No ha
existido en toda la historia ningún país que se haya dado cuenta del envejecimiento
de sus instituciones y que haya procurado seriamente hacer algo para
renovarlas. Un distinguido
norteamericano reta a sus conciudadanos a ser los primeros en intentarlo.
¿Sociedad colmena o sociedad
pluralista? ¿Cuáles
serían los atributos de una sociedad capaz de tal renovación constante? Ante
todo tendría que caracterizarse por el pluralismo, esto es, por una gran diversidad de las posibilidades
de elegir su destino y por la existencia de múltiples focos de poder e
iniciativa. En nuestra sociedad actual existe ese pluralismo. Pero sería
absurdo desconocer que la lógica de la organización moderna en gran escala
tiende a suprimir la diversidad y nos
impele hacia un sistema de poder que funciona de manera cerrada y compacta.
En el sector
privado, las empresas se fusionan y también lo hacen los periódicos. Las
universidades pequeñas y los negocios modestos encuentran cada vez mayores obstáculos
en su afán de sobrevivir. En vista de ello, valoro cada vez más lo poco que nos
va quedando de sociedad pluralista, todo eso que aún que prevalece entre nosotros,
los individuos, y el poderoso sistema que trata de absorberlo todo.
La sociedad
que menosprecia al individuo extingue sus propias fuentes de renovación y mata la simiente de su futuro desarrollo. Por desgracia, la
meta hacia la que tienden todas las sociedades modernas, cualquiera que sea su
ideología, es el modelo de la colmena, en el que el sistema se perfecciona
incesantemente a costa de menospreciar más al individuo. La ideología
democrática afirma el valor de cada ser humano y pone los organismos y las
instituciones al servicio del individuo. Sin embargo, la tendencia que acabo de
mencionar trasforma a los individuos en meros especialistas, que son como los
eslabones de los grandes sistemas a que pertenecen, cada vez menos capaces d
actuar con autonomía.
Incluso el más
avispado, mejor informado y más excepcional de los ciudadanos está más cerca de
lo que se imagina del modelo de la colmena y más aprisionado dentro de su
limitado oficio de especialista y no se atrevería a confesar lo acobardado que
se siente ante los intrincados y complejos mecanismos que gobiernan nuestra
vida. Todo el estilo de la organización social moderna le está asegurando de
mil maneras: “Usted no vale nada, y lo que hace no tiene la menor importancia”.
Así, uno se conforma con trabajar dentro del campo de su propia especialidad y
con cumplir unas obligaciones perfectamente definidas, además de abrigar la
remota esperanza de que las cosas salgan bien a fin de cuentas. Todo el mundo
se da cuenta de que esto conduce a una creciente pasividad y, en última
instancia, si tal sistema se llevase a sus últimas consecuencias, la sociedad “autogobernada”
desaparecería con el tiempo.
Las
nuevas formas de gobierno local. La sociedad capaz de renovación
continua será aquella que desarrolle al máximo sus recursos humanos y trate de
eliminar los obstáculos que nos impiden realizarnos plenamente como individuos.
Esa sociedad se orientará hacia la autoeducación, hacia la formación personal
permanente y hacia el mejor conocimiento del individuo. Sin duda habrá de
actuar a la vez en dos direcciones paralelas, pues será preciso exigir a cada
individuo que acepte ciertos tipos de responsabilidad, y crear, por otra parte,
la estructura constitucional que permita incrementar la responsabilidad individual
y la efectiva participación ciudadana.
No es, sin embargo fundamental que todos participen. Por el
contrario, si todo el mundo lo hiciese de pronto, la sociedad se dislocaría.
Pero el hecho de que existan oportunidades y de que mucha gente pueda
aprovecharlas, afectará la actitud de los que no participen. Lo importante es
que existan auténticas oportunidades de participar.
La posibilidad de tal participación está íntimamente ligada al
refuerzo del gobierno local. Es difícil sentirse individualmente responsable
del funcionamiento invisible de un mecanismo gubernamental gigantesco y muy
lejano. La responsabilidad se adquiere más rápidamente cuando es posible ver
las consecuencias de las propias acciones, y esto supone una verdadera
participación en la comunidad local, viviente y activa.
