Desde el 19
de marzo de 1994, por la “toma de posesión, canónica, de la casa parroquial” en Santo
Dominguito, la comunidad parroquial trujillana, celebraba anualmente los dos
acontecimientos importantes de la vida de Wenceslao Calderón [por ser párroco fundador]: el
cumpleaños y el aniversario de su ordenación (Marzo/20 y Diciembre/18); y en buen
ambiente, las Bodas de Oro, 1998), hasta el 2005.
Estos variados homenajes le permitía escuchar lo que decían sobre él y sus obras, por lo que decía: “Ya me tienen (por) muerto”, porque sólo allí [sepelio] se escucha la calidad y cantidad de hechos para inmortalizarse de alguna manera. Sólo lo bueno.
Con razón, François Mauriac, decía: “La muerte / guarda a nuestros seres amados y los inmortaliza en su adorable juventud”.
Estos variados homenajes le permitía escuchar lo que decían sobre él y sus obras, por lo que decía: “Ya me tienen (por) muerto”, porque sólo allí [sepelio] se escucha la calidad y cantidad de hechos para inmortalizarse de alguna manera. Sólo lo bueno.
Con razón, François Mauriac, decía: “La muerte / guarda a nuestros seres amados y los inmortaliza en su adorable juventud”.
Hay
constancia (Libro: Predicación según el Deuteronomio) de aquellos encuentros,
destacándose el del 2002 con ocasión de la Bendición del techo de lo que hoy es
el Templo de dicha parroquia, episodio publicado en el blog con fecha 13 de
setiembre del 2011 que con frecuencia es visitado bajo el título: Homenaje en
el día de su cumpleaños / Lluvias de Primavera, cosechas de verano y cantos de
alegría.
Asimismo,
este año, por el 9º aniversario de su muerte, 21 de febrero, el Padre César
Iturriate nos invitó, a los pocos familiares, a la misa a celebrarse con su
comunidad bien compacta y ofrecida a instancia de alguna iniciativa, compartida
y muy agradecida. De nuestra parte, renovamos el agradecimiento.
El homenaje a
los 92 años de su nacimiento, estriba en
la publicación de las palabras que él no las oyó, pero tal vez, las intuyó por
tratarse del amigo, del paisano, del escribiente familiar como se autotitula
Saniel y las del sobrino, con el mismo afán, por feliz coincidencia y que ahora,
desde donde está, las puede confirmar.
EL PADRE
WENSHE / SANIEL LOZANO ALVARADO
Yo no lo
conocí arriba, en el pueblo serrano, sino en mi adolescencia, aquí en Trujillo,
cuando fue mi profesor de religión en el colegio. Mi padre me decía que juntos
habían participado en varias palomilladas, hasta que, sin darse cuenta, el día
menos pensado, el jovencito Wenceslao dejó Salpo y se vino a Trujillo.
El Padre
“Wenshe” (la palabra es el “hipocorístico” de Venceslao o “Vence”, como se dice
en Salpo) perteneció a una familia de honda raigambre espiritual y religiosa.
Su hermano mayor, Monseñor Andrés Ulises Calderón, fue magnífico orador
sagrado, filósofo idealista y músico, porque creía que el universo era una
sinfonía perfecta, lo más próxima a lo divino, y gran propulsor de la primera
Casa de la Cultura del Perú, cuando el Instituto Nacional de Cultura no
existía. Sobrino de ambos es el prestigioso violinista Francisco Pereda
Calderón y también el padre Manuel Calderón Ávila, de fecundo apostolado en
Alemania, en una parroquia “hermana” de la de Santo Dominguito y El Bosque.
A fines del
año 60, el padre Wenshe participó activamente en el movimiento de renovación de
la iglesia y en su opción por los pobres, fermento de la corriente eclesial que
desembocaría en la Teología de la Liberación, que más tarde lideraría el padre
Gustavo Gutiérrez.
