Hasta Celestina clamó
justicia.
En la obra “La Celestina”,
atribuida a Fernando Rojas, hay gritos escandalosos de la vieja avara y
mentirosa Celestina. Son gritos que hasta ahora tienen ecos sonoros. Cuando ella
se niega compartir el dinero recibido de Calisto, sus cómplices Sempronio, Pármeno
y Elicia amenazan matarla. En ese instante la vieja grita con el fin de ser
escuchada: ¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi
casa estos rufianes!
Los familiares de los
delincuentes también claman justicia.
Como aquella Celestina los
familiares de los delincuentes detenidos in fraganti y con las manos en la masa
salen a la calle para marchar y gritar: ¡Justicia, justicia! Claman justicia
sin pedir siquiera perdón a las víctimas del robo y asesinato.
Primero, deben responder a
estas dos preguntas ¿Amonestaron y castigaron a sus vástagos cuando éstos les
mostraron los primeros trofeos de sus robos? ¿Castigaron a sus vástagos ante
las primeras muestras de violencia contra la vida humana? Por el alto
porcentaje de robos y asesinatos -algunas veces los dos delitos al mismo
tiempo-, parece que los padres reclamantes de la justicia sólo engendraron
hijos, pero no los criaron con los valores positivos de la vida. Cuando esos
hijos llegaron a la edad escolar, los enviaron a las escuelas porque la
escolarización es obligatoria; pero no siguieron el proceso de la educación de
sus hijos por estar “muy ocupados” o porque “confiaron en la escuela”.
Después de formar con falsos valores en el
hogar salen a la calle a pedir justicia. Y, desgraciadamente, reciben el apoyo
de alguna institución que no considera las maldades cometidas.
¿Los familiares de las
víctimas reciben el mismo apoyo? Los defensores de los derechos humanos,
primero, deben distinguir bien entre los victimarios y víctimas. Defender sólo
a los delincuentes es fomentar más delincuencia.
El delincuente de cualquier
color de piel y nacionalidad, de cualquier estrato social, debe pagar su delito
porque ha causado dolor y sufrimiento a sus víctimas y familiares.
¿Perdón sin arrepentimiento?
Los que capturan, torturan y
matan a los opositores no merecen el indulto. Los que desaparecen los cuerpos
victimados para no dejar huellas no merecen el indulto. Los que esterilizan a
los pobres para bajar el porcentaje de pobreza no merecen el indulto. Los que
justifican las violaciones de los derechos humanos no merecen el indulto.
El perdón es para los
arrepentidos y no para los autojustificadores. Los arrepentidos son los que
asumen la culpa y muestran el cambio mental que conduce al cambio de conducta.
Por esta realidad nuestra
sociedad queda dividida entre victimarios y víctimas.
Justicia, palabra sin
sentido
¡Ay justicia!, palabra que,
por ser tan usada, está perdiendo su verdadero significado que se refiere al
valor humano. Justicia, palabra que se va quedando vacía de contenido.
El asesino se justifica en
voz baja o en voz alta y desafiante: Yo
sólo hice justicia. Yo capturé, torturé y desaparecí gente en nombre de la
justicia. Actué en nombre de la justicia. Yo hice cumplir la ley. Yo sólo
cumplí las órdenes de mis superiores. Y los superiores evaden su
responsabilidad diciendo que, aunque hubieran dado órdenes, no las ejecutaron.
Y algunas veces, niegan haber dado tales órdenes.
Los civiles y uniformados
usan la violencia contra otros en nombre de la justicia, en nombre de la patria
y en nombre de la ley.
Si el asesino es religioso,
porque también se mata en nombre de la divinidad, dice: Yo serví a mi religión.
Yo cumplí la santa voluntad de dios -y cuando escribe el sustantivo referente a
la divinidad lo hace con la letra mayúscula, posiblemente para mayor gloria de
Dios-.
El ladrón también se
justifica: “Yo robé por necesidad” (hambre, medicina urgente). Podría ser
comprensible una vez. Pero hay quienes siguen robando y repitiendo la misma
justificación. “Yo robé porque otros también roban” (se refiere a las malas
autoridades políticas y militares, a los empresarios, a los comerciantes
quienes, aunque robaron, no están en la cárcel).
La víctima pide justicia
porque la justicia no se aplica a su favor. Y, como nadie cumple la justicia,
quiere hacerse la justicia por sus propias manos. Así el círculo se cierra.
¿Quién debe impartir la
justicia?
Las instituciones que deben
velar y aplicar la justicia están muy difamadas porque muchas sentencias
dependen de la contratación de abogados expertos y de buenas relaciones en
todos los niveles. El que puede pagar más tiene el mejor equipo de defensa, y
es declarado inocente aunque, sea culpable realmente. Todo depende del poderoso
don dinero. Da la apariencia de que la “interpretación” de la ley es arbitraria
y no según la semántica de la lengua; según el cliente que llega al juzgado.
Y son los profesionales de
Leyes los que más hablan de “interpretación auténtica”, “interpretación
doctrinal” aunque no hayan estudiado Hermenéutica ni Traductología.
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