sábado, 14 de enero de 2012

BEETHOVEN, LIBERTADOR DE LA MÚSICA. Por Harold SCHONBERG.

SCHONBER, crítico musical de "The Times" de Nueva York. Condensado del suplemento dominical del mismo diario.

   Sombra perenne. Beethoven sobrevirá a ese fenómeno de saturación, como ha sobrevivido a otros en el pasado, tales como las celebraciones efectuadas en 1927 con ocasión del centenario de su muerte. Si es Beethoven el más popular y, por unánime asenso, el más grande de todos los compositores, sobran motivos para ello. Ninguno de cuantos han existido produce la sensación de grandeza, de poderosa personalidad, de fuerza y de probidad intelectual, de una lógica estructural unida a una total visión conceptual del mundo. En presencia de las más grandes obras de Beethoven, todos nos sentimos pequeños, arrastrados por el torrente de su desbordante fantasía.  Hasta los más grandes genios musicales que vinieron después de él temblaban y palidecían al hablar o escribir acerca de Beethoven. Ellos, mejor que nadie, supieron cuánta era su grandeza.

   BEETHOVEN proyecta todavía su sombra gigantesca sobre toda creación musical. Los mismos vanguardistas que abominan de la música romántica, que preconizan una especie de anarquía musical, en la que cualquier incongruente serie de sonidos recibe el nombre de música; aun ellos se postran de hinojos ante Beethoven. reconocen en él a un espíritu afín, a un inconforme con los modos y tradiciones de su época, a un músico resuelto a forjar moldes nuevos para sus nuevas ideas. Lo tienen, en suma, por un revolucionario.

   Beethoven no sólo dio nuevas formas a la música: infundió nuevo sentido a la misión del compositor. Una de las diferencias capitales entre Beethoven y los músicos que lo precedieron estriba en que Beethoven se consideraba a sí mismo un artista, y defendía y ejercía sus derechos de tal. Antes de él, los compositores se juzgaban meros artesanos, más o menos hábiles, que suministraban al público una mercancía sin que les pasara jamás por las mentes la idea de escribir para la posteridad. Pero Beethoven era de casta especial, y lo sabía. Era un creador, y no se sometía a reyes ni a príncipes.

   Genio incandescenteY poseía lo que le faltaba al pobre Mozart: una avasalladora personalidad que inspiraba espanto a cuantos se acercaban a él. "No he conocido jamás a un artista capaz de tamaña concentración espiritual e intensidad; de tan asombrosa vitalidad  y de tan grande corazón", escribió Goethe. "Comprendo sin esfuerzo cuán difícil ha de serle adaptarse al mundo y a sus cosas".¡Qué mal lo conocía Goethe! En el caso de Beethoven no se trataba de que él se adaptase al mundo y sus pequeñeces, sino de que el mundo se adaptase a él. Agarró al mundo por el cuello, lo sacudió y lo forzó a escuchar lo que él tenía que decir. Pese a ser sordo, Beethoven era muy capaz de imponer a la vida sus propias condiciones. Y lo consiguió a pesar de sus modales y carácter.

   Desposeído de toda gracia física, se le apodó en su juventud "el español" por su color moreno subido. Era de baja estatura (como de 1,63 m.), corpulento y ancho de espaldas, de cabeza voluminosa, cabellera espesa y alborotada, dientes salientes, nariz pequeña y redonda. Tenía la fea costumbre de escupir cuando y donde le venía en gana. era mjuy desmañado, y cosa que él tocara, cosa que podía romperse entre sus dedos. Incapaz de coordinar sus movimientos, carecía de todo atractivo social. Nunca aprendió a bailar. Hosco y suspicaz, y tan susceptible como una cobra misántropa, se imaginaba que todo el mundo trataba de engañarlo. Era propenso a insensatos accesos de cólera y más de una vez procedió poco honestamente con sus editores. Autodidacto, no se le puede calificar de intelectual, y su modo de discurrir en asuntos ajenos a la música nada tenía de notable. Vivía en una suciedad increíble, principalmente porque no había doméstica que aguantase sus arrebatos.

   En 1809 lo visitó el barón de Trémont. He aquí cómo el aristócrata francés, horrorizado, describe la habitación de Beethoven: "Imaginaos el lugar más desordenado y oscuro que concebirse pueda: encima de un vetusto piano de cola reñían batalla el polvo y dispersos trozos de música, y debajo del piano (y no exagero) un orinal aún repleto. Las sillas, casi todas de pleito, estaban cubiertas de prendas de vestir, de platos con los restos de la cena de la noche anterior, etcétera".

