viernes, 14 de marzo de 2014

HACIA LA RENOVACIÓN DE NUESTRA SOCIEDAD / John GARDNER


No ha existido en toda la historia ningún país que se haya dado cuenta del envejecimiento de sus instituciones y que haya procurado seriamente hacer algo para renovarlas. Un distinguido  norteamericano reta a sus conciudadanos a ser los primeros en intentarlo.

¿Sociedad colmena o sociedad pluralista? ¿Cuáles serían los atributos de una sociedad capaz de tal renovación constante? Ante todo tendría que caracterizarse por el pluralismo, esto es,  por una gran diversidad de las posibilidades de elegir su destino y por la existencia de múltiples focos de poder e iniciativa. En nuestra sociedad actual existe ese pluralismo. Pero sería absurdo desconocer que la lógica de la organización moderna en gran escala tiende a suprimir la  diversidad y nos impele hacia un sistema de poder que funciona de manera cerrada y compacta.

   En el sector privado, las empresas se fusionan y también lo hacen los periódicos. Las universidades pequeñas y los negocios modestos encuentran cada vez mayores obstáculos en su afán de sobrevivir. En vista de ello, valoro cada vez más lo poco que nos va quedando de sociedad pluralista, todo eso que aún que prevalece entre nosotros, los individuos, y el poderoso sistema que trata de absorberlo todo.

   La sociedad que menosprecia al individuo extingue sus propias fuentes  de renovación y mata la simiente  de su futuro desarrollo. Por desgracia, la meta hacia la que tienden todas las sociedades modernas, cualquiera que sea su ideología, es el modelo de la colmena, en el que el sistema se perfecciona incesantemente a costa de menospreciar más al individuo. La ideología democrática afirma el valor de cada ser humano y pone los organismos y las instituciones al servicio del individuo. Sin embargo, la tendencia que acabo de mencionar trasforma a los individuos en meros especialistas, que son como los eslabones de los grandes sistemas a que pertenecen, cada vez menos capaces d actuar con autonomía.

   Incluso el más avispado, mejor informado y más excepcional de los ciudadanos está más cerca de lo que se imagina del modelo de la colmena y más aprisionado dentro de su limitado oficio de especialista y no se atrevería a confesar lo acobardado que se siente ante los intrincados y complejos mecanismos que gobiernan nuestra vida. Todo el estilo de la organización social moderna le está asegurando de mil maneras: “Usted no vale nada, y lo que hace no tiene la menor importancia”. Así, uno se conforma con trabajar dentro del campo de su propia especialidad y con cumplir unas obligaciones perfectamente definidas, además de abrigar la remota esperanza de que las cosas salgan bien a fin de cuentas. Todo el mundo se da cuenta de que esto conduce a una creciente pasividad y, en última instancia, si tal sistema se llevase a sus últimas consecuencias, la sociedad “autogobernada” desaparecería con el tiempo.

   Las nuevas formas de gobierno local. La sociedad capaz de renovación continua será aquella que desarrolle al máximo sus recursos humanos y trate de eliminar los obstáculos que nos impiden realizarnos plenamente como individuos. Esa sociedad se orientará hacia la autoeducación, hacia la formación personal permanente y hacia el mejor conocimiento del individuo. Sin duda habrá de actuar a la vez en dos direcciones paralelas, pues será preciso exigir a cada individuo que acepte ciertos tipos de responsabilidad, y crear, por otra parte, la estructura constitucional que permita incrementar la responsabilidad individual y la efectiva participación ciudadana.

   No es, sin embargo fundamental que todos participen. Por el contrario, si todo el mundo lo hiciese de pronto, la sociedad se dislocaría. Pero el hecho de que existan oportunidades y de que mucha gente pueda aprovecharlas, afectará la actitud de los que no participen. Lo importante es que existan auténticas oportunidades de participar.

   La posibilidad de tal participación está íntimamente ligada al refuerzo del gobierno local. Es difícil sentirse individualmente responsable del funcionamiento invisible de un mecanismo gubernamental gigantesco y muy lejano. La responsabilidad se adquiere más rápidamente cuando es posible ver las consecuencias de las propias acciones, y esto supone una verdadera participación en la comunidad local, viviente y activa.

