Deshacer un
matrimonio, incluso un mal matrimonio, nunca es agradable. Pero si se toma
conciencia de las verdaderas causas, el trauma resultará menos fuerte ; hombre
y mujer podrán así encaminarse hacia un nuevo y saludable comienzo.
PEDRO Y LAURA se casaron con apresuramiento ; él, despechado tras un
fracaso amoroso ; ella, porque ansiaba salir de la casa paterna. Y no tardaron
en lamentar tal precipitación. Durante seis turbulentos años riñeron por todo
lo habido y por haber : desde definir quién iba a administrar el dinero hasta
determinar quién corregiría a los hijos. Él enfermó de úlcera gástrica ; ella,
de jaquecas frecuentes. Cuando a la postre
deshicieron su matrimonio, ambos debían haber sentido un inmenso alivio. Sin
embargo, tan pronto como recobró su anhelada libertad, Pedro echó de menos su
hogar; en cuanto a Laura, cuando le entregaron la sentencia de divorcio, sufrió
un colapso nervioso.
A nadie asombra que
una separación deseada sólo por uno de los cónyuges redunde en sufrimiento y
amargura. Lo desconcertante es que el divorcio constituya una experiencia
traumática aun cuando ambas partes deseen separarse. Aunque hay excepciones a
esta regla, la disolución del vínculo matrimonial, aun en la pareja mal
avenida, generalmente origina depresión anímica y una insospechada sensación de
pérdida. Cierta señora recientemente divorciada comentaba no hace mucho lo
siguiente : “Creía odiar a mi marido… pero cuando se marchó lloré por las
noches durante varias semanas hasta quedarme dormida”.
¿ Por qué es tan doloroso el divorcio ? Porque en nuestra
sociedad se ve en el matrimonio feliz uno de los factores del éxito en la vida.
Por tanto, su derrumbe produce un terrible sentimiento de fracaso. El
antropólogo Paul Bohannan observa : “Una de las razones por las que el recién
casado se siente tan dichoso es que se sabe elegido entre una muchedumbre de
personas. Y una de las causas que hacen del divorcio una experiencia tan
dolorosa, es la íntima convicción de haber sido repudiado”.
Al sentimiento de
fracaso se suman, en muchos casos, los de culpa y vergüenza : los divorciados
han privado a los hijos del hogar y de la unidad familiar. Además, han
traicionado a sus padres (“Soporté durante 20 años mi pésimo matrimonio porque
no me atrevía a hacer sufrir a mi madre”, me confesó una amiga mía). Y en forma
vaga, semiconsciente, anida en ellos el sentimiento de que han quebrantado el contrato social. Aunque el divorcio ya no se considera
deshonroso, subsiste el general prejuicio contra él y a favor del matrimonio ; de
cualquier clase de matrimonio. Es práctica rutinaria de los sicólogos citar las
estadísticas de divorcios en el mismo
capítulo que las de criminalidad, delincuencia juvenil, toxicomanías y
enfermedades mentales, todo ello como síntomas de perturbación social.
La soledad es un
problema que afecta a todos los divorciados. “A decir verdad, ansiaba volver a
se dueña de mis actos y de mi tiempo”, me reveló cierta dama de 37 años de
edad, divorciada y sin hijos. “Pero ahora los días me parecen interminables. ¿ Sabe usted cuánto tiempo
tarda uno en comer cuando no hay nadie más a la mesa ? ¡Diez minutos! No es que
Antonio me haga falta, no. Lo que añoro es el calor de otro ser humano en casa.
Entiéndame bien: aunque se pase uno la vida riñendo con el compañero, existe una comunicación”. Cuando se lleva casado algún tiempo, perder al cónyuge equivale a perder parte de uno mismo. Dos personas que viven juntas, sea cual sea la calidad de su relación, establecen cierta forma de conducta que moldea su mundo. ¿ Quién para la alarma del despertador ? ; ¿quién lleva a los niños al colegio ? ; pequeñeces que se tornan hábito. Su ruptura produce un vacío repentino. ¿ Podemos hacer algo para mitigar el trauma síquico del divorcio y para ayudar a los divorciados durante el difícil período de readaptación ? “Sí”, contesta el sicoterapeuta especialista en la conducta familiar y profesor de sicología dela Universidad de Temple,
James Framo que ha tratado a muchas parejas a punto de divorciarse. Framo ha
inventado varios métodos terapéuticos para aliviar lo más posible el
sufrimiento y la destrucción que acarrea el divorcio. Sus propósitos son
aminorar la amargura de la separación y
ayudar a los interesados haciéndoles tomar decisiones eminentemente prácticas.
“Sobre todo”, apunta, “trato de liberarlos de los sentimientos de culpa y de
odio. Mientras uno de ellos considere al ex cónyuge como enemigo, la pareja no
habrá logrado separarse en lo emocional. El odio es un sentimiento que nos liga
a alguien; no deja de ser una relación”.
