Se dice que Dios es brasilero, no el Dios de
la ternura de los humildes, sino el Moloc de los amonitas que devora a sus
hijos. Somos uno de los países más desiguales, injustos y violentos del mundo.
Teológicamente vivimos en una situación de pecado social y estructural en
contradicción con el proyecto de Dios. Basta considerar lo que ocurrió en las
prisiones de Manaus, Rondônia y Roraima. Es pura barbarie: la furia decapita,
perfora los ojos y arranca el corazón.
No hay una violencia en
Brasil. Estamos asentados sobre estructuras histórico-sociales violentas,
oriundas del genocidio indígena, del colonialismo humillante y del esclavismo
inhumano. Y no hay cómo superar esas estructuras sin antes superar esta
tradición nefasta.
¿Cómo hacerlo? Es un desafío
que demanda una transformación colosal de nuestras relaciones sociales. ¿Será
posible todavía o estamos condenados a ser un país paria? Veo que es posible, a
condición de seguir, entre otros, estos dos caminos elaborados desde abajo: la
gestación de un pueblo, a partir de los movimientos sociales, y la instauración
de una democracia social de base popular.
La gestación de un pueblo:
los que nos colonizaron no vinieron para crear una nación, sino para fundar una
empresa comercial a fin de enriquecerse rápidamente, hacerse hidalgos (hijos de
algo), regresar a Portugal y disfrutar de la riqueza acumulada. Sometieron
primero a los indios y después trajeron a los negros africanos como mano de
obra esclava. Se creó aquí una masa humana dominada por las élites, humillada y
despreciada hasta los días actuales.
Exceptuando revueltas
anteriores, a partir de los años 30 del siglo pasado hubo un cambio histórico.
Surgieron los sindicatos y los más variados movimientos sociales. En su seno
fueron surgiendo actores sociales conscientes, críticos, con voluntad de
modificar la realidad social y de gestar las semillas de una sociedad más
participativa y democrática.
La articulación de esas
asociaciones ha generado el movimiento popular brasilero. Está haciendo de la
masa un pueblo organizado que no existía antes como pueblo, pero que ahora está
naciendo. Obliga a la sociedad política a escucharlo, a negociar, y a disminuir
de esta manera los niveles de violencia estructural.
La creación de una
democracia social, de base popular: tenemos una democracia representativa de
bajísima intensidad, llena de vicios políticos, corrupta, con representantes
electos, en general, por las grandes empresas, a cuyos intereses representan.
Pero en contrapartida, como
fruto de la organización popular, ya se han producido partidos populares o
segmentos de partidos progresistas e incluso liberales-burgueses o
tradicionalmente de izquierda que postulan reformas profundas en la sociedad y
buscan conquistar el poder del Estado, ya sea municipal, estatal o federal.
Esta democracia
participativa se basa, fundamentalmente, en estas cuatro patas, como las de una
mesa:
- participación, la más
amplia posible, de todos, de abajo hacia arriba, de tal suerte que cada uno se
pueda considerar como ciudadano activo;
- igualdad, que resulta de
los grados de participación; ella da al ciudadano más oportunidades de vivir
mejor. Frente a las desigualdades existentes, hay que fortalecer la solidaridad
social;
- respeto a las diferencias
de todo orden; por eso, una sociedad democrática debe ser pluralista,
multiétnica, pluri-religiosa y con varios tipos de propiedad;
- valorización de la
subjetividad humana; el ser humano no es solo un actor social, es una persona,
con su visión del mundo y que cultiva valores de cooperación y solidaridad que
humanizan las instituciones y las estructuras sociales.
Esta mesa está asentada
además sobre una base, sin la cual no se sostiene: una nueva relación con la
naturaleza y con la Tierra, nuestra Casa Común, como recalca la encíclica
ecológica del Papa Francisco. En otras palabras, esta democracia deberá
incorporar el momento ecológico, fundado en otro paradigma. El vigente,
centrado en el poder y la dominación en función de la acumulación ilimitada, ha
encontrado una frontera insuperable: los límites de la Tierra y de sus bienes y
servicios no renovables. Una Tierra limitada no soporta un proyecto de
crecimiento ilimitado. Por forzar estos límites, asistimos al calentamiento
global y a los eventos extremos vividos en este año de 2017 con nevadas en casi
toda Europa que no ocurrían desde hace cien años.
Esta conciencia de los
límites, que crece más y más, nos obliga a pensar en un nuevo paradigma de
producción, de consumo y de reparto de los recursos escasos entre los humanos y
también con la comunidad de vida (la flora y la fauna que también son creadas
por la Tierra y necesitan sus nutrientes). Aquí entran los valores del cuidado,
de la corresponsabilidad y de la solidaridad de todos con todos, sin los cuales
el proyecto jamás prosperará.
A partir de estas premisas
podemos pensar en la superación de nuestras estructuras sociales violentas. El resto
es trampear con el cambio, para que nada cambie.
Leonardo BOFF/ 17 de enero del 2017
DE MI ÁLBUM
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