En realidad,
era el mismo movimiento que en Brasil encabezaba Helder Cámara, arzobispo de
Recife, declarado opositor al “colonialismo norteamericano” y que acusaba a la
iglesia católica de “graves errores”; en Colombia, Camilo Torres, de intensa
prédica contra las clases dominantes; en Ecuador, el cardenal Pablo Muñoz Vera
proponía orientar los gastos de armamentos en ayuda a los países
subdesarrollados; y aquí en Perú, el párroco de Chivay (Arequipa) Pablo Hagan
(?), para la celebración de la eucaristía sustituyó la casulla por el poncho,
tomó pan ordinario y adoptó el cáliz de barro.
Esta última
imagen la asocié el 25 de febrero del 2005 en los actos de sus funerales,
cuando el padre Wenshe bebía
ordinariamente el vino de un cáliz peruano, (de arcilla).
Otro detalle:
En 1969 más de ochenta sacerdotes declararon que el pueblo debía lograr su
liberación; que el clero y los laicos debían participar en los nombramientos
episcopales; que ellos mismos empezarían por desprenderse de sus privilegios y
que se ganarían la vida por su cuenta, de manera que determinaban condenando el
capitalismo.
Era
demasiado; estos curas están locos, decía la gente, mientras que el gobierno
los acusaba de comunistas. En Lima, Luis Bambarén, obispo de los pueblos
jóvenes fue metido preso. En Trujillo, el padre “Wenshe” jugó papel principal
en la organización del movimiento universitario católico y en la conformación
del Movimiento Obrero de Acción Católica, que condenó a los gobiernos que
tomaban represalias contra los sacerdotes y laicos “que luchaban al servicio
del pueblo”. Los cuestionadores acusaban al movimiento de adherirse con
simpatía a las guerrillas de Luis de la Puente y del Che Guevara.
Al retirarse
de la docencia universitaria, donde también participó en una corriente de
innovación pedagógica a través del Centro de Promoción Educativa de la
Universidad Nacional de Trujillo, se consagró totalmente a su apostolado
sacerdotal como párroco de Santo Dominguito y El Bosque, así como propició el
desarrollo parroquial de El Porvenir, La Esperanza y Florencia de Mora, sin
renunciar tampoco a sus ancestros nativos. Por eso, en cierta ocasión, en una
entrevista periodística (creo al cumplir ochenta años), declaró que ponía en
alquiler una casa con vista al mar, ubicada en el barrio Mansiche. Los
desavisados no se dieron cuenta de que ese barrio no era el trujillano de los
ficus añosos y longevos, sino el del mismo nombre, pero del pueblo de Salpo. Y
es que, todo salpino o foráneo, desde ese puntito del universo, en las alturas
liberteñas, debió extasiarse de niño, de joven y en sus ocasionales visitas,
ante las arrobadoras y extasiantes escenas del ocaso, al piecito nomás del
pétreo Ragach, el patrón telúrico de la comarca.
Ahora, ocurre
que el padre Wenshe ya no está con nosotros (21 de febrero). No sólo su familia
y su parroquia lo echan de menos, sino también, con sobradas razones, los
salpinos fiesteros que en cada setiembre de nuestra devoción a la Virgen de las
Mercedes, nos sometíamos, contritos y pesarosos, ante las certeras arengas y
censuras de sus homilías, respondernos a nosotros mismos. ¿Para qué tantos
castillos y bandas de músicos, nos decía, si con una o dos bastan? Porque
deberíamos pensar seriamente en el derroche de gastos y fastuosidades, mientras
mucha gente y el pueblo mismo se debaten en la pobreza y el abandono. Ahí le
escuchábamos, arrepentidos y cariacontecidos, proponiéndonos enmendar rumbos.
Estas líneas,
borrosas y temblorosas, sólo son pinceladas para una semblanza humana del
hombre sencillo y bueno, también de consistente formación humanística e
intelectual, como yo lo conocí, su exalumno y paisano. Nada más.
Dije que el
padre Wenceslao Calderón de la Cruz ya no está con nosotros; pero es un decir;
porque sus restos físicos, incinerados por sorprendente decisión propia, quedan
para siempre en una pequeña urna en el propio templo de la parroquia Cristo
Resucitado de Santo Dominguito. Allí lo podremos seguir visitando, seguros de
que nunca se ha ido; y por eso también, encontrándonos y recordándolo siempre,
siempre.
