¡ QUÉ BELLAS son
las obras del que crea y con qué esplendidez desvelan lo más íntimo de su ser !
Cuando un pintor
pinta un cuadro acontece por fuera algo así como lo que ocurre en el secreto
fondo del ojo y cuando éste mira. No es, como pensaban los filósofos antiguos y
se ha venido repitiendo a menudo desde entonces, que ese pintor tenga en su
cabeza un pequeño modelo y lo reproduzca cubriendo de formas y colores un
bastidor de lienzo mientras reflexiona sin cesar en si lo está o no copiando
exactamente. Lo que sucede es más bien que al comienzo no tiene en su interior
sino una semilla solamente, la cual él se va cuidando de que nunca llegue a
desarrollarse del todo allá dentro, a convertírsele ya en su interior en el
cuadro completo ( cosa ésta que podría hacer con facilidad y hasta en sus
menores detalles), pues en tal caso realizaría la obra anticipadamente y
después no lograría sino ocuparse en una aburrida reproducción… si aún le
quedaran ganas de realizar tan cansada labor de copia. Lejos de ello, su
pintura le va saliendo de las manos como criatura reciente, joven, y su mirar,
entre asombrado y conmovido, transmite a su interior lo que afuera está
sucediendo. De vez en cuando, pues, el pintor retrocederá unos pasos para
contemplar su obra con ojo crítico. En realidad el ojo no puede pintar ; pero
no es inconcebible que pudiese. El proyector cinematográfico es buen ejemplo de
cómo una luz pasando a través de un medio que se ha fijado y hecho transparente
de antemano, puede brillar de manera que el negativo parezca positivo. Por lo
demás, no obstante, en este ejemplo no se trata más que de un simple reflejo,
sin ningún ingrediente creador… El ojo no puede hacerlo así : puede ver
cuadros, pero no producirlos. Su refulgir es oscuro y sin relieve. Por eso, al
pintar, el ojo se une indisolublemente a la mano, que es ciega para los
colores. Y lo que de aquí resulta no son radiaciones (proyección), sino un
sacar algo, un alumbramiento (producción). El ojo se pone animosamente en la
mano y lo que recibe el ser no consiste
ni en un reflejo del mundo ni en un reflejo de la interioridad ; es más bien
una imagen. Sólo que ahora el sitio en que esta imagen se forma no es la
retina, sino el lienzo. La acción de pintar es casi como si el pintor exteriorizara
su retina e hiciese así de su imagen un objeto público sacándola al exterior
del mundo visible.
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