viernes, 3 de febrero de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

LUZ DE LAS TINIEBLAS

Señor: Hoy voy a hablarte del cine, ya que celebramos la fiesta de san Juan Bosco, el simpático fundador de los Salesianos, que mereció, con sus sanas veladas recreativas de los domingos, el patronazgo de las salas oscuras.

Tu Iglesia, Señor, ha ido evolucionando en su aprecio al cine, desde una postura inicial de reserva hasta la exhortación del concilio Vaticano II a los católicos, para que manejen el más poderoso instrumento de comunicación social en la difusión del bien.

Pero todavía quedan muchos fieles, Señor, que sólo ven en el cine sus sombras, sin fijarse en lo que tiene de luz. Es verdad que resulta innegable la definición de un autor italiano, según el cual “el cine linda por el Norte con el arte y por el Sur con la pornografía”. Sin embargo, ello se debe no a la malicia inherente al cine, apellidado por Pío XII “invento digno de la mayor admiración”, sino de que, como siempre, “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”.

Por eso, Señor, hoy quiero pedirte un cine mejor, que sea el resultado del trabajo en equipo de todos cuantos están relacionados con él. Que haya guionistas de buena voluntad creadores de historias constructivas. Que haya directores honestos, plasmadores de la belleza en el celuloide. Que haya artistas al servicio del arte y no de la inmoralidad. Que haya productores y distribuidores al servicio del público y no de sucios intereses. Que haya espectadores responsables a la hora de sacar su entrada para el cine.

 Rafael de Andrés.



DOM. V DEL TIEMPO ORDINARIO


Sal y luz de la tierra

“Ustedes son la sal de la tierra. Y si la sal se vuelve desabrida, ¿con qué se le puede devolver el sabor? Ya no sirve para nada sino para echarla a la basura o para que la pise la gente.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende una lámpara para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Así, pues,  debe brillar su luz ante los hombres, para que ven sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos”. Mateo, 5, 13-16

Normalmente, cuando hablamos de la sal, acudimos a ejemplos culinarios para explicar su significado y tácitamente convenimos que con la expresión de la sal, Jesús nos quiere enseñar equilibrio (ni insípido ni salado), serenidad (el punto medio), pero se nos olvida que sal, en el contexto del profeta Jeremías indica Alianza. Pues la sal nunca perderá su sabor, pero su alianza sí puede dejar de ser la razón que vincule al pueblo con Dios. Algo similar ocurre con la luz. Nos valemos de ejemplos de iluminación, de transparencia, pero es necesario recordar que la luz que espera Jesús de nosotros, es el testimonio que ofrecemos de su amor ante los demás.


Jesús nos llama a cambiar el mundo. Esto no significa que toda la humanidad va a ser católica. Pero la Iglesia debe ser sal y luz, iluminar y dar sabor.

La sal y la luz. Todo su valor está en hacer ver el color y el sabor de cada cosa, en destacar lo auténtico de los demás. Es así como salvamos al mundo.

La Iglesia en su conjunto tiene que ser esta ciudad construida sobre un cerro, que todos puedan notar: un lugar fraternal y una casa donde se hospeda la verdad.

DE MI ÁLBUM

                                         Celendín

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