lunes, 17 de marzo de 2014

20 DE MARZO: DÍA NATAL DE WENCESLAO CALDERÓN DE LA CRUZ / Saniel LOZANO y Alejandro PEREDA

Desde el 19 de marzo de 1994, por la “toma de posesión, canónica, de la casa parroquial” en Santo Dominguito, la comunidad parroquial trujillana, celebraba anualmente los dos acontecimientos importantes de la vida de Wenceslao Calderón [por ser párroco fundador]: el cumpleaños y el aniversario de su ordenación (Marzo/20 y Diciembre/18); y en buen ambiente, las Bodas de Oro, 1998), hasta el 2005.

  Estos variados homenajes le permitía escuchar lo que decían sobre él y sus obras, por lo que decía: “Ya me tienen (por) muerto”, porque sólo allí [sepelio] se escucha la calidad y cantidad de hechos para inmortalizarse de alguna manera. Sólo lo bueno.
Con razón, François Mauriac, decía: “La muerte /  guarda a nuestros seres amados y los inmortaliza en su adorable juventud”.

   Hay constancia (Libro: Predicación según el Deuteronomio) de aquellos encuentros, destacándose el del 2002 con ocasión de la Bendición del techo de lo que hoy es el Templo de dicha parroquia, episodio publicado en el blog con fecha 13 de setiembre del 2011 que con frecuencia es visitado bajo el título: Homenaje en el día de su cumpleaños / Lluvias de Primavera, cosechas de verano y cantos de alegría.

   Asimismo, este año, por el 9º aniversario de su muerte, 21 de febrero, el Padre César Iturriate nos invitó, a los pocos familiares, a la misa a celebrarse con su comunidad bien compacta y ofrecida a instancia de alguna iniciativa, compartida y muy agradecida. De nuestra parte, renovamos el agradecimiento.

   El homenaje a los 92 años de su nacimiento, estriba  en la publicación de las palabras que él no las oyó, pero tal vez, las intuyó por tratarse del amigo, del paisano, del escribiente familiar como se autotitula Saniel y las del sobrino, con el mismo afán, por feliz coincidencia y que ahora, desde donde está, las puede confirmar.

EL PADRE WENSHE / SANIEL LOZANO ALVARADO
Yo no lo conocí arriba, en el pueblo serrano, sino en mi adolescencia, aquí en Trujillo, cuando fue mi profesor de religión en el colegio. Mi padre me decía que juntos habían participado en varias palomilladas, hasta que, sin darse cuenta, el día menos pensado, el jovencito Wenceslao dejó Salpo y se vino a Trujillo.

   El Padre “Wenshe” (la palabra es el “hipocorístico” de Venceslao o “Vence”, como se dice en Salpo) perteneció a una familia de honda raigambre espiritual y religiosa. Su hermano mayor, Monseñor Andrés Ulises Calderón, fue magnífico orador sagrado, filósofo idealista y músico, porque creía que el universo era una sinfonía perfecta, lo más próxima a lo divino, y gran propulsor de la primera Casa de la Cultura del Perú, cuando el Instituto Nacional de Cultura no existía. Sobrino de ambos es el prestigioso violinista Francisco Pereda Calderón y también el padre Manuel Calderón Ávila, de fecundo apostolado en Alemania, en una parroquia “hermana” de la de Santo Dominguito y El Bosque.

   A fines del año 60, el padre Wenshe participó activamente en el movimiento de renovación de la iglesia y en su opción por los pobres, fermento de la corriente eclesial que desembocaría en la Teología de la Liberación, que más tarde lideraría el padre Gustavo Gutiérrez.

