sábado, 28 de marzo de 2015

DESNUDEZ / Fulton SHEEN


(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

   A partir de Freud ha sido moda en nuestra cultura el autoanálisis. Esta pasión por el descubrimiento de uno mismo ha pasado por dos fases: la primera, descortezar la mente; la segunda, desnudar el cuerpo. El primer método fue algo así como quitarle las capas a una cebolla. No se encontró el “yo” en el fondo. Esto dio lugar al problema de identidad. La juventud comenzó a lamentarse: “No sé quién soy”. Esta ausencia de identidad pronto se resolvió en pérdida de significación. “Aunque supiera quién soy”, ¿cuál sería en última instancia la diferencia? Gentes sin rostros se vieron obligadas a hacerse notar y, por tanto, recurrieron al poder para obligar el reconocimiento y hacerse sentir. El poder, en relación con la sociedad, se hizo entonces como estupro para el individuo; “No me notarás, pero te obligaré a reconocer mi superioridad”. La pérdida de significación va de la mano con la que Viktor Frankl ha llamado pérdida de sentido y Kierkegaard, el temor a no ser nadie.

   Esto nos trae al segundo tipo de desnudez que tiene que ver menos con la mente que con el cuerpo. Aquí se enfrenta uno con la moda de la desnudez. Lo que el descortezado de capas de experiencia habría de hacer en el caso de la mente se supone que el despojo de ropas lo haga para el cuerpo. Quizás si se desnuda uno por completo llegue a descubrir la propia identidad en la forma de un tatuaje que el Creador o médico estamparon al nacer. Se arguye que todas las represiones deben ser eliminadas: primero las morales y luego las sartoriales para que quede uno ausente por completo de inhibiciones.

   Desde otro punto de vista, esta moda de la desnudez es también búsqueda para descubrir la pureza original del hombre que vivió desnudo, sin avergonzarse, en el Jardín del Edén. Esto, ciertamente, fue así, pero fue porque en torno al cuerpo relucía un aura de semejanza con Dios y reverberaba en una especie de transfiguración. Pero una vez que la semejanza con Dios quedó destruida, el hombre pudo alcanzar esa inocencia sólo a través de la cruz que lo renovó y le restauró su inocencia original. La condición para volver a entrar en el Paraíso es una espada llameante: una espada que represente el sacrificio y una llama que indique el amor que debe acompañarla. El nudismo no es más que un esfuerzo por reconquistar el Jardín del Edén sin pasar por el Calvario, el Paraíso sin acompañamiento de cruz  y desnudez sin derramamiento de sangre redentora.

   Esto nos trae a lo que está más allá de ambos movimientos. Con frecuencia sucede que uno quiere lograr algo bueno con métodos malos. El hijo pródigo tuvo razón en tener hambre; hizo mal en mirar con envidia la bazofia que el cerdo comía. Así, también, cabe preguntar: ¿qué hay detrás del afán de desnudez y del autoconocimiento?

   Supongamos que empezamos con el razonamiento con frecuencia esgrimiendo para justificar la desnudez de que todo lo que se cubre o encubre es vergonzante, reprobable  e hipocresía. Pero, ¿no es más vergonzante para la mente que para el cuerpo? ¿No son nuestras intenciones lo que está encubierto y nuestras motivaciones lo que está oculto? Felicitamos cuando lo que queremos es maldecir; elogiamos cuando tememos hacer cargos. En otras palabras: existe una revelación del alma. En el pasado se dio a esto el nombre de examen de conciencia. El hecho es que las únicas personas que en el mundo logran grandes cosas son las que se desnudan ante Dios.


    David tuvo que ser despojado de la ilusión de que estaba interesado en justicia social cuando en realidad lo que le conturbaba era que se había adueñado de la esposa de otro hombre. Los que echaron manos de piedras para arrojarlas a la mujer adúltera fueron despojados de su falsa virtud cuando el Señor comenzó a escribir en la arena los pecados de cada uno de ellos y el adulterio resultó ser uno de sus pecados. El hijo pródigo fue virtualmente desnudado, tanto que su padre tuvo que vestirle de nuevo cuando regresó. 

     Como ha escrito Vernard Eller: “El único tipo de desnudez que merece al adjetivo de “cristiana” es la que se hace ante Dios, conscientemente orientada hacia Él y dedicada a Él como un acto de veneración”. De esta forma es santificada nuestra desnudez. Este es el tipo de desnudez a que se refieren las Escrituras: “Entregad vuestros corazones, no vuestras ropas”. Es curioso cómo las pobres naturalezas humanas hacen lo indecible por escapar de conocerse a sí mismas. Media hora de desnudez del alma hacen más por la paz del alma que todas las películas y obras teatrales juntas que explotan la desnudez.

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