lunes, 1 de diciembre de 2014

MÁS ALLÁ DE LA LITERATURA / Juan Carlos GARCÍA SANTILLÁN

  
 Su poesía de la Eternidad es, ante todo, por contraste: es la miltoniana poesía de la nostalgia del paraíso. Gran poesía, pero no la poesía total.
   En la poesía nocturna, mas de noche sin estrellas ni luna.
   Poesía del dolor de cementerio lunar sin cruz, y por eso mismo, no poesía del Tabor.
   Poesía del destierro, no poesía de la patria del cielo.
   Poesía de la pena, mas no de la redención.
   Poesía catártica, mas no poesía de la exultación en la transfiguración.
   Mas, si poesía parcial, muy honda, y, por eso mismo, por contraste, hace presentir la poesía total de la verdadera eternidad.
   Juego no sólo del tiempo y de la eternidad, sino juego de tiempo y de eternidad: esa poesía actualísima. Y éste el profundo sentido de la concepción poética de Kafka. Parte, en efecto, de ese subrrealismo de lo ínfimo, de lo que disminuye y empequeñece al hombre mismo, hasta convertirlo en gusano, para llevarlo aún más allá de la poesía: donde mueren las palabras y comienza el éxtasis, efecto de altísima poesía desde el punto de vista del que la escucha. Pero, para eso, su poesía comenzó por ser verdadera poesía (desde el punto de vista del creador): “éxtasis acabado en palabras”.
   Buscad sólo el misterioso y casi incaptable argumento en las novelas de Kafka, y os quedaréis sin poesía… y sin novela.
   La novela de Kafka es más que la novela.
   Mas aún: la poesía es más que la poesía. Buscad sólo la poesía… y os quedaréis sin poesía.
   No, no se trata sólo de comprender: la poesía revela y dice otra cosa de lo que ella expresa.
   La obra de Kafka es poética, entre otros motivos, por ser un apasionado intento de iluminar desde la experiencia, la propia torturante oscuridad, la oscuridad de la vida: grito de verdad, es su íntima necesidad.
   En Kafka la poesía nada tiene de esteticismo: es brote y llamado de lo esencial, y respuesta en la visión comprometedora, sin miedo a riesgo alguno:  desprecio del obsesionante placer, alejamiento de la ternura familiar, creación en la aniquiladora enfermedad, ruptura con la novia, inesperanza del amor, renuncia, en fin, a la felicidad de aquí. La jerarquía de la poesía de eternidad está acrisolada en la impresionante ascesis.
   Tengo para mí que sólo así comienza a explicarse esta misteriosa boga, en tiempos de placer, de un escritor torturador. De la casi infinita serie de los ismos de las últimas escuelas, dos hay que no pasan y que mantienen una vigencia actual: el simbolismo y el superrealismo. Aparte de lo que de esto pueda tener Kafka, es indudable que al simbolismo y al superrealismo les interesa Kafka. Kafka es el poeta perdido en el bosque de símbolos de las correspondencias baudelairianas. Más aún, él mismo se siente como una de las flores del mal de ese misterioso bosque que ya no es sólo bosque sino “templo de vivientes pilares que lo observan con miradas familiares y que dejan a veces surgir misteriosas palabras”, en la fórmula de aquel que dijo que la poesía es un método de conocimiento.  Por otra parte el gran especialista de la poesía contemporánea, André Béalu declara que si a él le preguntaran cuál es, en fin, la característica de la más nueva poesía él no vacilaría en responder que es  un superrealismo humanizado. Y añade estas significativas palabras aplicadas precisamente a nuestro caso: “Lo propio de la obra de arte es de ser en sí misma acabada, inutilizable bajo cualquiera otra forma. La poesía, entendida como la más alta expresión del lenguaje, ganará siempre en confinarse en su dominio más exclusivo, en rehusarse a toda especie de adaptación. Escribir una versión teatral del Proceso, es volverse vulgarizador con el mismo título de los compositores que añaden notas de música a Verlaine… Todo arte, antes de existir, es lo contrario del arte –queremos decir: la vida”. Superrealismo humanizado. Lo formula Paul Eluard, el poeta que como pocos, y entre esos pocos Kafka, supo unir el superrealismo y la vida cotidiana de los hombres: superrealizando una vida infrarrealista y humanizando el superrealismo.

EL ENIGMA KAFKA

   Kafka narrador: cuentista, novelista…; Kafka biógrafo de sí mismo, Kafka ensayista, sí, sin duda. Pero, también y sobre todo, Kafka poeta, aunque, como tal, hasta ahora sea lo menos conocido, por ser el poeta de nuestro tiempo que no es poeta del tiempo (nuestro también, pero ahora sólo en el sentido de la concepción que nosotros tenemos del tiempo): tiempo sin finalidad, un tiempo para la eternidad. Kafka no podía ser el poeta de su tiempo, porque ese su tiempo era ese tiempo loco sin más destino que el de matarse a sí mismo, y en cambio, Kafka es el poeta de la eternidad. (Lo que no es lo mismo que ser el poeta de nuestra eternidad, pero ya no es poco serlo siquiera sea de su eternidad, tal como él lo concebía).

   Mas es el caso que nuestro tiempo ya no es exactamente el mismo tiempo de Kafka. No puede serlo después de una guerra como la última. Cambiamos nosotros, cambia nuestro tiempo y cambiando está nuestra concepción del tiempo, y, aunque ya no pueda el mismo Kafka cambiar (por ser ya tiempo pasado, irreversible), puede, con estos nuevos cambios nuestros, llegar a ser el poeta de nuestro tiempo que, desde ciertos sectores, comienza ya a apuntar hacia un anhelada eternidad.

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