   En realidad, era el mismo movimiento que en Brasil encabezaba Helder Cámara, arzobispo de Recife, declarado opositor al “colonialismo norteamericano” y que acusaba a la iglesia católica de “graves errores”; en Colombia, Camilo Torres, de intensa prédica contra las clases dominantes; en Ecuador, el cardenal Pablo Muñoz Vera proponía orientar los gastos de armamentos en ayuda a los países subdesarrollados; y aquí en Perú, el párroco de Chivay (Arequipa) Pablo Hagan (?), para la celebración de la eucaristía sustituyó la casulla por el poncho, tomó pan ordinario y adoptó el cáliz de barro.

   Esta última imagen la asocié el 25 de febrero del 2005 en los actos de sus funerales, cuando el padre  Wenshe bebía ordinariamente el vino de un cáliz peruano, (de arcilla).

   Otro detalle: En 1969 más de ochenta sacerdotes declararon que el pueblo debía lograr su liberación; que el clero y los laicos debían participar en los nombramientos episcopales; que ellos mismos empezarían por desprenderse de sus privilegios y que se ganarían la vida por su cuenta, de manera que determinaban condenando el capitalismo.

   Era demasiado; estos curas están locos, decía la gente, mientras que el gobierno los acusaba de comunistas. En Lima, Luis Bambarén, obispo de los pueblos jóvenes fue metido preso. En Trujillo, el padre “Wenshe” jugó papel principal en la organización del movimiento universitario católico y en la conformación del Movimiento Obrero de Acción Católica, que condenó a los gobiernos que tomaban represalias contra los sacerdotes y laicos “que luchaban al servicio del pueblo”. Los cuestionadores acusaban al movimiento de adherirse con simpatía a las guerrillas de Luis de la Puente y del Che Guevara.

Al retirarse de la docencia universitaria, donde también participó en una corriente de innovación pedagógica a través del Centro de Promoción Educativa de la Universidad Nacional de Trujillo, se consagró totalmente a su apostolado sacerdotal como párroco de Santo Dominguito y El Bosque, así como propició el desarrollo parroquial de El Porvenir, La Esperanza y Florencia de Mora, sin renunciar tampoco a sus ancestros nativos. Por eso, en cierta ocasión, en una entrevista periodística (creo al cumplir ochenta años), declaró que ponía en alquiler una casa con vista al mar, ubicada en el barrio Mansiche. Los desavisados no se dieron cuenta de que ese barrio no era el trujillano de los ficus añosos y longevos, sino el del mismo nombre, pero del pueblo de Salpo. Y es que, todo salpino o foráneo, desde ese puntito del universo, en las alturas liberteñas, debió extasiarse de niño, de joven y en sus ocasionales visitas, ante las arrobadoras y extasiantes escenas del ocaso, al piecito nomás del pétreo Ragach, el patrón telúrico de la comarca.

   Ahora, ocurre que el padre Wenshe ya no está con nosotros (21 de febrero). No sólo su familia y su parroquia lo echan de menos, sino también, con sobradas razones, los salpinos fiesteros que en cada setiembre de nuestra devoción a la Virgen de las Mercedes, nos sometíamos, contritos y pesarosos, ante las certeras arengas y censuras de sus homilías, respondernos a nosotros mismos. ¿Para qué tantos castillos y bandas de músicos, nos decía, si con una o dos bastan? Porque deberíamos pensar seriamente en el derroche de gastos y fastuosidades, mientras mucha gente y el pueblo mismo se debaten en la pobreza y el abandono. Ahí le escuchábamos, arrepentidos y cariacontecidos, proponiéndonos enmendar rumbos.

   Estas líneas, borrosas y temblorosas, sólo son pinceladas para una semblanza humana del hombre sencillo y bueno, también de consistente formación humanística e intelectual, como yo lo conocí, su exalumno y paisano. Nada más.

   Dije que el padre Wenceslao Calderón de la Cruz ya no está con nosotros; pero es un decir; porque sus restos físicos, incinerados por sorprendente decisión propia, quedan para siempre en una pequeña urna en el propio templo de la parroquia Cristo Resucitado de Santo Dominguito. Allí lo podremos seguir visitando, seguros de que nunca se ha ido; y por eso también, encontrándonos y recordándolo siempre, siempre.
La Industria, 3 de marzo del 2005, publicado en el Libro “In memoriam”, 15 de febrero del 2006.

