martes, 21 de julio de 2015

HOMBRES DE CIENCIA: Oliver EVANS


   Oliver Evans (1755-1819), el hombre tal vez responsable de la popularidad de que aún goza la expresión “alta presión” nació en una granja de Delaware, en los Estados Unidos, y se educó en una escuela rural. A los 14 años, fue aprendiz de carretero. Tan habilidoso era Evans en la construcción de carretones que su patrón lo alentó a seguir sus inclinaciones mecánicas y su ingenio.

   Evans, no obstante, no estaba satisfecho con legar a ser un simple mecánico experimentado. Quería ser un científico bien informado o ingeniero y a tal fin inició un intenso programa de autoeducación leyendo con afán cuantos libros podía encontrar, especialmente los relacionados con ingeniería mecánica y matemáticas.

   A los 17 años tuvo la suerte de poder examinar  de cerca un nuevo diseño de máquina de vapor de Watt. Le hizo tal impresión que se pasó el resto de sus días trabajando con máquinas y motores.

   Un día vio a unos muchachos escolares jugando en una herrería. Tenían el cañón de una vieja escopeta que habían llenado de agua y taponado sus extremos con bolas de algodón. Cuando el cañón de la escopeta fue puesto en la fragua, los tapones de algodón saltaron con estrépito.

   Estas explosiones dieron ideas a Evans de la gran fuerza expansiva del vapor de agua y le convencieron de que las máquinas de vapor construidas hasta entonces no sacaban el debido partido de esta energía potencial.

   Tampoco hoy, pero gracias a mejoras introducidas por Evans, las plantas modernas de energía por vapor de agua desperdician menos energía de lo que de otra forma hubiera sido.

   Evans dedicó su capacidad y conocimientos a la producción de máquinas de vapor estacionarias. Sus máquinas eran distintas, en muchos sentidos, de los viejos modelos, pero principalmente en el uso de calderas de alta presión.

   Estimó que su diseño era lo bastante eficiente para reducirlo al tamaño adecuado para impulsar transportes terrestres. Pero cuando trató de obtener dinero para diseños se le rieron en la cara calificando de ridícula la idea.

   Según J. G. Sandfort, catedrático de ingeniería mecánica de la Universidad del Estado de Carolina del Sur, Evans, estuvo en lo cierto, sus máquinas eran propias para transportes terrestres y si le hubieran hecho caso, habría diseñado la primera locomotora 30 años antes de que lo hiciera Stephenson.

   De todas formas, Evans fue objeto de reconocimiento general por sus eficientes máquinas a vapor en los días iniciales de la expansión norteamericana hacia el Oeste, y sus máquinas “saltamontes” fueron espectáculo familiar en las fronteras.

   

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