martes, 17 de junio de 2014

ÁNGELES Y DEMONIOS / Dan BROWN (Resumen)

(El camarlengo habló a la cámara)
-Para los Iluminati y para los científicos, déjenme decir esto. Han ganado la guerra.
-Los engranajes han estado en movimiento durante mucho tiempo. La ciencia es el nuevo Dios.
-La medicina, las comunicaciones electrónicas, los viajes espaciales, la manipulación genética…. Los milagros de los que ahora hablamos a nuestros hijos. Son los milagros que anunciamos como prueba  de que la ciencia nos proporcionará respuestas. Las viejas historias de inmaculadas concepciones, zarzas ardientes y mares que se separan carecen  ya de toda importancia. Dios se ha convertido en algo obsoleto. La ciencia ha ganado la batalla. Nos rendimos.

-Pero la victoria de la ciencia ha tenido un precio para todos nosotros. Un precio muy alto.

-Es posible que la ciencia haya aliviado las desdichas de la enfermedad y el trabajo extenuante, y creado toda una serie de aparatos destinados a divertirnos y aumentar nuestra comodidad, pero nos ha dejado en un mundo sin prodigios. Nuestras puestas de sol se han reducido a longitudes de onda y frecuencias. Las complejidades del universo han sido destripadas en ecuaciones matemáticas. Hasta nuestra valoración como seres humanos ha sido destruida. La ciencia afirma que el planeta Tierra y sus habitantes  son puntos sin importancia en el gran esquema de las cosas. Un accidente cósmico. Hasta la tecnología que promete unirnos  nos divide. Cada uno de nosotros puede estar conectado electrónicamente con el resto del globo, pero nos sentimos totalmente solos. Nos bombardean la violencia, la división, la fractura  la traición. El escepticismo se ha convertido en una virtud. El cinismo y la exigencia de pruebas han devenido en pensamiento esclarecido. ¿Acaso sorprende que los humanos se sientan ahora más deprimidos  y derrotados  que en cualquier momento de la historia de la humanidad? ¿Defiende la ciencia algo sagrado? La ciencia busca respuestas en fetos nonatos. Hasta presume de manipular nuestro ADN. Desmonta el mundo de Dios en piezas cada vez más pequeñas, en busca de un significado… y sólo encuentran más preguntas.

-La vieja guerra  entre ciencia y religión ha terminado. Han ganado. Pero no han ganado justamente. No han ganado proporcionando respuestas. Han ganado convenciendo a nuestra sociedad de que verdades antes consideradas como inmutables ahora parecen inaplicables. La religión no puede mantenerse a la altura. El crecimiento de la ciencia es geométrico. Se alimenta de sí mismo como un virus. Cada nuevo descubrimiento abre las puertas de un nuevo descubrimiento. La humanidad necesitó miles de años para progresar  desde la rueda al coche. No obstante, sólo transcurrieron décadas desde el coche hasta la nave espacial. Ahora, medimos el progreso científico en semanas. Estamos girando sin control. El abismo entre nosotros se ensancha cada día más, y la religión queda abandonada, la gente está sumida en un vacío espiritual. Pedimos a gritos  respuestas. Lo digo en un sentido literal, créanme. Vemos ovnis, nos dedicamos a zapear, nos ponemos en contacto con espíritus, experiencias extrasensoriales, búsquedas mentales… Todas esas ideas excéntricas poseen un barniz científico, pero son desvergonzadamente irracionales. Constituyen el grito desesperado del alma moderna, solitaria y atormentada, tullida por su esclarecimiento y su incapacidad de aceptar significado en nada que no esté relacionado con la tecnología.

-La ciencia nos salvará, dicen ustedes. Yo digo que la ciencia nos ha destruido. Desde los tiempos de Galileo, la Iglesia ha intentado aminorar la velocidad de la marcha inexorable de la ciencia, a veces con medios descarriados, pero siempre con buenas intenciones. Aún así, las tentaciones son demasiado grandes para que los hombres opongan resistencia. Miren a su alrededor. No se han cumplido las promesas de la ciencia. Las promesas de eficacia y sencillez  no han traído más que contaminación y caos. Somos una especie fracturada y frenética… que avanza por el sendero de la destrucción.

