martes, 16 de abril de 2013

ROCA DE CONVICCIÓN EN UN OCÉANO ROJO / Por Alexander JORDAN

(LA ERA DE LOS FAMOSOS CARDENALES, incluso RICHELIEU)

                                               ¿EN QUÉ lugar del mundo se celebra una manifestación de una iglesia triunfante en medio de un pueblo fervorosamente devoto?
   Lo sorprendente es que se trata de la Varsovia comunista, en el mes de junio del año de gracia de 1971, y que el hombre que avanza bajo el palio (fiesta del Corpus Christi) no es otro que el cardenal Stefan Wyszinski, arzobispo metropolitano de Gniezno y Varsovia, Primado de Polonia. Y aún es más sorprendente que a la mitad del recorrido de la procesión el Cardenal se detenga para pronunciar un sermón en el que ataca al Gobierno comunista de su país.
   “Hijos míos”, dice utilizando una fórmula que ahora muchos estiman anticuada, pero que él sigue usando por sentirse realmente un verdadero pastor de su rebaño, “como nación protegida de Dios, unida por los lazos de la fe, deseamos trabajar en paz para satisfacer nuestras necesidades, que son numerosas, pero que serán satisfechas antes y de manera mejor cuando todos tengamos la conciencia de ser auténticos ciudadanos a los que se reconozcan y respeten unos derechos básicos entre los que figuran los de los católicos de Polonia. Si la Iglesia ha sido maltratada en el pasado, la primera medida para lograr ahora una total normalización debe ser la de reparar los errores cometidos y las injusticias inferidas a los creyentes”.
   Ciertamente, la Iglesia ha sido maltratada en Polonia. Cuando, al terminar la segunda guerra mundial, los comunistas se hicieron con el poder, su propósito patente era eliminar las creencias religiosas.  De igual  manera que en el resto de Europa Oriental, en Polonia se inició una era de persecuciones.  En un sistema en que el Gobierno controla toda la actividad económica y –lo que es quizá más importante para el hombre común- la concesión de viviendas, las oportunidades que se les ofrecían a los comunistas eran ilimitadas. No fueron raros los casos de violencia física contra los sacerdotes. Igual que Stefan Wyszinski fueron encarcelados los cardenales Mindszenty de Hungría, Stepinac de Yugoslavia y Beran de Checoslovaquia.  Pero en ningún país volvió a resurgir la Iglesia como lo ha hecho en Polonia, donde es hoy aún más fuerte que antes de la guerra.
   Lo que principalmente diferenció el caso de Polonia de los demás fue la personalidad y la profunda vocación del cardenal Wyszinski. Stefan Wyszinski nació el 3 de agosto de 1901 en la aldea de Zuzela, en Polonia central. Hijo de un organista de iglesia, a los cinco años Stefan le dijo a su madre en cierta ocasión : “He soñado que me había casado y había constituido una familia. Pero eso es imposible. !Tengo que ser sacerdote!”
   Y podía haber añadido, como ferviente patriota que ha sido durante toda su vida, que tenía que ser un sacerdote polaco. En 1909, cuando Polonia estaba todavía dividida entre Prusia, Austria y el Imperio Ruso, había en el parque Saski de Varsovia un gran montón de piedras que los niños rusos y polacos utilizaban para sus batallas. El pequeño Stefan era el cabecilla de los muchachos polacos. Vestido de una camisa blanca sobre la que flameaba una corbata roja, enarbolaba una improvisada bandera polaca y la plantaba con ademán desafiante en la cima del montón de piedras, único territorio polaco “liberado” en aquella época. Mucho después, cuando el levantamiento de Varsovia de 1944, tuvo el orgullo de servir de capellán con las tropas de Resistencia polacas que combatían en las afueras de la capital.
   En los primeros tiempos de su carrera, su mala salud estuvo a punto de frustrar su vocación sacerdotal.  Cuando estaba en el seminario durante la primera guerra mundial, enfermó de tuberculosis y no se pudo ordenar con sus compañeros de curso. Al fin, al cumplir los 23 años, recibió las órdenes y celebró su primera misa el el santuario de Jasna Gora, cerca de Czestachowa, templo de la amada Virgen Negra de Polonia. El reverendo Wyszinski se convirtió pronto en uno de los más eruditos escritores católicos : tiene hasta la fecha cerca de 250 publicaciones entre libros, ensayos y artículos.
