HAY DOS nacimientos de Cristo: uno, cuando vino al
mundo en Belén; el otro en el alma, cuando vuelve a nacer espiritualmente. Los
hombres piensan en el primero mucho más que en el segundo y lo celebran todos
los años; mas el Belén espiritual es igualmente trascendental. La gran
diferencia entre el nacimiento de Cristo y los de César, Napoleón, Lincoln y
Buda o algún otro, estriba en que carecen de poder para nacer en las almas.
Tanto el nacimiento de Cristo en Belén como
el nacimiento en el alma, resultan de una especie de invasión Divina. En un
caso, es el mundo; en el otro, es una persona particular. Ambos crean grandes
épocas. El nacimiento en Belén fue una crisis de la Historia y la dividió en
dos para que hasta los comunistas, que niegan la existencia de Dios y la
Divinidad de Cristo, publiquen sus periódicos como (mil novecientos sesenta y
dos años después del Nacimiento de Cristo). El nacimiento espiritual también
tiene su importancia, pues crea una crisis en el individuo al producir un nuevo
grupo de valores, nuevos fines y propósitos e impulsos en la vida.
Ambos dan lugar a antagonismos. El
nacimiento en Belén causó la hostilidad de Herodes y el nacimiento de Cristo en
las almas provoca la hostilidad de los de la naturaleza humana débil, renuentes
a seguir las insinuaciones del espíritu.
Fue el segundo nacimiento en el que insistió San Pablo cuando desde la prisión escribió a su amado pueblo, los efesios,
pidiéndole que albergaran a Cristo en sus corazones por medio de la fe,
“arraigados y fundados en el amor”. Este es el segundo Belén o la relación
personal del corazón individual en Cristo Nuestro Señor, el Supremo Amador.
Hay muchos que conocen bien el primer Belén,
mas no tienen experiencia alguna en los regocijos del segundo. La diferencia
entre los dos es la diferencia entre el posadero de Belén y María; entre
Herodes y los pastores. Puede uno conocer todo lo referente a Cristo y sin
embargo no tener Su nacimiento en el alma. Herodes conocía todas las profecías
y no se sintió especialmente sorprendido cuando supo que Cristo había nacido,
mas su reacción fue persecución.
La razón por la cual el caso del posadero de
Belén tiene lugar tan importante en la historia de la Navidad estriba en que
vuelve a vivir en aquellos que niegan la posada de sus almas en el segundo
Belén. El posadero tuvo razones para su conducta idénticas a las de quienes
rehusan el renacimiento de Cristo en sus almas. Puede que el posadero rechazara
al Dios Encarnado porque no le conocía, por estar demasiado ocupado con sus
clientes que afluían a la ciudad para el censo. Tal vez hasta haya tenido una
razón de índole económica; es decir, que María debió haber prevenido el
nacimiento de alguna forma y no haber
traído al mundo a un niño en medio de tanta pobreza. Mas aún, la presencia de
la Madre y de su bagaje puede haber indicado a este hombre de conceptos
materialistas que no se trataba de personas de gran importancia.
No hay una sola persona en el mundo que no
se convierta, en algún momento de su vida, en el posadero de Belén. La decisión
que tome depende de la actitud de su corazón hacia la Divinidad. Puede que no
se dé la bienvenida al Divino Visitante, pero él ha creado una responsabilidad.
Tal vez la razón principal del posadero fue la que la presencia de esa mujer
encinta y el llanto del recién nacido por la noche, podían muy bien causar que
otros huéspedes se fueran. Esto es precisamente lo que siempre hace el segundo
Belén de Cristo. Desaloja del corazón a otros huéspedes, como el orgullo, la
codicia, la avaricia, el odio, el egoísmo y la concupiscencia. Estos huéspedes
son bienvenidos en la mayoría de los corazones y los más respetables en
algunos.
Puede también que el posadero creyera que no
le sería remunerativo aceptar a la Madre y al Niño. No iban a ser huéspedes “de
pago”. Es muy probable que las tarifas de alojamiento de los hoteles había
subido considerablemente como consecuencia de la aguda falta de alojamientos.
En consecuencia darle el frente a alguien que no podía pagar era cosa
intolerable desde el punto de vista del negocio. Es esto, tanto como el amor a
los placeres, lo que deja fuera al Huésped Divino; es decir, el amor al lucro.
Es una vieja respuesta que resuena a lo largo de los siglos: “No hay
habitaciones, no hay habitaciones, no hay habitaciones…”
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