-¿Quién es este Dios de la ciencia? ¿Quién es el Dios que ofrece a su pueblo poder, pero no un marco moral para utilizar  este poder? ¿Qué clase de Dios da fuego a un niño, pero no lo advierte de los peligros que conlleva? El idioma de la ciencia carece de indicadores del bien o el mal. Hay tratados científicos que enseñan a crear  una reacción nuclear, pero no contienen ningún capítulo en que se pregunte si es una idea buena o mala.
“Digo esto a la ciencia y a los científicos. La Iglesia está cansada. Estamos hartos de intentar de ser sus guías. Nuestros recursos se están agotando, por culpa de la publicidad que dice que ustedes  son la voz del equilibrio, mientras continúan su ciega carrera en pos de chips cada vez más pequeños y  beneficios cada vez más grandes. No preguntamos por qué no ejercen el más mínimo autocontrol, porque se  trata de una tarea imposible. Su mundo se mueve con tal celeridad que, si se detienen siquiera un instante para meditar  en las implicaciones de sus actos, alguien más eficiente les borrará de un plumazo. En consecuencia, siguen adelante. Construyen armas de destrucción masiva sin conocimiento, pero es el Papa quien viaja por el mundo para aconsejar prudencia a sus líderes. Clonan seres vivos, pero es la Iglesia quien nos recuerda que pensemos en las implicaciones morales de nuestros actos. Animan a la gente a comunicarse mediante teléfonos, pantallas de vídeo y ordenadores, pero es la Iglesia quien abre sus puertas y nos recerca que hemos de comunicarnos en persona, como debe ser. Hasta asesinan niños nonatos en nombre de la investigación que salvará vidas. Una vez más, es la Iglesia la que denuncia la falacia de este razonamiento.
“Y mientras tanto, proclaman la ignorancia de la Iglesia. Pero ¿quién es más ignorante, el hombre incapaz de definir el relámpago, o el hombre que no respeta su asombroso poder? La Iglesia intenta tenderles la mano. A todo el mundo. Pero cuanto más nos esforzamos, más nos rechazan. Muéstrennos la prueba  de que Dios existe, dicen. ¡Usen sus telescopios para explorar el universo, y explíquenme cómo es posible que Dios no exista, digo yo! Preguntan cuál es el aspecto de Dios. ¿De dónde sale esta pregunta, digo yo?  La respuesta es la misma. ¿Es que no ven a Dios e su ciencia? ¿Cómo es posible tanta ceguera? Proclaman que hasta el ínfimo cambio de la gravedad, o el peso de un átomo, bastaría para haber convertido nuestro universo en una sopa carente de vida, en lugar de nuestro magnífico mar de cuerpos celestiales, ¿y aún no ven  la mano de Dios en esto? ¿En verdad es mucho más fácil creer que elegimos la carta correcta en una baraja de miles de millones? ¿La bancarrota espiritual es tan absoluta que preferimos creer en una imposibilidad matemática antes que  en un poder más grande que nosotros?
“Crean o no en Dios, tienen que creer en esto. Cuando, como especie,  abandonamos nuestra confianza en un poder mayor que nosotros, abandonamos nuestro sentido de la responsabilidad. La fe, todas las fes…,  son advertencias de que existe algo que no podemos comprender, algo de lo que  somos responsables… Con fe, somos responsables los unos de los otros, de nosotros mismos, y de una verdad más elevada. La religión tiene sus defectos, pero sólo porque el hombre tiene defectos. Si el mundo exterior pudiera ver esta Iglesia como nosotros, más allá de sus rituales, vería un milagro moderno, una hermandad de almas imperfectas y sencillas que sólo aspira a ser una voz compasiva en un mundo que gira fuera de control.

(El camarlengo señaló el Colegio Cardenalicio, y la cámara de la BBC le siguió instintivamente)

-¿Estamos obsoletos? ¿Son dinosaurios estos hombres? ¿Lo soy yo? ¿De veras necesita el mundo una voz para los pobres, los débiles, los oprimidos, los niños nonatos? ¿De veras necesitamos almas como las de quienes, aunque imperfectos, dedican sus vidas a implorarnos que respetemos los principios morales, para no descarriarnos?

Págs. 415-419. 

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