¿EN QUÉ lugar del mundo se celebra una manifestación de
una iglesia triunfante en medio de un pueblo fervorosamente devoto?
Lo sorprendente es que se trata de la Varsovia
comunista, en el mes de junio del año de gracia de 1971, y que el hombre que
avanza bajo el palio (fiesta del Corpus Christi) no es otro que el cardenal
Stefan Wyszinski, arzobispo metropolitano de Gniezno y Varsovia, Primado de
Polonia. Y aún es más sorprendente que a la mitad del recorrido de la
procesión el Cardenal se detenga para pronunciar un sermón en el que ataca al
Gobierno comunista de su país.
“Hijos míos”,
dice utilizando una fórmula que ahora muchos estiman anticuada, pero que él
sigue usando por sentirse realmente un verdadero pastor de su rebaño, “como
nación protegida de Dios, unida por los lazos de la fe, deseamos trabajar en
paz para satisfacer nuestras necesidades, que son numerosas, pero que serán
satisfechas antes y de manera mejor cuando todos tengamos la conciencia de ser
auténticos ciudadanos a los que se reconozcan y respeten unos derechos básicos
entre los que figuran los de los católicos de Polonia. Si la Iglesia ha sido
maltratada en el pasado, la primera medida para lograr ahora una total
normalización debe ser la de reparar los errores cometidos y las injusticias
inferidas a los creyentes”.
Ciertamente,
la Iglesia ha sido maltratada en Polonia. Cuando, al terminar la segunda guerra
mundial, los comunistas se hicieron con el poder, su propósito patente era
eliminar las creencias religiosas. De
igual manera que en el resto de Europa
Oriental, en Polonia se inició una era de persecuciones. En un sistema en que el Gobierno controla
toda la actividad económica y –lo que es quizá más importante para el hombre
común- la concesión de viviendas, las oportunidades que se les ofrecían a los
comunistas eran ilimitadas. No fueron raros los casos de violencia física
contra los sacerdotes. Igual que Stefan Wyszinski fueron encarcelados los
cardenales Mindszenty de Hungría, Stepinac de Yugoslavia y Beran de
Checoslovaquia. Pero en ningún país
volvió a resurgir la Iglesia como lo ha hecho en Polonia, donde es hoy aún más
fuerte que antes de la guerra.
Lo que
principalmente diferenció el caso de Polonia de los demás fue la personalidad y
la profunda vocación del cardenal Wyszinski. Stefan Wyszinski nació el 3 de
agosto de 1901 en la aldea de Zuzela, en Polonia central. Hijo de un organista
de iglesia, a los cinco años Stefan le dijo a su madre en cierta ocasión : “He
soñado que me había casado y había constituido una familia. Pero eso es
imposible. !Tengo que ser sacerdote!”
Y podía haber
añadido, como ferviente patriota que ha sido durante toda su vida, que tenía
que ser un sacerdote polaco. En 1909, cuando Polonia estaba todavía dividida
entre Prusia, Austria y el Imperio Ruso, había en el parque Saski de Varsovia
un gran montón de piedras que los niños rusos y polacos utilizaban para sus
batallas. El pequeño Stefan era el cabecilla de los muchachos polacos. Vestido
de una camisa blanca sobre la que flameaba una corbata roja, enarbolaba una
improvisada bandera polaca y la plantaba con ademán desafiante en la cima del
montón de piedras, único territorio polaco “liberado” en aquella época. Mucho
después, cuando el levantamiento de Varsovia de 1944, tuvo el orgullo de servir
de capellán con las tropas de Resistencia polacas que combatían en las afueras
de la capital.
En los
primeros tiempos de su carrera, su mala salud estuvo a punto de frustrar su
vocación sacerdotal. Cuando estaba en el
seminario durante la primera guerra mundial, enfermó de tuberculosis y no se
pudo ordenar con sus compañeros de curso. Al fin, al cumplir los 23 años,
recibió las órdenes y celebró su primera misa el el santuario de Jasna Gora,
cerca de Czestachowa, templo de la amada Virgen Negra de Polonia. El reverendo
Wyszinski se convirtió pronto en uno de los más eruditos escritores católicos :
tiene hasta la fecha cerca de 250 publicaciones entre libros, ensayos y
artículos.
