(ESCRIBE MONSEÑOR FULTON SHEEN ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)
La Teología
de la Revolución pone de manifiesto tres
puntos ciegos que impiden a muchos ver la gravedad de nuestros problemas. En el
artículo previo indiqué tres razones en virtud de las cuales no se sospecha
revolución: los que tienen pan no comprenden por qué se rebelan los que no lo
tienen; el conglomerado amorfo de imágenes y la rápida sucesión de noticias
hacen más profunda la convicción de que no puede haber permanencia en
revolución; el alma moderna que niega culpabilidad no puede creer que algunas
revoluciones tienen conciencia y son germinadas por las injusticias morales
para con los pobres.
Aquí consideramos cómo la religión trata de
ayudar al pobre sin recurrir a la revolución.
La primera y
más corriente forma de hacerlo con donaciones de dinero a los pobres. Las
iglesias hacen colectas entre sus feligreses y dan el dinero a aquellos
encargados de rendir servicios a los necesitados. El peligro está en que esos
fondos sean disipados a través de una docena de agencias, sin producir al final
mejoramientos de ninguna especie para el
pobre. Recuerdo un libro del gran narrador norteamericano Harry Herschfield. En
el frontispicio, centenares de manos alargadas. La dedicatoria decía: “A mis
padres que difícilmente pueden esperar
me paguen las regalías”. Esto es lo que
sucede cuando las iglesias colectan dinero. Grupos étnicos, causas particulares,
agencias sociales, organizaciones acreditadas, alargan todas las manos con el
eterno estribillo: “Dame”. Lo más probable es que si se concentrara en un solo
esfuerzo, como la reconstrucción de Watts, el impacto moral de un cometido
religioso equivaldría al beneficio físico para los que no tienen casa y los
desheredados.
Pero, ¿no hay otra forma en que la religión
podría ayudar al desafortunado? Sería en la forma de donación de tierras o de
la cesión total de propiedades de la Iglesia para construir casas para los
pobres. Una diócesis trató de hacerlo después de consultar con el Director de
Alojamientos del gobierno de los Estados Unidos. Este prometió construir en la
propiedad casas para los pobres de la raza negra. Pero el plan fracasó y por
una razón que me avergüenza mencionar.
Tierra es a veces mucho mejor que dinero. En
otras partes del mundo una súplica de tierras ha promovido a los acomodados a
caritativa acción. Durante diecisiete años Vinoba ha estado recorriendo la
India, de villa en villa, predicando la doctrina de “ohoodan" o “donación
de tierras”. No estaba pidiendo limosnas para los pobres. Quería tierras y
alegaba que quienes las poseían tenían una deuda para con los necesitados. En
menos de dos décadas su sinceridad y ejemplo le han atraído unos 20,000
colaboradores. Más de siete millones de acres de tierra se han dado a Vinoba
para redistribución y más de 25,000 villas han pasado de propiedad privada a
propiedad comunal.
Todo esto ha sido hecho por un asceta que
jamás ha viajado en automóvil y sin valerse jamás del uso de la fuerza o la
violencia. Aquí está un indicio de lo que será desarrollado más tarde en la Teología
de la Revolución bajo el epígrafe de sufrimiento o amor creador. Su ejemplo nos
enfrenta a tres medios contemporáneos de actividad revolucionaria en relación
con el pobre. Uno de ellos es el donativo en dinero, que ayuda pero a la larga
resulta inefectivo. El otro es marxismo que cree en ayudar al pobre pero poniendo todas las propiedades
en manos del Estado. Pero, ¿cómo tener estas propiedades? “Por expropiación
violenta”, según reza el manifiesto comunista. El tercer medio es el de Vinoba
que, al compartir la pobreza de aquellos a quienes sirve, logra donaciones de
tierras por medios pacíficos, no violentos.
El método de Vinoba contrasta marcadamente
con los revolucionarios que usan bombas y teas incendiarias. Al hacerlo así,
desafían a un poder más fuerte y justifican que el gobierno haga uso más
extenso de su poder. Los débiles cuentan con un arma propia poderosa, cuya
fortaleza está forjada en sufrimiento y en disposición a sufrir más para vencer
en su causa. La verdad de esto lo atestigua la guerra de Vietnam, donde un
grupo pequeño, débil y determinado ha logrado vencer o al menos resistir a una
de las naciones más poderosas de la tierra. Los mismos ataques del gigante han
aumentado la resistencia del débil.
Aunque la revolución se inspira en gran
extensión en un sentido de impotencia, por paradoja peculiar el débil tiene su
tipo peculiar de poder. Transforma al opresor, haciéndole ceder cuando la
fuerza bruta fracasa. Gandhi escribió: “El gozo no dimana de la aflicción de
penas de los otros, sino de las penas voluntariamente impuestas sobre uno
mismo”.
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