   Todo esto nos plantea un problema decisivo y de difícil solución: ¿Puede llegar a ser realmente eficaz la actuación individual entre las masas populares? Ello depende de la manera como “diseñemos” nuestra sociedad. Los dirigentes locales al viejo estilo, que conocen bien a su gente, pero cuyos puntos de vista no van más allá de su campanario, están condenados a desaparecer. Tenemos que formar dirigentes locales de un nuevo estilo, capaces de encadenar sus esfuerzos y programas con los de sistemas más complejos. Los dirigentes locales deben comprender en qué forma se relaciona la economía de sus aldeas y ciudades con las tendencias, las estructuras y los programas de los vastos complejos económicos. Tienen que darse cuenta de que la interacción efectiva entre los sistemas federal, estatal y local, municipal y regional, habrá de producir grandes beneficios.

   La necesidad de ser necesitado. Tenemos que identificar las características de la organización moderna que fortalecen al individuo, y aquellas que lo debilitan, para poder luego fundar instituciones que respondan a las necesidades humanas, que fortalezcan al individuo y que le permitan alcanzar la plenitud que se deriva del ejercicio irrestricto de sus capacidades. En suma, si queremos, podemos edificar una sociedad a la medida del hombre.
El esfuerzo para tal fin tendrá que empezar con la conservación  de la belleza del paisaje y de los recursos naturales, y con la lucha contra la contaminación del medio. Después se extenderá al estudio del control de la expansión demográfica y a la forma de disfrutar del ocio, así como del ritmo de la vida y del medio vital.

   Uno de los móviles humanos que menos se reconocen es la necesidad de ser necesitado. La experiencia de los últimos años indica que la idea de servicio, tal como se ha demostrado con el Cuerpo de Paz y con la VISTA (Voluntarios al Servicio de América), constituye una fuerte  motivación para los norteamericanos. Quienes se dedican a labores de servicio social encuentran un nuevo sentido a la vida, no se sienten desarraigados ni alienados y adquieren un nuevo concepto de la responsabilidad. A la vez que se capacita al individuo para que disfrute de más amplia libertad, hay que darle oportunidades para que demuestre que es capaz de generosidad y de proponerse metas muy altas. De no ser así, la libertad individual degenera en estéril egoísmo.

   La fe en los ideales.  Podemos realizar grandes avances para mejorar nuestra sociedad sin conseguir, sin embargo, nada verdaderamente estable ni duradero, si no nos preocupamos por enaltecer los valores que son la base fundamental de la existencia. Si una sociedad no cree en nada, si no inculca en sus miembros elevados principios morales, no podrá alcanzar el alto nivel de motivación esencial para renovarse.

   En la tradición de los Estados Unidos existen bien probados valores: la justicia, la libertad, la igualdad de oportunidades, el valor y la dignidad del individuo, la hermandad y la responsabilidad individual, todos perfectamente compatibles con la renovación social. El problema no consiste en encontrar valores más altos, sino ser fieles a los que ya tenemos y en darles vida en nuestras instituciones.

   Por otra parte, no podemos separar nuestros valores de los programas prácticos necesarios para vivirlos realmente. Por ejemplo, si creemos en la responsabilidad y en la dignidad de la persona humana tenemos que hacer lo necesario para que todos tengan un trabajo decente y satisfactorio, aunque ello resulte a veces caro y difícil. Tenemos que facilitar a cada quien la educación y la instrucción que le permita encontrar un empleo adecuado; la formación profesional suficiente que lo prepare para las especialidades actuales. A quienes han llegado a la madurez sin saber leer ni escribir, habrá que darles una instrucción básica. Los que tienen impedimentos físicos deberán recibir asistencia apropiada, o un tratamiento de rehabilitación.

  Además, habrá que tomar todas las medidas necesarias para que estas personas puedan trabajar, en cuanto estén preparadas para ello.

   La hora de actuar. La transformación de nuestra sociedad constituye una inmensa tarea en la que pueden colaborar todos los hombres y mujeres capaces y valerosos que, con la decidida intención de resolver el problema, estén dispuestos a luchar contra los males de nuestra época.

   Todos, considerados como pueblo, todavía podemos elegir nuestro camino.
Nosotros, actuando en nuestras comunidades locales, y luego en todo el país, podemos encontrar la inspiración necesaria para unificar de nuevo nuestra sociedad actualmente desintegrada, para reconstruir una nueva nación en la que los hombres vuelvan a comunicarse en un clima de confianza y respeto mutuo. Crearemos así una sociedad capaz de renovarse continuamente.


   Nosotros, el pueblo de esta nación, somos los únicos capaces de hacerlo.     Nadie más podría hacerlo por nosotros.

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