En 1946 fue
consagrado Obispo de Lublin y tres años después elegido arzobispo de Gniezno
(la diócesis más antigua de Polonia, creada en el año 966) y de Varsovia. Cuando en 1953 ascendió al
cardenalato, la tensión entre la Iglesia y el Gobierno polacos eran muy grande
y el régimen no le permitió ir a Roma para asistir a la ceremonia de su
consagración.
Poco tiempo
después la policía política se presentó en su residencia de Varsovia para
detenerlo. Baca, el perro pastor blanco del cardenal, acudió en defensa de su
amo y mordió a uno de los agentes policíacos. Antes de que se lo llevasen, con
la única compañía de un breviario y un rosario, el Cardenal ordenó
inmediatamente que llamaran a una monja para que curase la herida del policía.
Para aislarlo
totalmente del mundo exterior, lo fueron llevando luego de un extremo a otro de
Polonia, confinándolo en cuatro prisiones distintas bajo guardia reforzada.
Pero su rebaño no lo olvidó. Cuando se celebró la fiesta de la consagración de
la nación polaca a la fe católica, se reunieron en el santuario de la Virgen
Negra de Czestochowa miles de peregrinos, muchos de los cuales habían tenido
que andar cientos de kilómetros para llegar al templo. En las inmediaciones del
santuario se había colocado el trono del Primado, en el que unas cuantas rosas
rojas simbolizaban la presencia entre la muchedumbre del Cardenal encarcelado.
En octubre de
1956, meses después de los violentos disturbios que se extendieron por todo el
país, el Gobierno, puesto en situación difícil, envoi a dos de sus ministros
para que visitasen al Cardenal en la cárcel y le pidieran que volviese a
Varsovia, a lo que él accedió. Aunque el Gobierno intentó mantener en
secreto el momento de su llegada a la
capital, la noticia cundió rápidamente por Varsovia y una multitud delirante
de miles de personas lo aclamó en la estación. A los ojos del pueblo de
Varsovia, el regreso de Wyszinski representaba una victoria en pro de la futura libertad de Polonia.
Desde
entonces el cardenal Wyszinski ha trabajado infatigablemente para mantener la
Iglesia despierta y activa. En 1957, el año siguiente a su liberación,
pronunció 576 conferencias y sermones. Diariamente trabaja en las oficinas de la
arquidiócesis de Varsovia, instaladas en
un palacio del siglo XVII donde la paz y el silencio son sólo perturbados de
tarde en tarde por el callado paso de alguna figura vestida de negro. El
Cardenal encaja perfectamente en este ambiente. De estatura media, erguido y
delgado, sus ojos de un azul acerado refulgen en la palidez del rostro. Su
característica señera es la serenidad :
un apacible desapego de todas las pequeñeces y vanidades superficiales
que suelen regir las relaciones humanas.
Aunque el
pueblo ve en su ecuánime y firme Cardenal a un caudillo nacional, a un hombre
tan identificado con su país como lo estuvieron de Gaulle con Francia y Gandhi
con la India, Wyszinski insiste
terminantemente en que él no desempeña ningún papel en la política secular y
apoya su posición en la creencia inconmovible de que todo gobierno humano es
transitorio, mientras que la Iglesia es eterna. En el mes de junio de 1971
declaró : “No comprometeremos la verdad ni los plenos derechos de la Iglesia
para lograr unos beneficios pasajeros… La Iglesia tiene mucho tiempo por
delante… hasta la consumación de los siglos”.
Como han
comprobado los dirigentes comunistas de Polonia, no es fácil derrotar en una
lucha política a un hombre que piensa en términos de eternidad. El mismo
Wyszinski alude a la fortaleza que le da este pensamiento contando la
siguiente anécdota:
“Cuando los
Nazis estaban invadiendo a Polonia, me encontré en un camino con una unidad del
Ejército polaco. Un soldado me pidió confesión y ambos nos metimos en una zanja
para defendernos de los aviones alemanes que ametrallaban a la gente aglomerada
en la carretera. Mientras escuchaba la confesión, me fijé en un campesino que
con toda calma seguía trabajando en un campo distante sólo unos pocos metros
del caos que reinaba en la carretera. Al terminar mi misión, me acerqué al
labriego y le pregunté :
“- ¿Cómo es
posible que pueda usted seguir trabajando cuando todo el mundo huye y no hay
más que destrucción a su alrededor? !No creo que nadie más que usted conserve
aquí la calma!
“El campesino
contestó:
“-Yo aro y
siembro. Si no recojo la cosecha, otros la recogerán. Mi granero puede
incendiarse, pero el grano que ha caído en el suelo está seguro y crecerá en su
día”.
Hablando
recientemente a un grupo de jóvenes sacerdotes, Wyszinski les contó la historia
y añadió luego : "En torno suyo caían las bombas y tableteaban las
ametralladoras, pero el hombre seguía con su trabajo… Sed como él. Sembrad la
palabra de Dios en el alma de los hombres como lo hicieron Cristo y sus
apóstoles”.
El mismo
Cardenal ha continuado “sembrando”, aun cuando a su alrededor caían las
peligrosas bombas de una ideología hostil. En una de sus apariciones ante el
público durante la crisis entre el Estado y la Iglesia, el Cardenal especificó
que hablaba “para los creyentes y para los no creyentes, y para los que se
hallan aquí cumpliendo con su deber”, con lo que aludía a la presencia de los
agentes de la policía secreta que vigilaban las palabras del Primado para ver
si pronunciaba alguna frase “subversiva”. Cuando después del servicio el
Cardenal atravesaba la nave central saludando a sus amigos y bendiciendo a la
congregación, se le acercaron dos hombres con ceñidos impermeables, que
indudablemente se hallaban allí “en cumplimiento de su deber”, y se
arrodillaron ante él besándole la mano mientras uno de ellos murmuraba:
-!Perdónenos
, ilustrísima!
A lo que el
Cardenal respondió:
-Recibid mi
bendición, hijos míos.
Durante los
años de persecución, Wyszinski mantuvo la misma fe inconmovible y serena. En la
actualidad el régimen trata al Cardenal con profunda deferencia, aunque
continúa molestando a los católicos practicantes. La presión oficial se
manifiesta desde cursos para la enseñanza del ateísmo hasta la publicidad que
los funcionarios del Partido dan a las irregularidades de conducta de los
sacerdotes a fin de desacreditar a la Iglesia, a la que por otra parte se
asignan también pesados impuestos que algunas parroquias no pueden a veces
pagar. Sin embargo, el Cardenal proclama orgullosamente que la Iglesia polaca,
aunque es más pobre en bienes mundanales que la de otros países, es en cambio
más rica en fe, lo que es ciertamente verdad.
Muchos de los
altos funcionarios del partido siguen manteniendo secretas relaciones con la
Iglesia. Con comunismo o sin él, la ceremonia religiosa, a los ojos de la
mayoría de los polacos, sigue siendo todavía lo que hace válido el matrimonio.
Los
funcionarios del Gobierno, por ejemplo, celebran frecuentemente una ceremonia
civil pública, que repiten luego furtivamente en alguna iglesia alejada.
Todas estas
presiones que aún sigue ejerciendo el régimen, quizá sean aliviadas por Edward
Giereck, dirigente del partido comunista polaco desde diciembre de 1970, que ha
afirmado que “tanto los creyentes como los no creyentes construirán juntos a
Polonia”y ha prometido restaurar los derechos de la Iglesia sobre algunos
bienes eclesiásticos que antiguamente poseía.
Bajo
Wyszinski y Gierek Polonia sigue siendo una nación tanto católica como
comunista.
Esto es lo
que ha logrado el cardenal Stefan Wyszinski, que en la lucha por la
coexistencia ha demostrado también la falsedad del lema “antes rojo que
muerto”, ya que ni él ni su rebaño son rojos ni están muertos, aunque los
comunistas gobiernen el país. Wyszinski y sus fieles han logrado el
sorprendente éxito de perseverar con armas que no pueden medirse en
megatoneladas : la fe y el valor.
En esto deben
meditar hoy no sólo los católicos, sino también muchos intelectuales y
dirigentes políticos de Occidente.
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