   En 1946 fue consagrado Obispo de Lublin y tres años después elegido arzobispo de Gniezno (la diócesis más antigua de Polonia, creada en el año 966) y de  Varsovia. Cuando en 1953 ascendió al cardenalato, la tensión entre la Iglesia y el Gobierno polacos eran muy grande y el régimen no le permitió ir a Roma para asistir a la ceremonia de su consagración.
   Poco tiempo después la policía política se presentó en su residencia de Varsovia para detenerlo. Baca, el perro pastor blanco del cardenal, acudió en defensa de su amo y mordió a uno de los agentes policíacos. Antes de que se lo llevasen, con la única compañía de un breviario y un rosario, el Cardenal ordenó inmediatamente que llamaran a una monja para que curase la herida del policía.
   Para aislarlo totalmente del mundo exterior, lo fueron llevando luego de un extremo a otro de Polonia, confinándolo en cuatro prisiones distintas bajo guardia reforzada. Pero su rebaño no lo olvidó. Cuando se celebró la fiesta de la consagración de la nación polaca a la fe católica, se reunieron en el santuario de la Virgen Negra de Czestochowa miles de peregrinos, muchos de los cuales habían tenido que andar cientos de kilómetros para llegar al templo. En las inmediaciones del santuario se había colocado el trono del Primado, en el que unas cuantas rosas rojas simbolizaban la presencia entre la muchedumbre del Cardenal encarcelado.
   En octubre de 1956, meses después de los violentos disturbios que se extendieron por todo el país, el Gobierno, puesto en situación difícil, envoi a dos de sus ministros para que visitasen al Cardenal en la cárcel y le pidieran que volviese a Varsovia, a lo que él accedió. Aunque el Gobierno intentó mantener en secreto  el momento de su llegada a la capital, la noticia cundió rápidamente por Varsovia y una multitud delirante de miles de personas lo aclamó en la estación. A los ojos del pueblo de Varsovia, el regreso de Wyszinski representaba una victoria en pro de la futura libertad de Polonia.
   Desde entonces el cardenal Wyszinski ha trabajado infatigablemente para mantener la Iglesia despierta y activa. En 1957, el año siguiente a su liberación, pronunció 576 conferencias y sermones. Diariamente trabaja en las oficinas de la arquidiócesis de Varsovia, instaladas  en un palacio del siglo XVII donde la paz y el silencio son sólo perturbados de tarde en tarde por el callado paso de alguna figura vestida de negro. El Cardenal encaja perfectamente en este ambiente. De estatura media, erguido y delgado, sus ojos de un azul acerado refulgen en la palidez del rostro. Su característica señera es la serenidad :  un apacible desapego de todas las pequeñeces y vanidades superficiales que suelen regir las relaciones humanas.
   Aunque el pueblo ve en su ecuánime y firme Cardenal a un caudillo nacional, a un hombre tan identificado con su país como lo estuvieron de Gaulle con Francia y Gandhi con la India, Wyszinski  insiste terminantemente en que él no desempeña ningún papel en la política secular y apoya su posición en la creencia inconmovible de que todo gobierno humano es transitorio, mientras que la Iglesia es eterna. En el mes de junio de 1971 declaró : “No comprometeremos la verdad ni los plenos derechos de la Iglesia para lograr unos beneficios pasajeros… La Iglesia tiene mucho tiempo por delante… hasta la consumación de los siglos”.
   Como han comprobado los dirigentes comunistas de Polonia, no es fácil derrotar en una lucha política a un hombre que piensa en términos de eternidad. El mismo Wyszinski alude a la fortaleza que le da este pensamiento contando la siguiente anécdota:
   “Cuando los Nazis estaban invadiendo a Polonia, me encontré en un camino con una unidad del Ejército polaco. Un soldado me pidió confesión y ambos nos metimos en una zanja para defendernos de los aviones alemanes que ametrallaban a la gente aglomerada en la carretera. Mientras escuchaba la confesión, me fijé en un campesino que con toda calma seguía trabajando en un campo distante sólo unos pocos metros del caos que reinaba en la carretera. Al terminar mi misión, me acerqué al labriego y le pregunté :
   “- ¿Cómo es posible que pueda usted seguir trabajando cuando todo el mundo huye y no hay más que destrucción a su alrededor? !No creo que nadie más que usted conserve aquí la calma!
