viernes, 7 de marzo de 2014

A LOS 52 AÑOS DE MI "PLATERO y YO" / Alejandro PEREDA


                                                          “PLATERO Y YO”

A los 52 años, después de encontrar dentro del álbum correspondiente a “rarezas” o simplemente, a animales: perros, gatos, zorros, cernícalos, conejos, además de las domésticas: palomas, palomas africanas, cuculíes, gallinas de angora, gallinas de Guinea, pavos reales, aún canarios… y por feliz coincidencia se da en el Centenario de la obra Platero y Yo, de Juan Ramón Jiménez, de quien sólo tomé el título de su libro para identificar la mejor escena,  de mi “Platero y Yo”, que muy bien hubiera gustado a Juan Ramón: alzar a un borriquito. Ocurrió en el terreno de mi abuelo Wenceslao Calderón Reyes, El Molle y de remate,  ajeno.

Le hablé o gesticulé algo al animalito, y a mis 26 años de edad, alcé a Platerito, y a los pocos minutos forcejeó, dándome sus pataditas y salió corriendo para alcanzar a su madre; sólo minutos para tomar la foto inusitada, rodeada de imposibilidad. Yo le decía: “primero te cargo / para que tú después me cargues”.

Sólo me queda el recuerdo en la fotografía. No estuve presente en el día de su  muerte para dedicarle algún verso de despedida. Tampoco supe de su contextura y su trabajo; menos, ser cargado, como era mi deseo.

Ya en familia, me decían: “de tal palo tal astilla”, sin entrar en el simbolismo aún cristiano, como el asno músico como emblema de lo absurdo y con la emblemática del mal.

En 1958 (a mis  escasos 22 años) leí de sopetón los 64 capítulos para obtener el argumento del libro, por encargo de un tío que era Director en Paramonga y que bien parecía un libro apto para niños. Tuve sobresaltos, a la verdad; eso sí, me quedaron bien grabados los personajes, que no son muchos,  [resumidos en dos] y el autor, aplicados en el álbum de entonces.


Ahora sé que este año (2014) es el “Año de Platero”; que son 136 capítulos y las palabras del autor con mucha precisión: “Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren”.

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