Entiéndame bien: aunque se pase uno la vida riñendo con el compañero, existe una comunicación”. Cuando se lleva casado algún tiempo, perder al cónyuge equivale a perder parte de uno mismo. Dos personas que viven juntas, sea cual sea la calidad de su relación, establecen cierta forma de conducta que moldea su mundo. ¿ Quién para la alarma del despertador ? ; ¿quién lleva a los niños al colegio ? ; pequeñeces que se tornan hábito. Su ruptura produce un vacío repentino. ¿ Podemos hacer algo para mitigar el trauma síquico del divorcio y para ayudar a los divorciados durante el difícil período de readaptación ? “Sí”, contesta el sicoterapeuta especialista en la conducta familiar y profesor de sicología de
El remedio idóneo
contra el odio y la amargura es la comprensión. Por ello, lo primero que hace
Framo es estudiar, junto con la pareja que ha resuelto a divorciarse, la
dinámica del matrimonio fracasado para averiguar dónde estuvo la falla.
Aconseja que tanto el hombre como la mujer que analicen el historial de su
matrimonio, además de sus experiencias en el seno de la familia en que se
criaron. El individuo aprende de su familia normas de conducta y adquiere
expectativas que suele llevar consigo al matrimonio, lo cual a veces resulta
desastroso. Por ejemplo, la joven que se cría al lado de un padre seco,
indiferente, quizá nunca haya tenido la oportunidad de exteriorizar su
desengaño. Por tanto, acaso opte por
casarse con un hombre inferior a ella, predispuesta a repudiarlo antes de que
él la repudie.
“La gente hace al
cónyuge y a los hijos lo que antes les hicieron a ellos”, aclara Framo. Y
procura que los padres y los hermanos de ambos participen en las sesiones de
sicoterapia. “Se trata de descubrir de quién o de qué se están divorciando”,
añade. También organiza sesiones con
los hijos de la pareja para averiguar sus reacciones, aliviar su angustia y
asegurarles que no son responsables de la separación de sus padres. Para poder rehacer su vida, los cónyuges que
han decidido separarse deben quedar libres del corrosivo sentimiento de fracaso
que acompaña a todo divorcio. Framo se enfrenta a este problema considerando
que los pacientes son tres : la esposa, el marido y la relación de uno con el
otro. El rompimiento de tal relación acaso sea resultado de la tensión que
imponen dos temperamentos irreconciliables ; quizá un hombre afecto a la
exactitud y a la disciplina se case con una mujer tierna e impulsiva con la
esperanza de que ella enriquezca su vida emocional, y descubra después que no
puede soportar tanto apasionamiento. El matrimonio puede también disolverse por
la acción del tiempo, como en el caso de dos personas que se casan demasiado
jóvenes, y luego maduran en distintas direcciones. El que estas parejas no
puedan conservar su unión no significa que carezcan de lo que solía denominarse
“aptitud para el matrimonio”. Simplemente tuvieron un enlace desafortunado.
Además de tratar
los problemas emocionales, Framo ayuda a la pareja a llegar a un acuerdo en las
cuestiones prácticas, tales como el monto de la pensión de alimentos, el
sostenimiento de los hijos, la repartición de los bienes y el derecho de
visitar a los hijos. Considera que es
preferible zanjar estas cuestiones antes de que cualquiera de los dos consulte
con un abogado, ya que todos estos asuntos, en apariencia meros trámites
legales, están cargados de emotividad.
Lo ideal sería que
toda pareja dispuesta a separarse se sometiera a alguna clase de terapia de
divorcio o de matrimonio. Cuando ello sea imposible, quizá ayuden estas
indicaciones :
- La sensación de hallarse en esa situación socialmente equívoca que la mayoría de la gente atribuye al divorcio, puede resolverse de dos maneras. La mujer recién separada de su marido podría comunicarlo por escrito a sus amigos y amigas recurriendo a una breve carta, o bien, si se encuentra con alguno de ellos, puede ahorrarle un mal rato yendo directamente al grano : “¿ Sabías que Juan y yo nos hemos separado ?”
- La persona recién divorciada deberá hacer un gran esfuerzo para abandonar los viejos hábitos. Si trata de seguir la antigua rutina (despertar con el mismo programa matutino, ir al cine…), el período de sufrimiento se prolongará más de lo normal. Es preferible adoptar nuevos hábitos respecto a las comidas, las horas de sueño, la ropa y la actividad social…
- Aproveche la oportunidad de hacer lo que nunca ha podido: inscríbase en algún curso, consígase un empleo que le ocupe parte del día, practique el yoga, comprométase en alguna labor de beneficencia. Deje de elaborar proyectos para un futuro lejano y piense sólo en lo actual, en el ahora.
“El divorcio no significa una
derrota”, asevera Framo. “Incluso puede significar la victoria sobre una
elección neurótica de compañero. ¿ Conoce usted la palabra china que denota
crisis ? Contiene dos ideogramas : uno significa desastre; el otro, oportunidad. Pues bien, el divorcio es
una crisis, y en cierto sentido un desastre; pero si se sabe manejar la
situación, puede convertirse en aquello a que tan irreflexivamente solemos
llamar superación de la libertad : librarnos de la culpa, de la ira, de la
autoconmiseración, del deseo de venganza… En suma, puede significar la libertad
para volver a amar”.
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