Su poesía de la Eternidad es, ante todo, por contraste: es la miltoniana poesía de la nostalgia del paraíso. Gran poesía, pero no la poesía total.
En la poesía nocturna, mas de noche sin
estrellas ni luna.
Poesía del dolor de cementerio lunar sin
cruz, y por eso mismo, no poesía del Tabor.
Poesía del destierro, no poesía de la patria
del cielo.
Poesía de la pena, mas no de la redención.
Poesía catártica, mas no poesía de la
exultación en la transfiguración.
Mas, si poesía parcial, muy honda, y, por
eso mismo, por contraste, hace presentir la poesía total de la verdadera
eternidad.
Juego no sólo del tiempo y de la
eternidad, sino juego de tiempo y de
eternidad: esa poesía actualísima. Y éste el profundo sentido de la
concepción poética de Kafka. Parte, en efecto, de ese subrrealismo de lo
ínfimo, de lo que disminuye y empequeñece al hombre mismo, hasta convertirlo en
gusano, para llevarlo aún más allá de la poesía: donde mueren las palabras y
comienza el éxtasis, efecto de altísima poesía desde el punto de vista del que
la escucha. Pero, para eso, su poesía comenzó por ser verdadera poesía (desde
el punto de vista del creador): “éxtasis acabado en palabras”.
Buscad sólo el misterioso y casi incaptable
argumento en las novelas de Kafka, y os quedaréis sin poesía… y sin novela.
La novela de Kafka es más que la novela.
Mas aún: la poesía es más que la poesía.
Buscad sólo la poesía… y os quedaréis sin poesía.
No, no se trata sólo de comprender: la poesía
revela y dice otra cosa de lo que ella expresa.
La obra de Kafka es poética, entre otros
motivos, por ser un apasionado intento de iluminar desde la experiencia, la
propia torturante oscuridad, la oscuridad de la vida: grito de verdad, es su
íntima necesidad.
En Kafka la poesía nada tiene de
esteticismo: es brote y llamado de lo esencial, y respuesta en la visión
comprometedora, sin miedo a riesgo alguno: desprecio del obsesionante placer, alejamiento
de la ternura familiar, creación en la aniquiladora enfermedad, ruptura con la
novia, inesperanza del amor, renuncia, en fin, a la felicidad de aquí. La
jerarquía de la poesía de eternidad está acrisolada en la impresionante
ascesis.
Tengo para mí que sólo así comienza a
explicarse esta misteriosa boga, en tiempos de placer, de un escritor
torturador. De la casi infinita serie de los ismos de las últimas escuelas, dos hay que no pasan y que mantienen
una vigencia actual: el simbolismo y el superrealismo. Aparte de lo que de esto
pueda tener Kafka, es indudable que al simbolismo y al superrealismo les
interesa Kafka. Kafka es el poeta perdido en el bosque de símbolos de las
correspondencias baudelairianas. Más aún, él mismo se siente como una de las
flores del mal de ese misterioso bosque que ya no es sólo bosque sino “templo
de vivientes pilares que lo observan con miradas familiares y que dejan a veces
surgir misteriosas palabras”, en la fórmula de aquel que dijo que la poesía es
un método de conocimiento. Por otra
parte el gran especialista de la poesía contemporánea, André Béalu declara que
si a él le preguntaran cuál es, en fin, la característica de la más nueva
poesía él no vacilaría en responder que es
un superrealismo humanizado. Y añade estas significativas palabras
aplicadas precisamente a nuestro caso: “Lo propio de la obra de arte es de ser
en sí misma acabada, inutilizable bajo cualquiera otra forma. La poesía,
entendida como la más alta expresión del lenguaje, ganará siempre en confinarse
en su dominio más exclusivo, en rehusarse a toda especie de adaptación.
Escribir una versión teatral del Proceso, es volverse vulgarizador con el mismo
título de los compositores que añaden notas de música a Verlaine… Todo arte,
antes de existir, es lo contrario del arte –queremos decir: la vida”. Superrealismo
humanizado. Lo formula Paul Eluard, el poeta que como pocos, y entre esos pocos
Kafka, supo unir el superrealismo y la vida cotidiana de los hombres: superrealizando una vida infrarrealista y
humanizando el superrealismo.
EL ENIGMA
KAFKA
Kafka narrador: cuentista, novelista…; Kafka
biógrafo de sí mismo, Kafka ensayista, sí, sin duda. Pero, también y sobre
todo, Kafka poeta, aunque, como tal, hasta ahora sea lo menos conocido, por ser
el poeta de nuestro tiempo que no es
poeta del tiempo (nuestro también, pero ahora sólo en el sentido de la
concepción que nosotros tenemos del
tiempo): tiempo sin finalidad, un tiempo para la eternidad. Kafka no podía ser
el poeta de su tiempo, porque ese su tiempo era ese tiempo loco sin más
destino que el de matarse a sí mismo, y en cambio, Kafka es el poeta de la
eternidad. (Lo que no es lo mismo que ser el poeta de nuestra eternidad, pero
ya no es poco serlo siquiera sea de su
eternidad, tal como él lo concebía).
Mas es el caso que nuestro tiempo ya no es
exactamente el mismo tiempo de Kafka. No puede serlo después de una guerra como
la última. Cambiamos nosotros, cambia nuestro tiempo y cambiando está nuestra
concepción del tiempo, y, aunque ya no pueda el mismo Kafka cambiar (por ser ya
tiempo pasado, irreversible), puede, con estos nuevos cambios nuestros, llegar
a ser el poeta de nuestro tiempo que, desde ciertos sectores, comienza ya a
apuntar hacia un anhelada eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario