sábado, 20 de octubre de 2012

¿POR QUÉ ES TAN DOLOROSO EL DIVORCIO? Por Fredelle MAYNARD


   Deshacer un matrimonio, incluso un mal matrimonio, nunca es agradable. Pero si se toma conciencia de las verdaderas causas, el trauma resultará menos fuerte ; hombre y mujer podrán así encaminarse hacia un nuevo y saludable comienzo.
                                                       PEDRO Y LAURA se casaron con apresuramiento ; él, despechado tras un fracaso amoroso ; ella, porque ansiaba salir de la casa paterna. Y no tardaron en lamentar tal precipitación. Durante seis turbulentos años riñeron por todo lo habido y por haber : desde definir quién iba a administrar el dinero hasta determinar quién corregiría a los hijos. Él enfermó de úlcera gástrica ; ella, de jaquecas frecuentes.   Cuando a la postre deshicieron su matrimonio, ambos debían haber sentido un inmenso alivio. Sin embargo, tan pronto como recobró su anhelada libertad, Pedro echó de menos su hogar; en cuanto a Laura, cuando le entregaron la sentencia de divorcio, sufrió un colapso nervioso.

   A nadie asombra que una separación deseada sólo por uno de los cónyuges redunde en sufrimiento y amargura. Lo desconcertante es que el divorcio constituya una experiencia traumática aun cuando ambas partes deseen separarse. Aunque hay excepciones a esta regla, la disolución del vínculo matrimonial, aun en la pareja mal avenida, generalmente origina depresión anímica y una insospechada sensación de pérdida. Cierta señora recientemente divorciada comentaba no hace mucho lo siguiente : “Creía odiar a mi marido… pero cuando se marchó lloré por las noches durante varias semanas hasta quedarme dormida”.

¿ Por qué es tan doloroso el divorcio ? Porque en nuestra sociedad se ve en el matrimonio feliz uno de los factores del éxito en la vida. Por tanto, su derrumbe produce un terrible sentimiento de fracaso. El antropólogo Paul Bohannan observa : “Una de las razones por las que el recién casado se siente tan dichoso es que se sabe elegido entre una muchedumbre de personas. Y una de las causas que hacen del divorcio una experiencia tan dolorosa, es la íntima convicción de haber sido repudiado”.

   Al sentimiento de fracaso se suman, en muchos casos, los de culpa y vergüenza : los divorciados han privado a los hijos del hogar y de la unidad familiar. Además, han traicionado a sus padres (“Soporté durante 20 años mi pésimo matrimonio porque no me atrevía a hacer sufrir a mi madre”, me confesó una amiga mía). Y en forma vaga, semiconsciente, anida en ellos el sentimiento  de que han quebrantado el contrato social.    Aunque el divorcio ya no se considera deshonroso, subsiste el general prejuicio contra él y a favor del matrimonio ; de cualquier clase de matrimonio. Es práctica rutinaria de los sicólogos citar las estadísticas de divorcios  en el mismo capítulo que las de criminalidad, delincuencia juvenil, toxicomanías y enfermedades mentales, todo ello como síntomas de perturbación social.

   La soledad es un problema que afecta a todos los divorciados. “A decir verdad, ansiaba volver a se dueña de mis actos y de mi tiempo”, me reveló cierta dama de 37 años de edad, divorciada y sin hijos. “Pero ahora los días me parecen  interminables. ¿ Sabe usted cuánto tiempo tarda uno en comer cuando no hay nadie más a la mesa ? ¡Diez minutos! No es que Antonio me haga falta, no. Lo que añoro es el calor de otro ser humano en casa.

   Entiéndame bien: aunque se pase uno la vida riñendo con el compañero, existe una comunicación”. Cuando se lleva casado algún tiempo, perder al cónyuge equivale a perder parte de uno mismo. Dos personas que viven juntas, sea cual sea la calidad de su relación, establecen cierta forma de conducta que moldea su mundo. ¿ Quién para la alarma del despertador ? ; ¿quién lleva a los niños al colegio ? ;  pequeñeces que se tornan hábito. Su ruptura produce un vacío repentino. ¿ Podemos hacer algo para mitigar el trauma síquico del divorcio y para ayudar a los divorciados durante el difícil período de readaptación ? “Sí”, contesta el sicoterapeuta especialista en la conducta familiar y profesor de sicología de la Universidad de Temple, James Framo que ha tratado a muchas parejas a punto de divorciarse. Framo ha inventado varios métodos terapéuticos para aliviar lo más posible el sufrimiento y la destrucción que acarrea el divorcio. Sus propósitos son aminorar  la amargura de la separación y ayudar a los interesados haciéndoles tomar decisiones eminentemente prácticas. “Sobre todo”, apunta, “trato de liberarlos de los sentimientos de culpa y de odio. Mientras uno de ellos considere al ex cónyuge como enemigo, la pareja no habrá logrado separarse en lo emocional. El odio es un sentimiento que nos liga a alguien; no deja de ser una relación”.

