Ya hace años se notaba, un poco en todas
partes del mundo, la ascensión de un pensamiento conservador y de movimientos
que se definían como de derechas. Con eso se apuntaba a un tipo de sociedad en
la cual el orden prevalecía sobre la libertad, los valores tradicionales se
imponían a los modernos, y la supremacía de la autoridad se sobreponía a la
libertad democrática.
Este fenómeno se deriva de
muchos factores, pero principalmente por la erosión de las referencias de valor
que daban cohesión a una sociedad y proporcionaban un sentido colectivo de
convivencia. El predominio de la cultura del capital con sus propósitos ligados
al individualismo, a la acumulación ilimitada de bienes materiales y
principalmente a la competición dejando de hecho escaso espacio para la
cooperación, contaminó prácticamente a toda la humanidad, generando confusión
ético-espiritual y pérdida de pertenencia a una única humanidad, habitando una
Casa Común. Emergió la sociedad líquida, en el lenguaje de Bauman, en la cual
nada es sólido, a lo que hay que añadir el espíritu posmoderno del every thing
goes, del vale todo, en la medida en que lo que cuenta es realizar el objetivo
buscado por cada uno, de acuerdo a sus preferencias.
Ante esta dilución de
estrellas-guía surgió su opuesto dialéctico: la búsqueda de seguridad, de
orden, de autoridad, de normas claras y de caminos bien definidos. En la del
conservadurismo y de la derecha en política, en ética y en religión se
encuentra este tipo de visión de las cosas. Está a un paso del fascismo como se
verificó en la Alemania de Hitler y en la Italia de Mussolini.
En Europa, en América Latina
y en Estados Unidos estas tendencias han ido ganando fuerza social y política.
En Brasil este espíritu conservador, derechista fue el que moldeó el golpe de
clase jurídico-parlamentario que destituyó a la Presidenta Dilma Rousseff. Lo
que siguió ha sido la implantación de políticas claramente de derechas,
anti-pueblo, negadoras de derechos sociales y retrógradas en términos
culturales.
Pero esa tendencia
conservadora ha alcanzado su dimensión más expresiva en la potencia central del
sistema-mundo, Estados Unidos, confirmada por la elección de Donald Trump como
presidente de ese país. Aquí el conservadurismo y la política de derechas se
muestran sin metáforas y de forma descarada e incluso áspera.
En sus primeros actos, Trump
ha empezado a desmontar las conquistas sociales alcanzadas por Obama.
Nacionalismo, patriotismo, conservadurismo, aislacionismo son sus
características más claras.
Su discurso inaugural es
aterrador: “de hoy en adelante una nueva visión gobernará nuestra tierra. A
partir de este momento Estados Unidos será lo primero”. Lo “primero” (first)
aquí debe ser entendido como “sólo (only) Estados Unidos va a contar”.
Radicaliza su visión al término de su discurso con evidente arrogancia: ”Juntos
haremos que Estados Unidos vuelva a ser fuerte. Haremos que Estados Unidos
vuelva a ser próspero. Haremos que Estados Unidos vuelva a ser orgulloso.
Haremos que Estados Unidos vuelva a ser seguro de nuevo. Y juntos haremos que
Estados Unidos sea grande de nuevo”.
Subyacente a estas palabras
funciona la ideología del “destino manifiesto”, de la excepcionalidad de
Estados Unidos, siempre presente en los presidentes anteriores inclusive en
Obama. Es decir, Estados Unidos posee una misión única y divina en el mundo, la
de llevar sus valores de derechos, de la propiedad privada y de la democracia
liberal al resto de la humanidad.
Para él, el mundo no existe.
Y si existe es visto de forma negativa. Rompe los lazos de solidaridad con los
aliados tradicionales como la Unión Europea y deja a cada país libre para
eventuales aventuras contra sus contendientes históricos, abriendo espacio al
expansionismo de potencias regionales, incluyendo eventualmente guerras
letales.
De la personalidad de Trump
se puede esperar todo. Habituado a negocios tenebrosos como son, de modo
general, los negocios inmobiliarios neoyorquinos, sin ninguna experiencia
política, puede desencadenar crisis enormemente amenazadoras para el resto de
la humanidad, como por ejemplo, una eventual guerra contra China o Corea del
Norte, donde no se excluiría la utilización de armas nucleares.
Su personalidad denota
características psicológicas desviadas, narcisista y con un ego superinflado,
mayor que su propio país.
La frase que nos asusta es
esta: de hoy en adelante una nueva visión gobernará la tierra. No sé si está
pensando solo en Estados Unidos o en el planeta Tierra. Probablemente las dos
cosas para él se identifican. Si fuera verdad, tendremos que rezar para que no
ocurra lo peor para el futuro de la civilización.
Leonardo BOFF/ 3 de febrero-17
DE MI ÁLBUM
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