua que yo le daré, no volverá más a tener sed. Porque el agua que yo daré
se hará en él manantial de agua que
brotará para vida eterna’.
La
mujer le dijo: ‘Señor, dame de esa agua, para que no sufra más sed, ni tenga
que volver aquí a sacarla”…Juan,
4, 5-42
La relación de
hostilidad entre judíos y samaritanos se remonta a la división del reino que se
produjo después de la muerte de Salomón, cerca del año 720 a. C. Pero el
inconveniente político-religioso, poco a poco va siendo zanjado por el respeto
y valoración que le hace Jesús a la mujer y por la forma que ella le abre el
corazón, para revelar sus más profundas angustias humanas, porque encontró que
Él no la condenaba, sino que le brindaba una
amistad sincera y comprensiva. Mediante la conversación del agua, Jesús
ofrece una experiencia de conversión, que inicia por una revisión de vida, que
sin justificaciones ni recriminaciones, se reconozca el propio pecado.
Cita
con la venganza
La escena es descrita por san Juan con abundancia de
detalles. Todo es perfectamente natural.
Mediodía. Hace calor. Después de un largo viaje, Jesús se
encuentra realmente cansado. Y tiene realmente sed.
Llega una mujer. No tiene nada de tonta y, en cuestión de
lengua, se encuentra más bien desenvuelta.
De todos modos, es Jesús el que se encarga de trabar la
conversación:
Dame de beber.
Es raro. Cristo ha venido a la tierra para traernos la
salvación. Más aún, se ha hecho don. Sin embargo, sigue pidiendo algo. Antes de
nacer, le pide el “sí” a su madre. Pide un lugar en la posada. A Juan le pide
que lo bautice. A Pedro, a Andrés, a los hijos del Zebedeo, a los demás, les
pide que le sigan. A Leví un puesto en la mesa. Y luego, un asno para la
entrada triunfal en Jerusalén. Una habitación para celebrar la pascua. A los
discípulos predilectos les pide una hora de sueño. Y también su último grito en
la cruz, tengo sed, es una petición. Después de la resurrección, les pide de
comer a los apóstoles. A la samaritana le pide un vaso de agua.
Se ha hecho realmente “el último”. Por eso, tiene necesidad
de todos. Y todos pueden darle algo.
La mujer está saboreando de antemano el gozo de una
venganza, en nombre de todos sus paisanos. Los judíos desprecian a los
samaritanos. Éstos les pagan con la misma moneda.
Ahora un judío tiene necesidad de algo. La samaritana, con
malicia, se aprovecha de ello. Sabrá hacer que el don le pese, humillando a
aquel peregrino sediento.
¿Cómo tú, siendo un judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?
Y le hubiera gustado añadir: “Si supieses, además, qué tipo
de mujer es con la que estás hablando…”
Desapareció el hombre. Desapareció la mujer. En su lugar
quedan el judío y la samaritana, un
sustituto que prepara y alimenta la mayor parte de los conflictos que han
ensangrentado la historia antigua y la historia nueva. Sobre el hombre se han puesto demasiados timbres
y demasiados prejuicios ¡Demasiadas ocupaciones en tierras del hombre! (P.
Mazzolari)
Cuando desparece el hombre para dejar sitio a las
clasificaciones y a las discriminaciones animadas por nuestros prejuicios,
incluso religiosos, el que paga es siempre Cristo.
Jesús no se fija en la provocación. No acepta el diálogo en
el plano de las puyas. Sigue imperturbable incluso cuando el hombre desahoga su
perfidia y su desfachatez. Sabe que, con frecuencia, se trata sólo de una
careta que esconde un profundo sufrimiento. Una careta postiza, que “no sirve”.
Jesús sigue sin responder a la injuria. Se limita a un
acento de ironía y a un tono enigmático:
Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice:
“Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.
Crees que me haces un regalo; pero en realidad soy yo el que
te hago a ti.
La mujer no está preparada para este giro en la
conversación: el solicitante se convierte ahora en donante. Se da cuenta de que
es difícil sostener el juego con aquel desconocido. Por lo pronto, le llama
“señor”. Pero no se da por vencida. Ha entendido tres cosas:
- ése se cree alguien;
- tiene que poseer algún secreto importante;
- se jacta de poder sacar agua del pozo.
Por
eso le da la réplica en los tres puntos:
- por muy grande que seas, no querrás ser mayor que nuestro
padre Jacob, que nos dio este pozo;
- ¿cuál es tu secreto?
- no tienes nada en la mano. ¿Dónde están tus medios para
sacar agua?
Jesús
aprieta los tiempos. “Con un empujón impaciente la sumerge en medio de la
verdad”. (F. Mauriac)
Todo el que beba de esta agua…
Alessandro Pronzato (Los Evangelios
Molestos).
DE MI ÁLBUM
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