Oliver Evans (1755-1819), el hombre tal vez
responsable de la popularidad de que aún goza la expresión “alta presión” nació
en una granja de Delaware, en los Estados Unidos, y se educó en una escuela
rural. A los 14 años, fue aprendiz de carretero. Tan habilidoso era Evans en la
construcción de carretones que su patrón lo alentó a seguir sus inclinaciones
mecánicas y su ingenio.
Evans, no obstante, no estaba satisfecho con
legar a ser un simple mecánico experimentado. Quería ser un científico bien informado
o ingeniero y a tal fin inició un intenso programa de autoeducación leyendo con
afán cuantos libros podía encontrar, especialmente los relacionados con
ingeniería mecánica y matemáticas.
A los 17 años tuvo la suerte de poder
examinar de cerca un nuevo diseño de
máquina de vapor de Watt. Le hizo tal impresión que se pasó el resto de sus
días trabajando con máquinas y motores.
Un día vio a unos muchachos escolares
jugando en una herrería. Tenían el cañón de una vieja escopeta que habían
llenado de agua y taponado sus extremos con bolas de algodón. Cuando el cañón
de la escopeta fue puesto en la fragua, los tapones de algodón saltaron con
estrépito.
Estas explosiones dieron ideas a Evans de la
gran fuerza expansiva del vapor de agua y le convencieron de que las máquinas
de vapor construidas hasta entonces no sacaban el debido partido de esta
energía potencial.
Tampoco hoy, pero gracias a mejoras
introducidas por Evans, las plantas modernas de energía por vapor de agua
desperdician menos energía de lo que de otra forma hubiera sido.
Evans dedicó su capacidad y conocimientos a
la producción de máquinas de vapor estacionarias. Sus máquinas eran distintas,
en muchos sentidos, de los viejos modelos, pero principalmente en el uso de
calderas de alta presión.
Estimó que su diseño era lo bastante
eficiente para reducirlo al tamaño adecuado para impulsar transportes
terrestres. Pero cuando trató de obtener dinero para diseños se le rieron en la
cara calificando de ridícula la idea.
Según J. G. Sandfort, catedrático de
ingeniería mecánica de la Universidad del Estado de Carolina del Sur, Evans,
estuvo en lo cierto, sus máquinas eran propias para transportes terrestres y si
le hubieran hecho caso, habría diseñado la primera locomotora 30 años antes de
que lo hiciera Stephenson.
De todas formas, Evans fue objeto de
reconocimiento general por sus eficientes máquinas a vapor en los días
iniciales de la expansión norteamericana hacia el Oeste, y sus máquinas
“saltamontes” fueron espectáculo familiar en las fronteras.
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