   Una fuerza de la Naturaleza. Beethoven se mostraba desordenado en todo, menos en lo que de veras le importaba: la música. En este campo se reconoció su genio desde un principio. Provinciano de Bonn, lo había criado su padre, libertino músico de la Corte, como a un niño prodigio. Somentiendo a Ludwig a un severo régimen de disciplina, el padre confiaba en que su hijo llegaría a eclipsar los portentos del Mozart joven. Mas el proyecto falló por ese lado. Aun cuando dotado de aptitudes realmente excepcionales, Ludwig no había nacido para desempeñar el papel de un monito divirtiendo a los mayores con el piano.
Fue su don de originalidad lo que le distinguió. Era una fuerza de la Naturaleza, y no había nadie ni nada capaz de refrenarlo. No recibió nunca  suficientes lecciones de composición, y, ciertamente, su aprendizaje musical fue asaz precario. Recibió algunas lecciones de eminentes compositores de su época, Haydn y Mozart entre otros, pero fue siempre un discípulo a quien resultaba difícil enseñar. Beethoven confiaba demasiado en su propio genio y luego que se formaba su idea acerca de algo, adquiría la certeza de que estaba en lo justo. Siempre miró con recelo las reglas de la armonía. A un amigo que le llamó la atención acerca de una serie de quintas paralelas en una de sus obras (horrendo pecado en armonía clásica) le respondió: "Yo las admito". No había más que decir.

   Un virtuoso violento. Beethoven alcanzó fama primeramente como pianista. En 1792, cuando se estableció en Viena, su estilo de ejecutante causó profunda impresión. Los vieneses estaban acostumbrados al estilo suave y fluido empleado por Mozart. Y he aquí al joven Beethoven que alzaba las manos y las descargaba como  mazos sobre el teclado;
que hacía saltar las cuerdas, tratando de arrancar al piano una especie de sonoridad orquestal, hasta entonces desconocida. En su afán de comunicar más vigor al instrumento, les pedía a los fabricantes de pianos que le construyeran uno mejor que el ligero usado en Viena, el cual, según él, sonaba como un arpa.
Mientras que los pianistas anteriores a Beethoven regalaban y acariciaban suavemente la sensibilidad de sus oyentes, los pujantes acordes de Beethoven los levantaban en vilo. Beethoven fue el pianista más grande de su tiempo y quizá el improvisador más notable que haya existido. En muchos aspectos fue el precursor de los modernos virtuosos del teclado.
   No tardó en ver al mundo a sus pies. Logró el éxito, se vio honrado y admirado. Sus composiciones empezaban a llamar la atención de Europa. Entre sus discípulos figuraban algunos de los nombres más famosos de Viena. Prosperaba económicamente. "Mis composiciones me producen bastante dinero", escribía en 1801 a un amigo. "Dicto mi precio y me lo pagan sin chistar".
Poco faltó para que la aristocracia de Viena lo acogiera como a uno de los suyos. Invitado frecuentemente a los principales palacios, no se envaneció por eso. "Es muy fácil  llevarse bien con la nobleza, cuando se tiene algo  con que impfresionarla", decía. A Haydn y a Mozart solían relegarlos, en su tiempo, a la mesa de la servidumbre. No así a Beethoven, que se mostraba violentamente ofendido si no se le sentaba al lado del anfitrión. No sólo tenía entrada en aquel mundo; también, según parece, se enamoró pasajeramente de varias de las damas que lo habitaban. Con todo, jamás se casó.