La Industria,
3 de marzo del 2005, publicado en el Libro “In memoriam”, 15 de febrero del
2006.
20 de marzo
del 2005. Iba a cumplir 83 años de vida y 56 de labor pastoral. Le faltaba un
mes para alcanzarlos. Bien sabemos que esta vida terminó el 21 de febrero, por lo que expresamente he puesto /no las oyó.
EL TIEMPO FUE TESTIGO / J. Luigi
Alegoría a la
labor de todo sacerdote: la de terminar para nuevamente empezar y nunca acabar,
como la de un buen jardinero. Ciertamente, se menciona “muertos y cementerio”;
pero éstos significan, “los que esperan y dormitorio”, respectivamente, o sea,
en el lugar de descanso. Bien se pueden referir al simple encuentro con él (el
homenajeado) en esta casa, en mi casa, mi calle, mi barrio, mi pueblo, mi país.
Hoy lo vi
llegar al cementerio con una flor en sus manos y un jardín en el alma.
Hoy lo vi
llegar, como siempre, con la mente y la mirada perdida en los horizontes del
pasado, mientras que un tráfico de palabras no lograba transponer sus oídos.
Su cuerpo,
cansado de cargar los años, se mecía lentamente en cada paso, sus manos
disfrazadas de ternura rompían los cristales del viento, como queriendo asir
una cadena de sueños que perdía sus eslabones en las lagunas del tiempo.
Domingo a
domingo, mientras que el sol está en lo alto, él llega para “vivir” entre los
muertos, a desempolvar un nombre y un recuerdo, a depositar una flor y una
esperanza.
Y siempre
hace un balance de lo vivido y va a rendir cuentas a quien escucha pero no
responde.
Cada cual
encuentra un modo diferente de vivir, de escapar o de esconderse, de aflorar o
sumergirse.
Todos tenemos
un sistema desigual para afrontar nuestro destino, pero todos perseguimos un
mismo ideal: hacer que la vida sea una rosa y cuidarnos de sus espinas que a
veces dejan heridas que sangran en nuestra eternidad.
Son los
hombres volúmenes de historia, que día a día llena una nueva página y muchas
veces nadie logra leer su contenido; los hechos se funden con las horas mismas
y sólo el recuerdo rescata algunos pasajes que siguen viviendo a través del
tiempo y la distancia.
Su historia
es tan simple como cualquier otra, si es que ponemos ante nuestros ojos el
lente de la indiferencia.
Sólo al que
planta la flor le duele que se le arranquen y más aún si cuando no llovió la
tuvo que regar con lágrimas.
Este fue un
hombre que soñó despierto, que luchó por crear y sembrar un jardín.
Vio nacer una
a una sus flores, las protegió con su vida.
Los días y
sus noches no eran suficientes para abonar el terreno, para combatir a las
inclemencias del tiempo, a las plagas, la maldad de la gente que movidas por la
envidia pisotearon su edén hasta destruirlo una y otra vez, sacando de la
entraña misma de la tierra sus raíces y envenenándola de tal forma que quedara
estéril.
Su lucha fue
vana, como vanas fueron sus súplicas… y hoy con las flores rescatadas trata de
encontrar en el presente, el pasado o el futuro, un pedazo de tierra virgen que
se abra a su semilla, a su esperanza y a sus sueños. Una tierra fértil que
acoja en sus entrañas la esencia de la vida misma, para que dé flores, para que
nazcan rosas con espinas, que en vez de herir defiendan, para perfumar
nuevamente los días y darle alegría y color a la vida.
Si alguna vez
llegara a sembrar su edén, lo veré nuevamente los domingos, caminando muy de
prisa, luciendo un jardín en las manos y sólo una flor en el alma…y volverá a
desempolvar un nombre, para enterrar un recuerdo del cual sólo… el tiempo fue
testigo.
(Libro: Predicación según el Deuteronomio, pág. 327, bajo el título: Discurso nonato)
(Libro: Predicación según el Deuteronomio, pág. 327, bajo el título: Discurso nonato)
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