DE: ORACIONES SIGLO XX
LUZ DE LAS TINIEBLAS
Señor: Hoy voy a hablarte del cine, ya que celebramos la
fiesta de san Juan Bosco, el simpático fundador de los Salesianos, que mereció,
con sus sanas veladas recreativas de los domingos, el patronazgo de las salas
oscuras.
Tu Iglesia, Señor, ha ido evolucionando en su aprecio al
cine, desde una postura inicial de reserva hasta la exhortación del concilio
Vaticano II a los católicos, para que manejen el más poderoso instrumento de
comunicación social en la difusión del bien.
Pero todavía quedan muchos fieles, Señor, que sólo ven en
el cine sus sombras, sin fijarse en lo que tiene de luz. Es verdad que resulta
innegable la definición de un autor italiano, según el cual “el cine linda por
el Norte con el arte y por el Sur con la pornografía”. Sin embargo, ello se
debe no a la malicia inherente al cine, apellidado por Pío XII “invento digno
de la mayor admiración”, sino de que, como siempre, “los hijos de las tinieblas
son más sagaces que los hijos de la luz”.
Por eso, Señor, hoy quiero pedirte un cine mejor, que sea
el resultado del trabajo en equipo de todos cuantos están relacionados con él.
Que haya guionistas de buena voluntad creadores de historias constructivas. Que
haya directores honestos, plasmadores de la belleza en el celuloide. Que haya
artistas al servicio del arte y no de la inmoralidad. Que haya productores y
distribuidores al servicio del público y no de sucios intereses. Que haya
espectadores responsables a la hora de sacar su entrada para el cine.
Rafael de Andrés.
DOM. V DEL TIEMPO ORDINARIO
Sal y luz de la tierra
“Ustedes son la sal de la tierra. Y si
la sal se vuelve desabrida, ¿con qué se le puede devolver el sabor? Ya no sirve
para nada sino para echarla a la basura o para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se
puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende una lámpara
para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a fin de que
alumbre a todos los de la casa. Así, pues,
debe brillar su luz ante los hombres, para que ven sus buenas obras y
glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos”. Mateo, 5, 13-16
Normalmente, cuando hablamos de la sal, acudimos a ejemplos culinarios
para explicar su significado y tácitamente convenimos que con la expresión de
la sal, Jesús nos quiere enseñar equilibrio (ni insípido ni salado), serenidad
(el punto medio), pero se nos olvida que sal, en el contexto del profeta
Jeremías indica Alianza. Pues la sal nunca perderá su sabor, pero su alianza sí
puede dejar de ser la razón que vincule al pueblo con Dios. Algo similar ocurre
con la luz. Nos valemos de ejemplos de iluminación, de transparencia, pero es
necesario recordar que la luz que espera Jesús de nosotros, es el testimonio
que ofrecemos de su amor ante los demás.
Jesús nos llama a cambiar el
mundo. Esto no significa que toda la humanidad va a ser católica. Pero la
Iglesia debe ser sal y luz, iluminar y dar sabor.
La sal y la luz.
Todo su valor está en hacer ver el color y el sabor de cada cosa, en destacar
lo auténtico de los demás. Es así como salvamos al mundo.
La Iglesia en su conjunto
tiene que ser esta ciudad construida
sobre un cerro, que todos puedan notar: un lugar fraternal y una casa donde
se hospeda la verdad.
DE MI ÁLBUM
Celendín
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