   “El campesino contestó:
   “-Yo aro y siembro. Si no recojo la cosecha, otros la recogerán. Mi granero puede incendiarse, pero el grano que ha caído en el suelo está seguro y crecerá en su día”.
   Hablando recientemente a un grupo de jóvenes sacerdotes, Wyszinski les contó la historia y añadió luego : "En torno suyo caían las bombas y tableteaban las ametralladoras, pero el hombre seguía con su trabajo… Sed como él. Sembrad la palabra de Dios en el alma de los hombres como lo hicieron Cristo y sus apóstoles”.
   El mismo Cardenal ha continuado “sembrando”, aun cuando a su alrededor caían las peligrosas bombas de una ideología hostil. En una de sus apariciones ante el público durante la crisis entre el Estado y la Iglesia, el Cardenal especificó que hablaba “para los creyentes y para los no creyentes, y para los que se hallan aquí cumpliendo con su deber”, con lo que aludía a la presencia de los agentes de la policía secreta que vigilaban las palabras del Primado para ver si pronunciaba alguna frase “subversiva”. Cuando después del servicio el Cardenal atravesaba la nave central saludando a sus amigos y bendiciendo a la congregación, se le acercaron dos hombres con ceñidos impermeables, que indudablemente se hallaban allí “en cumplimiento de su deber”, y se arrodillaron ante él besándole la mano mientras uno de ellos murmuraba:
   -!Perdónenos , ilustrísima!
   A lo que el Cardenal respondió:
   -Recibid mi bendición, hijos míos.
   Durante los años de persecución, Wyszinski mantuvo la misma fe inconmovible y serena. En la actualidad el régimen trata al Cardenal con profunda deferencia, aunque continúa molestando a los católicos practicantes. La presión oficial se manifiesta desde cursos para la enseñanza del ateísmo hasta la publicidad que los funcionarios del Partido dan a las irregularidades de conducta de los sacerdotes a fin de desacreditar a la Iglesia, a la que por otra parte se asignan también pesados impuestos que algunas parroquias no pueden a veces pagar. Sin embargo, el Cardenal proclama orgullosamente que la Iglesia polaca, aunque es más pobre en bienes mundanales que la de otros países, es en cambio más rica en fe, lo que es ciertamente verdad.
   Muchos de los altos funcionarios del partido siguen manteniendo secretas relaciones con la Iglesia. Con comunismo o sin él, la ceremonia religiosa, a los ojos de la mayoría de los polacos, sigue siendo todavía lo que hace válido el matrimonio.
   Los funcionarios del Gobierno, por ejemplo, celebran frecuentemente una ceremonia civil pública, que repiten luego furtivamente en alguna iglesia alejada.
  Todas estas presiones que aún sigue ejerciendo el régimen, quizá sean aliviadas por Edward Giereck, dirigente del partido comunista polaco desde diciembre de 1970, que ha afirmado que “tanto los creyentes como los no creyentes construirán juntos a Polonia”y ha prometido restaurar los derechos de la Iglesia sobre algunos bienes eclesiásticos que antiguamente poseía.
   Bajo Wyszinski y Gierek Polonia sigue siendo una nación tanto católica como comunista.
   Esto es lo que ha logrado el cardenal Stefan Wyszinski, que en la lucha por la coexistencia ha demostrado también la falsedad del lema “antes rojo que muerto”, ya que ni él ni su rebaño son rojos ni están muertos, aunque los comunistas gobiernen el país. Wyszinski y sus fieles han logrado el sorprendente éxito de perseverar con armas que no pueden medirse en megatoneladas : la fe y el valor.
   En esto deben meditar hoy no sólo los católicos, sino también muchos intelectuales y dirigentes políticos de Occidente. 

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