   El remedio idóneo contra el odio y la amargura es la comprensión. Por ello, lo primero que hace Framo es estudiar, junto con la pareja que ha resuelto a divorciarse, la dinámica del matrimonio fracasado para averiguar dónde estuvo la falla. Aconseja que tanto el hombre como la mujer que analicen el historial de su matrimonio, además de sus experiencias en el seno de la familia en que se criaron. El individuo aprende de su familia normas de conducta y adquiere expectativas que suele llevar consigo al matrimonio, lo cual a veces resulta desastroso. Por ejemplo, la joven que se cría al lado de un padre seco, indiferente, quizá nunca haya tenido la oportunidad de exteriorizar su desengaño. Por tanto,  acaso opte por casarse con un hombre inferior a ella, predispuesta a repudiarlo antes de que él la repudie.

   “La gente hace al cónyuge y a los hijos lo que antes les hicieron a ellos”, aclara Framo. Y procura que los padres y los hermanos de ambos participen en las sesiones de sicoterapia. “Se trata de descubrir de quién o de qué se están divorciando”, añade.      También organiza sesiones con los hijos de la pareja para averiguar sus reacciones, aliviar su angustia y asegurarles que no son responsables de la separación de sus padres.   Para poder rehacer su vida, los cónyuges que han decidido separarse deben quedar libres del corrosivo sentimiento de fracaso que acompaña a todo divorcio. Framo se enfrenta a este problema considerando que los pacientes son tres : la esposa, el marido y la relación de uno con el otro. El rompimiento de tal relación acaso sea resultado de la tensión que imponen dos temperamentos irreconciliables ; quizá un hombre afecto a la exactitud y a la disciplina se case con una mujer tierna e impulsiva con la esperanza de que ella enriquezca su vida emocional, y descubra después que no puede soportar tanto apasionamiento. El matrimonio puede también disolverse por la acción del tiempo, como en el caso de dos personas que se casan demasiado jóvenes, y luego maduran en distintas direcciones. El que estas parejas no puedan conservar su unión no significa que carezcan de lo que solía denominarse “aptitud para el matrimonio”. Simplemente tuvieron un enlace desafortunado.

   Además de tratar los problemas emocionales, Framo ayuda a la pareja a llegar a un acuerdo en las cuestiones prácticas, tales como el monto de la pensión de alimentos, el sostenimiento de los hijos, la repartición de los bienes y el derecho de visitar a los hijos.    Considera que es preferible zanjar estas cuestiones antes de que cualquiera de los dos consulte con un abogado, ya que todos estos asuntos, en apariencia meros trámites legales, están cargados de emotividad.

   Lo ideal sería que toda pareja dispuesta a separarse se sometiera a alguna clase de terapia de divorcio o de matrimonio. Cuando ello sea imposible, quizá ayuden estas indicaciones :
  • La sensación de hallarse en esa situación socialmente equívoca que la mayoría de la gente atribuye al divorcio, puede resolverse de dos maneras. La mujer recién separada de su marido podría comunicarlo por escrito a sus amigos y amigas recurriendo a una breve carta, o bien, si se encuentra con alguno de ellos, puede ahorrarle un mal rato yendo directamente al grano : “¿ Sabías que Juan y yo nos hemos separado ?”
  • La persona recién divorciada deberá hacer un gran esfuerzo para abandonar los viejos hábitos. Si trata de seguir la antigua rutina (despertar con el mismo programa matutino, ir al cine…), el período de sufrimiento se prolongará más de lo normal. Es preferible adoptar nuevos hábitos respecto a las comidas, las horas de sueño, la ropa y la actividad social…
  • Aproveche la oportunidad de hacer lo que nunca ha podido: inscríbase en algún curso, consígase un empleo que le ocupe parte del día, practique el yoga, comprométase en alguna labor de beneficencia. Deje de elaborar proyectos para un futuro lejano y piense sólo en lo actual, en el ahora.
“El divorcio no significa una derrota”, asevera Framo. “Incluso puede significar la victoria sobre una elección neurótica de compañero. ¿ Conoce usted la palabra china que denota crisis ? Contiene dos ideogramas : uno significa desastre;  el otro, oportunidad. Pues bien, el divorcio es una crisis, y en cierto sentido un desastre; pero si se sabe manejar la situación, puede convertirse en aquello a que tan irreflexivamente solemos llamar superación de la libertad : librarnos de la culpa, de la ira, de la autoconmiseración, del deseo de venganza… En suma, puede significar la libertad para volver a amar”.

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