Todo esto nos plantea un problema decisivo y de difícil solución:
¿Puede llegar a ser realmente eficaz la actuación individual entre las masas
populares? Ello depende de la manera como “diseñemos” nuestra sociedad. Los
dirigentes locales al viejo estilo, que conocen bien a su gente, pero cuyos
puntos de vista no van más allá de su campanario, están condenados a
desaparecer. Tenemos que formar dirigentes locales de un nuevo estilo, capaces
de encadenar sus esfuerzos y programas con los de sistemas más complejos. Los
dirigentes locales deben comprender en qué forma se relaciona la economía de
sus aldeas y ciudades con las tendencias, las estructuras y los programas de
los vastos complejos económicos. Tienen que darse cuenta de que la interacción
efectiva entre los sistemas federal, estatal y local, municipal y regional,
habrá de producir grandes beneficios.
La
necesidad de ser necesitado. Tenemos que identificar las
características de la organización moderna que fortalecen al individuo, y
aquellas que lo debilitan, para poder luego fundar instituciones que respondan
a las necesidades humanas, que fortalezcan al individuo y que le permitan
alcanzar la plenitud que se deriva del ejercicio irrestricto de sus
capacidades. En suma, si queremos, podemos
edificar una sociedad a la medida del hombre.
El esfuerzo para tal fin tendrá que empezar con la conservación de la belleza del paisaje y de los recursos
naturales, y con la lucha contra la contaminación del medio. Después se
extenderá al estudio del control de la expansión demográfica y a la forma de
disfrutar del ocio, así como del ritmo de la vida y del medio vital.
Uno de los móviles humanos que menos se reconocen es la necesidad
de ser necesitado. La experiencia de los últimos años indica que la idea de servicio, tal como se ha demostrado con
el Cuerpo de Paz y con la VISTA (Voluntarios al Servicio de América),
constituye una fuerte motivación para
los norteamericanos. Quienes se dedican a labores de servicio social encuentran
un nuevo sentido a la vida, no se sienten desarraigados ni alienados y
adquieren un nuevo concepto de la responsabilidad. A la vez que se capacita al
individuo para que disfrute de más amplia libertad, hay que darle oportunidades
para que demuestre que es capaz de generosidad y de proponerse metas muy altas.
De no ser así, la libertad individual degenera en estéril egoísmo.
La
fe en los ideales.
Podemos realizar grandes avances para mejorar nuestra sociedad sin conseguir,
sin embargo, nada verdaderamente estable ni duradero, si no nos preocupamos por
enaltecer los valores que son la base
fundamental de la existencia. Si una sociedad no cree en nada, si no inculca en
sus miembros elevados principios morales, no podrá alcanzar el alto nivel de
motivación esencial para renovarse.
En la tradición de los Estados Unidos existen bien probados
valores: la justicia, la libertad, la igualdad de oportunidades, el valor y la
dignidad del individuo, la hermandad y la responsabilidad individual, todos
perfectamente compatibles con la renovación social. El problema no consiste en
encontrar valores más altos, sino ser fieles a los que ya tenemos y en darles
vida en nuestras instituciones.
Por otra parte, no podemos separar nuestros valores de los
programas prácticos necesarios para vivirlos realmente. Por ejemplo, si creemos
en la responsabilidad y en la dignidad de la persona humana tenemos que hacer
lo necesario para que todos tengan un trabajo decente y satisfactorio, aunque
ello resulte a veces caro y difícil. Tenemos que facilitar a cada quien la
educación y la instrucción que le permita encontrar un empleo adecuado; la formación
profesional suficiente que lo prepare para las especialidades actuales. A quienes
han llegado a la madurez sin saber leer ni escribir, habrá que darles una
instrucción básica. Los que tienen impedimentos físicos deberán recibir
asistencia apropiada, o un tratamiento de rehabilitación.
Además, habrá que
tomar todas las medidas necesarias para que estas personas puedan trabajar, en
cuanto estén preparadas para ello.
La
hora de actuar. La transformación de nuestra sociedad
constituye una inmensa tarea en la que pueden colaborar todos los hombres y
mujeres capaces y valerosos que, con la decidida intención de resolver el
problema, estén dispuestos a luchar contra los males de nuestra época.
Todos, considerados como pueblo, todavía podemos elegir nuestro
camino.
Nosotros, actuando en nuestras comunidades locales, y luego en
todo el país, podemos encontrar la inspiración necesaria para unificar de nuevo
nuestra sociedad actualmente desintegrada, para reconstruir una nueva nación en
la que los hombres vuelvan a comunicarse en un clima de confianza y respeto
mutuo. Crearemos así una sociedad capaz de renovarse continuamente.
Nosotros, el pueblo de esta nación, somos los únicos capaces de
hacerlo. Nadie más podría hacerlo por nosotros.
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