EL VIOLÍN es
junto al piano, el instrumento que domina el mundo concertístico. Un virtuoso
descubrirá en él posibilidades insospechadas: Paganini / Ignacio SANJUAN
PAGANINI
Los
testimonio críticos de la época nos acercan a la percepción que existía del
virtuoso italiano. Una crítica del año 1813, durante sus conciertos de
presentación en Alemania, nos muestra una valoración muy positiva pero
centrando su atención en los elementos técnicos:
“Su forma de tocar es simplemente increíble.
Tiene pasajes rapidísimos y muy especiales, caracterizados por grandes saltos,
y notas dobles que nunca se han escuchado de manos de ningún otro violinista.
Ejecuta los pasajes más difíciles a dos, tres y cuatro voces utilizando una
genial digitación, única a mi parecer. Es capaz de imitar la sonoridad de los
instrumentos de viento y presenta la escala cromática en registros muy agudos,
justo al lado del puente, con una sonoridad tan nítida que es prácticamente
imposible de creer. Deja sorprendidos a sus oyentes con los pasajes de máxima
dificultad tocados en una sola cuerda y, como si se tratara de una broma,
puntea un bajo acompañante en otra cuerda”.
Años más tarde, en una serie de conciertos
en Londres, la crítica se ha rendido ya al hechizo del violinista:
“Este ha sido el más espectacular de todos
los acontecimientos musicales; el más increíble, maravilloso, triunfante,
inaudito, singular, extraordinario e incomprensible, tanto que nos ha dejado
estupefactos. La primera pieza, resplandeciente de atractivas melodías que
descubrían pasajes de originalidad centelleante, de esa audacia extrema de la
cual sólo Paganini posee el secreto, ya que es el único capaz de tocarlas, fue
obsequiada con un aplauso clamoroso… Venda usted lo que sea, empeñe cualquier
cosa y vaya a escuchar a Paganini.”
Uno de los problemas que tenemos al
acercarnos a la figura de Paganini es su
conversión –durante su vida- en un mito, es decir, una figura a la que se
adorna, se enriquece con elementos de leyenda, se transforma su persona y su
música, hasta llegar a formar lo que podemos denominar el Paganini-mito,
imposible para nosotros de separar del Paganini-realidad.
El romanticismo encontró el héroe –o
antihéroe- que el hecho de virtuosismo necesitaba. Un artista que dominase de
tal manera su instrumento que no pareciera real, un nuevo Orfeo. Pero si en el
XVIII encantaba el Mozart inocente, niño prodigio, en este XIX de romanticismo
exaltado, músicos enfermos y desesperados (como en los cuentos de Hoffman) la
imagen de un Paganini oscuro, con secretos, prisiones, amores o pactos con el
diablo pronto condicionó la percepción de su música. Un fragmento de su
biografía servirá de ejemplo. Una especialidad de Paganini era la interpretación
en una única cuerda. El origen de esta técnica lo narra el mismo, en una
historia bastante romántica de por sí. La idea nació improvisando para su
amante la obra Scena amorosa, en la
que se utilizaban dos cuerdas: mi y sol, “la cuarta cuerda representaba el
hombre, y la cuerda aguda la mujer”. La princesa Elise, la hermana de Napoleón,
le sugirió que si era capaz de hacer lo imposible con dos cuerdas, ¿sería una
suficiente? Continúa Paganini: “Esta idea intrigó mi imaginación, y alguna
semanas más tarde compuse una sonata titulada Napoleón para la cuarta cuerda, y la toqué ante una corte
abarrotada y brillante. Mi predilección por la cuerda sol data de entonces”.
La historia es ciertamente del gusto del
siglo XIX: una amante, improvisación, desafíos técnicos, triunfo final… Pero la
versión que el público aceptaba era otra: condenado por asesinar a una de sus
amantes, el carcelero, temiendo que pudiera ahorcarse, le permitió tocar el
violín, pero le proporcionó tan sólo una cuerda…
No hay duda de que esta precepción
condicionaba la escucha: Liszt en su juventud, tras escuchar a Paganini
escribía en una carta: ¡Qué hombre, qué violín qué artista! ¡Oh Dios, qué dolor
y sufrimiento, qué tormento en aquellas cuatro cuerdas!”
Existían voces –como Goethe- que criticaban
al virtuoso, juzgando vacías sus composiciones. Pero –y esto es significativo-
son los compositores los que más admiran a Paganini: Chopin, Liszt, Schumann,
Brahms… todos escriben obras que tienen su origen en las composiciones y el
virtuosismo del violinista. Rossini afirmó, con su sentido del humor : “Sólo he
llorado tres veces en mi vida: la primera cuando fracasó mi primera ópera; la
segunda, cuando, en una fiesta en un barco, un pavo trufado cayó al agua; la
tercera, cuando escuché tocar a Paganini por primera vez”. Descubrió a los
compositores que el instrumento –cualquier instrumento- podía no tener
fronteras físicas, prácticamente todo aquello que pensara el compositor podía
hacerse. Había que trabajar… o hacer un pacto con el diablo.
Así que el comentario sobre las obras del
violinista italiano que han llegado hasta nosotros es inseparable de su
condición de intérprete. Sus partituras se transformaban en su interpretación.
Y encontramos aquí lo más importante: de otros virtuosos, la alabanza se queda
en la técnica, en la admiración que despiertan en una audiencia atónita, como
en un espectáculo circense. Paganini va en otra dirección: su virtuosismo busca
la conmoción sentimental del oyente, ese “llorar” de Rossini, el terror de
Liszt, el escuchar –incluso ver- el sufrimiento… Es un virtuoso plenamente
romántico, que busca la comunión de sentimientos con el oyente; virtuosismo
para hacer sentir (como en el teatro), no para admirar (como en el circo). No
se trata de que toque con una cuerda: sino que la gente llore cuando toca con
una cuerda. Un escritor de la época lo percibía con claridad: “No es sólo la
perfección técnica, la cual le asegura su mágico dominio el instrumento; es más
bien que posee un espíritu artístico que penetra en los más profundos secretos
de la belleza y abre la puerta de un romántico reino encantado que estaba
cerrado para nosotros”.
Los seis conciertos para violín y orquesta
de Paganini han de ser escuchados teniendo esto presente: son conciertos brillantes,
con una forma clásica, pero buscan el acercamiento a la sensibilidad del
oyente, despertar en él sentimientos: terror, sorpresa, dolor… de una manera
quizás, para nuestra estética, algo exagerada, efectista o “teatral”. Pero
todos los grandes músicos del siglo XIX cayeron bajo el hechizo de Paganini,
¿seremos nosotros capaces de rechazarlo?
AUDIOCLÁSICA Nº 24
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