   El oído íntimo. Mas se incubaba algo fatal. Beethoven perdía el oído. Puso por obra cuanto le fue dable para atajar el rápido avance del mal, y hasta acudió a curanderos.Sostuvo aquella lucha con épico heroísmo. Seguía tocando el piano y se empeñaba en dirigir sus propias obras. Sus gestos descompasados desconcertaban a la orquesta. Los músicos optaron por no mirarlo y dejarse guiar por el primer violín. En 1817 estaba ya casi tan sordo como una tapia, aunque tenía sus días buenos en que podía oír vagamente la música y el habla humana sin el auxilio de una trompetilla acústica.
A los que desconocen la música les cuesta mucho trabajo imaginarse cómo puede arreglárselas un compositor sordo. Y, sin embargo, cualquier buen músico, y hasta un aficionado de talento, pueden muy bien leer una partitura y "oír" su texto. Por tanto, Beethoven,con su portentoso sentido musical y su oído absoluto, no tropezaba con la más mínima dificultad para escribir música guiándose sólo por los sonidos que percibía su oído íntimo.
Cuando Beethoven se hallaba en lo más arduo de su desalentadora lucha contra la sordera, trabajaba en la composición de su sinfonía Heroica. Se estrenó el 7 de abril de 1805... y con ella, en violenta sacudida, hizo la música su entrada en el siglo XIX. Los oyentes se encontraron ante una monstruosa sinfonía, más larga que cuantas se hubiesen escuchado hasta entonces y orquestada para más instrumentos que ninguna otra: una sinfonía de titánica fuerza, de disonancias salvajes. Viena se halló dividida en dos bandos: el de los que la calificaron la obra maestra de Beethoven y el de los que la motejaron de mero esfuerzo, vano por añadidura, para ser original. Fueron más los votos desfavorables que los favorables. Beethoven se entristeció, pero se negó a alterar una sola nota.
Beethoven había comenzado su carrera como compositor fiel a la tradición clásica; pero las ideas difundidas por Roussseau, por la Revolución Francesa y la Revolución Industrial comunicaron a su música un carácter intenso y de una expresividad personal. En ella descrubrió Beethoven su alma tumultuosa a la vista de todos los hombres.

   La cumbre sublime. Al cambio de rumbo marcado por la Heroica siguió un nuevo período. Beethoven modeló y conformó la sonata, para adaptarla a su propio ser. Ni su inventiva ni sus recursos técnicos flaquearon un momento. En la Quinta Sinfonía pudo levantar, sobre la estrecha base de cuatro notas, toda una nueva estructura musical. Y engendró en su Appassionata una obra que viola todas las reglas clásicas y hace vibrar violentamente el teclado de uno a otro extremo.
Hacia 1811 pareció declinar la fuerza creadora de Beethoven. Lo acosaban simultáneamente padecimientos del hígado y de los intestinos, y se vio enredado en un largo y penoso litigio por la tutela de su sobrino.  A medida que se iba haciendo total y completa su sordera, iba él acogiéndose más y más al refugio de su mundo musical interior. Fue aquel un período de gestación del cual habrían de salir obras gigantescas, de mística inspiración: Missa Solemnis, los últimos cinco cuartetos, las últimas sonatas para piano, la Novena Sinfonía.

La Novena Sinfonía se estrenó el 7 de mayo de 1824, ¡después de sólo dos ensayos! Su ejecución debe haber sido una catástrofe. El coro tropezaba con dificultades y pidió que se trasportasen las notas a un tono más bajo, a lo que Beethoven se negó. En el concierto los cantantes que no podían atacar las notas altas, sencillamente las omitían. Mas así como la Heroica marcó un hito decisivo en la música del siglo XIX, así también la Novena Sinfonía fue la obra de Beethoven que más se adueñó de la imaginación de los románticos posteriores a él. Para ellos representaba la esencia misma del compositor: un desacato a toda forma, un llamamniento a la fraternidad, una titánica explosión tonal, una vivencia espiritual igualmente formidable. Y, en verdad, sus compases nos elevan a un plano musical enrarecido. No se ha compuesto jamás nada que pueda comparársele, ni es posible que se llegue a componer obra parecida. Es la música de un hombre que lo ha visto todo y lo ha experimentado todo; de un hombre recogido en un mundo propio suyo, un mundo de dolor y silencio, y de un genio que no escribe ya para agradar a nadie, sino para justificar su existencia de artista y de pensador.
Beethoven murió el 26 de marzo de 1827, al cabo de larga enfermedad. Si hemos de dar crédito a sus contemporáneos, un fragoroso trueno retumbó entonces en las alturas y Beethoven, moribundo, se incorporó en su lecho y alzó el puño al cielo en son de desafío. La anécdota resulta demasiado fácil, tiene demasiadas trazas de leyenda romántica para ser verdadera, pero lo cierto es que Beethoven cruzó por la vida desafiándolo todo. ¿Por qué, pues, al final de la lucha, no habría de desafiar a los elementos y al mismo Dios?
Lo ha redimido su música; la obra musical más fuerte, más perdurable que nos haya legado un mismo compositor.

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