viernes, 7 de junio de 2013

PAGANINI / Ignacio SANJUÁN

EL VIOLÍN es junto al piano, el instrumento que domina el mundo concertístico. Un virtuoso descubrirá en él posibilidades insospechadas: Paganini / Ignacio SANJUAN
PAGANINI
Los testimonio críticos de la época nos acercan a la percepción que existía del virtuoso italiano. Una crítica del año 1813, durante sus conciertos de presentación en Alemania, nos muestra una valoración muy positiva pero centrando su atención en los elementos técnicos:
   “Su forma de tocar es simplemente increíble. Tiene pasajes rapidísimos y muy especiales, caracterizados por grandes saltos, y notas dobles que nunca se han escuchado de manos de ningún otro violinista. Ejecuta los pasajes más difíciles a dos, tres y cuatro voces utilizando una genial digitación, única a mi parecer. Es capaz de imitar la sonoridad de los instrumentos de viento y presenta la escala cromática en registros muy agudos, justo al lado del puente, con una sonoridad tan nítida que es prácticamente imposible de creer. Deja sorprendidos a sus oyentes con los pasajes de máxima dificultad tocados en una sola cuerda y, como si se tratara de una broma, puntea un bajo acompañante en otra cuerda”.
   Años más tarde, en una serie de conciertos en Londres, la crítica se ha rendido ya al hechizo del violinista:
   “Este ha sido el más espectacular de todos los acontecimientos musicales; el más increíble, maravilloso, triunfante, inaudito, singular, extraordinario e incomprensible, tanto que nos ha dejado estupefactos. La primera pieza, resplandeciente de atractivas melodías que descubrían pasajes de originalidad centelleante, de esa audacia extrema de la cual sólo Paganini posee el secreto, ya que es el único capaz de tocarlas, fue obsequiada con un aplauso clamoroso… Venda usted lo que sea, empeñe cualquier cosa y vaya a escuchar a Paganini.”
    Uno de los problemas que tenemos al acercarnos  a la figura de Paganini es su conversión –durante su vida- en un mito, es decir, una figura a la que se adorna, se enriquece con elementos de leyenda, se transforma su persona y su música, hasta llegar a formar lo que podemos denominar el Paganini-mito, imposible para nosotros de separar del Paganini-realidad.
   El romanticismo encontró el héroe –o antihéroe- que el hecho de virtuosismo necesitaba. Un artista que dominase de tal manera su instrumento que no pareciera real, un nuevo Orfeo. Pero si en el XVIII encantaba el Mozart inocente, niño prodigio, en este XIX de romanticismo exaltado, músicos enfermos y desesperados (como en los cuentos de Hoffman) la imagen de un Paganini oscuro, con secretos, prisiones, amores o pactos con el diablo pronto condicionó la percepción de su música. Un fragmento de su biografía servirá de ejemplo. Una especialidad de Paganini era la interpretación en una única cuerda. El origen de esta técnica lo narra el mismo, en una historia bastante romántica de por sí. La idea nació improvisando para su amante la obra Scena amorosa, en la que se utilizaban dos cuerdas: mi y sol, “la cuarta cuerda representaba el hombre, y la cuerda aguda la mujer”. La princesa Elise, la hermana de Napoleón, le sugirió que si era capaz de hacer lo imposible con dos cuerdas, ¿sería una suficiente? Continúa Paganini: “Esta idea intrigó mi imaginación, y alguna semanas más tarde compuse una sonata titulada Napoleón para la cuarta cuerda, y la toqué ante una corte abarrotada y brillante. Mi predilección por la cuerda sol data de entonces”.
   La historia es ciertamente del gusto del siglo XIX: una amante, improvisación, desafíos técnicos, triunfo final… Pero la versión que el público aceptaba era otra: condenado por asesinar a una de sus amantes, el carcelero, temiendo que pudiera ahorcarse, le permitió tocar el violín, pero le proporcionó tan sólo una cuerda…
   No hay duda de que esta precepción condicionaba la escucha: Liszt en su juventud, tras escuchar a Paganini escribía en una carta: ¡Qué hombre, qué violín qué artista! ¡Oh Dios, qué dolor y sufrimiento, qué tormento en aquellas cuatro cuerdas!”
   Existían voces –como Goethe- que criticaban al virtuoso, juzgando vacías sus composiciones. Pero –y esto es significativo- son los compositores los que más admiran a Paganini: Chopin, Liszt, Schumann, Brahms… todos escriben obras que tienen su origen en las composiciones y el virtuosismo del violinista. Rossini afirmó, con su sentido del humor : “Sólo he llorado tres veces en mi vida: la primera cuando fracasó mi primera ópera; la segunda, cuando, en una fiesta en un barco, un pavo trufado cayó al agua; la tercera, cuando escuché tocar a Paganini por primera vez”. Descubrió a los compositores que el instrumento –cualquier instrumento- podía no tener fronteras físicas, prácticamente todo aquello que pensara el compositor podía hacerse. Había que trabajar… o hacer un pacto con el diablo.
   Así que el comentario sobre las obras del violinista italiano que han llegado hasta nosotros es inseparable de su condición de intérprete. Sus partituras se transformaban en su interpretación. Y encontramos aquí lo más importante: de otros virtuosos, la alabanza se queda en la técnica, en la admiración que despiertan en una audiencia atónita, como en un espectáculo circense. Paganini va en otra dirección: su virtuosismo busca la conmoción sentimental del oyente, ese “llorar” de Rossini, el terror de Liszt, el escuchar –incluso ver- el sufrimiento… Es un virtuoso plenamente romántico, que busca la comunión de sentimientos con el oyente; virtuosismo para hacer sentir (como en el teatro), no para admirar (como en el circo). No se trata de que toque con una cuerda: sino que la gente llore cuando toca con una cuerda. Un escritor de la época lo percibía con claridad: “No es sólo la perfección técnica, la cual le asegura su mágico dominio el instrumento; es más bien que posee un espíritu artístico que penetra en los más profundos secretos de la belleza y abre la puerta de un romántico reino encantado que estaba cerrado para nosotros”.
   Los seis conciertos para violín y orquesta de Paganini han de ser escuchados teniendo esto presente: son conciertos brillantes, con una forma clásica, pero buscan el acercamiento a la sensibilidad del oyente, despertar en él sentimientos: terror, sorpresa, dolor… de una manera quizás, para nuestra estética, algo exagerada, efectista o “teatral”. Pero todos los grandes músicos del siglo XIX cayeron bajo el hechizo de Paganini, ¿seremos nosotros capaces de rechazarlo?

AUDIOCLÁSICA  Nº 24

No hay comentarios:

Publicar un comentario