viernes, 24 de julio de 2015

RELIGIÓN Y REVOLUCIÓN / Fulton SHEEN


(ESCRIBE MONSEÑOR FULTON SHEEN ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

      La Teología de la Revolución  pone de manifiesto tres puntos ciegos que impiden a muchos ver la gravedad de nuestros problemas. En el artículo previo indiqué tres razones en virtud de las cuales no se sospecha revolución: los que tienen pan no comprenden por qué se rebelan los que no lo tienen; el conglomerado amorfo de imágenes y la rápida sucesión de noticias hacen más profunda la convicción de que no puede haber permanencia en revolución; el alma moderna que niega culpabilidad no puede creer que algunas revoluciones tienen conciencia y son germinadas por las injusticias morales para con los pobres.

         Aquí consideramos cómo la religión trata de ayudar al pobre sin recurrir a la revolución.

      La primera y más corriente forma de hacerlo con donaciones de dinero a los pobres. Las iglesias hacen colectas entre sus feligreses y dan el dinero a aquellos encargados de rendir servicios a los necesitados. El peligro está en que esos fondos sean disipados a través de una docena de agencias, sin producir al final mejoramientos  de ninguna especie para el pobre. Recuerdo un libro del gran narrador norteamericano Harry Herschfield. En el frontispicio, centenares de manos alargadas. La dedicatoria decía: “A mis padres que difícilmente  pueden esperar me paguen  las regalías”. Esto es lo que sucede cuando las iglesias colectan dinero. Grupos étnicos, causas particulares, agencias sociales, organizaciones acreditadas, alargan todas las manos con el eterno estribillo: “Dame”. Lo más probable es que si se concentrara en un solo esfuerzo, como la reconstrucción de Watts, el impacto moral de un cometido religioso equivaldría al beneficio físico para los que no tienen casa y los desheredados.

         Pero, ¿no hay otra forma en que la religión podría ayudar al desafortunado? Sería en la forma de donación de tierras o de la cesión total de propiedades de la Iglesia para construir casas para los pobres. Una diócesis trató de hacerlo después de consultar con el Director de Alojamientos del gobierno de los Estados Unidos. Este prometió construir en la propiedad casas para los pobres de la raza negra. Pero el plan fracasó y por una razón que me avergüenza mencionar.

         Tierra es a veces mucho mejor que dinero. En otras partes del mundo una súplica de tierras ha promovido a los acomodados a caritativa acción. Durante diecisiete años Vinoba ha estado recorriendo la India, de villa en villa, predicando la doctrina de “ohoodan" o “donación de tierras”. No estaba pidiendo limosnas para los pobres. Quería tierras y alegaba que quienes las poseían tenían una deuda para con los necesitados. En menos de dos décadas su sinceridad y ejemplo le han atraído unos 20,000 colaboradores. Más de siete millones de acres de tierra se han dado a Vinoba para redistribución y más de 25,000 villas han pasado de propiedad privada a propiedad comunal.

         Todo esto ha sido hecho por un asceta que jamás ha viajado en automóvil y sin valerse jamás del uso de la fuerza o la violencia. Aquí está un indicio de lo que será desarrollado más tarde en la Teología de la Revolución bajo el epígrafe de sufrimiento o amor creador. Su ejemplo nos enfrenta a tres medios contemporáneos de actividad revolucionaria en relación con el pobre. Uno de ellos es el donativo en dinero, que ayuda pero a la larga resulta inefectivo. El otro es marxismo que cree en ayudar  al pobre pero poniendo todas las propiedades en manos del Estado. Pero, ¿cómo tener estas propiedades? “Por expropiación violenta”, según reza el manifiesto comunista. El tercer medio es el de Vinoba que, al compartir la pobreza de aquellos a quienes sirve, logra donaciones de tierras por medios pacíficos, no violentos.

         El método de Vinoba contrasta marcadamente con los revolucionarios que usan bombas y teas incendiarias. Al hacerlo así, desafían a un poder más fuerte y justifican que el gobierno haga uso más extenso de su poder. Los débiles cuentan con un arma propia poderosa, cuya fortaleza está forjada en sufrimiento y en disposición a sufrir más para vencer en su causa. La verdad de esto lo atestigua la guerra de Vietnam, donde un grupo pequeño, débil y determinado ha logrado vencer o al menos resistir a una de las naciones más poderosas de la tierra. Los mismos ataques del gigante han aumentado la resistencia del débil.


         Aunque la revolución se inspira en gran extensión en un sentido de impotencia, por paradoja peculiar el débil tiene su tipo peculiar de poder. Transforma al opresor, haciéndole ceder cuando la fuerza bruta fracasa. Gandhi escribió: “El gozo no dimana de la aflicción de penas de los otros, sino de las penas voluntariamente impuestas sobre uno mismo”.

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