20 de marzo del 2005. Iba a cumplir 83 años de vida y 56 de labor pastoral. Le faltaba un mes para alcanzarlos. Bien sabemos que esta vida terminó el 21 de febrero, por lo que expresamente he puesto /no las oyó.

EL TIEMPO FUE TESTIGO / J. Luigi
Alegoría a la labor de todo sacerdote: la de terminar para nuevamente empezar y nunca acabar, como la de un buen jardinero. Ciertamente, se menciona “muertos y cementerio”; pero éstos significan, “los que esperan y dormitorio”, respectivamente, o sea, en el lugar de descanso. Bien se pueden referir al simple encuentro con él (el homenajeado) en esta casa, en mi casa, mi calle, mi barrio, mi pueblo, mi país.

Hoy lo vi llegar al cementerio con una flor en sus manos y un jardín en el alma.
Hoy lo vi llegar, como siempre, con la mente y la mirada perdida en los horizontes del pasado, mientras que un tráfico de palabras no lograba transponer sus oídos.
Su cuerpo, cansado de cargar los años, se mecía lentamente en cada paso, sus manos disfrazadas de ternura rompían los cristales del viento, como queriendo asir una cadena de sueños que perdía sus eslabones en las lagunas del tiempo.
Domingo a domingo, mientras que el sol está en lo alto, él llega para “vivir” entre los muertos, a desempolvar un nombre y un recuerdo, a depositar una flor y una esperanza.
Y siempre hace un balance de lo vivido y va a rendir cuentas a quien escucha pero no responde.
Cada cual encuentra un modo diferente de vivir, de escapar o de esconderse, de aflorar o sumergirse.
Todos tenemos un sistema desigual para afrontar nuestro destino, pero todos perseguimos un mismo ideal: hacer que la vida sea una rosa y cuidarnos de sus espinas que a veces dejan heridas que sangran en nuestra eternidad.
Son los hombres volúmenes de historia, que día a día llena una nueva página y muchas veces nadie logra leer su contenido; los hechos se funden con las horas mismas y sólo el recuerdo rescata algunos pasajes que siguen viviendo a través del tiempo y la distancia.
Su historia es tan simple como cualquier otra, si es que ponemos ante nuestros ojos el lente de la indiferencia.
Sólo al que planta la flor le duele que se le arranquen y más aún si cuando no llovió la tuvo que regar con lágrimas.
Este fue un hombre que soñó despierto, que luchó por crear y sembrar un jardín.
Vio nacer una a una sus flores, las protegió con su vida.
Los días y sus noches no eran suficientes para abonar el terreno, para combatir a las inclemencias del tiempo, a las plagas, la maldad de la gente que movidas por la envidia pisotearon su edén hasta destruirlo una y otra vez, sacando de la entraña misma de la tierra sus raíces y envenenándola de tal forma que quedara estéril.
Su lucha fue vana, como vanas fueron sus súplicas… y hoy con las flores rescatadas trata de encontrar en el presente, el pasado o el futuro, un pedazo de tierra virgen que se abra a su semilla, a su esperanza y a sus sueños. Una tierra fértil que acoja en sus entrañas la esencia de la vida misma, para que dé flores, para que nazcan rosas con espinas, que en vez de herir defiendan, para perfumar nuevamente los días y darle alegría y color a la vida.
Si alguna vez llegara a sembrar su edén, lo veré nuevamente los domingos, caminando muy de prisa, luciendo un jardín en las manos y sólo una flor en el alma…y volverá a desempolvar un nombre, para enterrar un recuerdo del cual sólo… el tiempo fue testigo.

(Libro: Predicación según el Deuteronomio, pág. 327, bajo el título: Discurso nonato)


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