(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)
A partir de Freud ha sido moda en nuestra
cultura el autoanálisis. Esta pasión por el descubrimiento de uno mismo ha
pasado por dos fases: la primera, descortezar la mente; la segunda, desnudar el
cuerpo. El primer método fue algo así como quitarle las capas a una cebolla. No
se encontró el “yo” en el fondo. Esto dio lugar al problema de identidad. La
juventud comenzó a lamentarse: “No sé quién soy”. Esta ausencia de identidad
pronto se resolvió en pérdida de significación. “Aunque supiera quién soy”, ¿cuál
sería en última instancia la diferencia? Gentes sin rostros se vieron obligadas
a hacerse notar y, por tanto, recurrieron al poder para obligar el
reconocimiento y hacerse sentir. El poder, en relación con la sociedad, se hizo
entonces como estupro para el individuo; “No me notarás, pero te obligaré a
reconocer mi superioridad”. La pérdida de significación va de la mano con la
que Viktor Frankl ha llamado pérdida de sentido y Kierkegaard, el temor a no
ser nadie.
Esto nos trae al segundo tipo de desnudez
que tiene que ver menos con la mente que con el cuerpo. Aquí se enfrenta uno
con la moda de la desnudez. Lo que el descortezado de capas de experiencia
habría de hacer en el caso de la mente se supone que el despojo de ropas lo
haga para el cuerpo. Quizás si se desnuda uno por completo llegue a descubrir
la propia identidad en la forma de un tatuaje que el Creador o médico
estamparon al nacer. Se arguye que todas las represiones deben ser eliminadas:
primero las morales y luego las sartoriales para que quede uno ausente por
completo de inhibiciones.
Desde otro punto de vista, esta moda de la
desnudez es también búsqueda para descubrir la pureza original del hombre que
vivió desnudo, sin avergonzarse, en el Jardín del Edén. Esto, ciertamente, fue
así, pero fue porque en torno al cuerpo relucía un aura de semejanza con Dios y
reverberaba en una especie de transfiguración. Pero una vez que la semejanza
con Dios quedó destruida, el hombre pudo alcanzar esa inocencia sólo a través
de la cruz que lo renovó y le restauró su inocencia original. La condición para
volver a entrar en el Paraíso es una espada llameante: una espada que
represente el sacrificio y una llama que indique el amor que debe acompañarla.
El nudismo no es más que un esfuerzo por reconquistar el Jardín del Edén sin
pasar por el Calvario, el Paraíso sin acompañamiento de cruz y desnudez sin derramamiento de sangre
redentora.
Esto nos trae a lo que está más allá de
ambos movimientos. Con frecuencia sucede que uno quiere lograr algo bueno con
métodos malos. El hijo pródigo tuvo razón en tener hambre; hizo mal en mirar
con envidia la bazofia que el cerdo comía. Así, también, cabe preguntar: ¿qué
hay detrás del afán de desnudez y del autoconocimiento?
Supongamos que empezamos con el razonamiento
con frecuencia esgrimiendo para justificar la desnudez de que todo lo que se
cubre o encubre es vergonzante, reprobable
e hipocresía. Pero, ¿no es más vergonzante para la mente que para el
cuerpo? ¿No son nuestras intenciones lo que está encubierto y nuestras
motivaciones lo que está oculto? Felicitamos cuando lo que queremos es
maldecir; elogiamos cuando tememos hacer cargos. En otras palabras: existe una
revelación del alma. En el pasado se dio a esto el nombre de examen de
conciencia. El hecho es que las únicas personas que en el mundo logran grandes
cosas son las que se desnudan ante Dios.
David tuvo que ser despojado de la ilusión
de que estaba interesado en justicia social cuando en realidad lo que le
conturbaba era que se había adueñado de la esposa de otro hombre. Los que
echaron manos de piedras para arrojarlas a la mujer adúltera fueron despojados
de su falsa virtud cuando el Señor comenzó a escribir en la arena los pecados
de cada uno de ellos y el adulterio resultó ser uno de sus pecados. El hijo
pródigo fue virtualmente desnudado, tanto que su padre tuvo que vestirle de
nuevo cuando regresó.
Como ha escrito Vernard Eller: “El único tipo de desnudez
que merece al adjetivo de “cristiana” es la que se hace ante Dios,
conscientemente orientada hacia Él y dedicada a Él como un acto de veneración”.
De esta forma es santificada nuestra desnudez. Este es el tipo de desnudez a
que se refieren las Escrituras: “Entregad vuestros corazones, no vuestras
ropas”. Es curioso cómo las pobres naturalezas humanas hacen lo indecible por
escapar de conocerse a sí mismas. Media hora de desnudez del alma hacen más por
la paz del alma que todas las películas y obras teatrales juntas que explotan
la desnudez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario