Huérfanos de Jesús nos retraemos
medrosos y encogidos.
Rugen los enemigos
circundantes,
Laxos nosotros, ellos
engreídos.
Nueva María, la Materna Iglesia
entre nosotros, consolante,
aguarda.
¡La hora es congelada y
tenebrosa!
¡Cómo la lumbre de los
cielos tarda!
Un formidable viento huracanado
nuestro albergue sacude:
¿Es la persecución, o es el
Espíritu
que en ella nos visita y nos
acude?
Fuego de Dios a nuestras frentes baje,
intelecto de amor en ellas
prenda,
y con lumbres de gozo y de
martirio
nuestras almas encienda.
Como el viento impetuoso; como el fuego,
candente nuestro celo se
propague,
¡y juzguen ebriedad de los
sentidos
la divina embriaguez que nos
embriague!
Todos transverberados, desechemos
nuestro albergue precario,
y escuche todo oído en toda
lengua
el subversor mensaje del
calvario.
Nuevo diluvio de aguas tormentosas
trae en cruda zozobra
nuestra barca.
¡Vuelve, Amor, con el ramo
de olivo!
¡Vuelve, Paloma, a serenar
el arca!
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