miércoles, 18 de marzo de 2015

ESPACIO y ANSIEDAD / Fulton SHEEN


(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

Todos los que regresan a su ciudad o pueblo nativo al cabo de muchos años de ausencia, se sienten un poco defraudados. En los días de infancia, las distancias parecían inmensas; para un niño, unos cuantos kilómetros más allá tenían la impresión e otro mundo. Al regresar se encuentra uno igualmente, bien con deterioro del vecindario, o bien con nuevos vecindarios que dan al traste con los recuerdos. Cuando Jean Jacques Rousseau volvió a su villa nativa no pudo resistirlo. Al partir, comentó que siempre había estado a la búsqueda de un lugar donde vivir”.

         Las gaviotas, cuando descienden sobre un muelle, se posan siempre a una distancia por lo menos de cinco centímetros entre ellas. Si alguna de ellas trata de posarse dentro de ese espacio, las demás remontan el vuelo y se van. Cada una de ellas tiene que tener un espacio mínimo de existencia. Estar triste es “no tener un lugar donde estar”. Como muy bien lo expresó una solterona: “Me siento como persona en una estación de ferrocarril, esperando siempre a que llegue el tren, pero nunca llega”.

          ¿Nos ha dado la era del espacio más espacio para respirar? Pascal dijo una vez que le sobrecogían las inmensidades del espacio, pero que no sabía cómo podría abrirse el espacio al hombre moderno, exprimido dentro de las estrecheces de la Tierra. Pero ¿alivian nuestras ansiedades en lo referente a un lugar donde estar o, por el contrario, aumentan nuestras ansiedades? Theilhard de Chardin cree esto último: “Para que nuestras mentes se ajusten a las líneas y horizontes ensanchadas más allá de toda posible meditación, tienen que renunciar a la comodidad de estrecheces familiares. Consciente o no, la angustia contenida –la angustia fundamental de ser –desciende de las profundidades de nuestros corazones, y es la voz baja que condiciona todas nuestras conversaciones. La enfermedad de espacio-tiempo se manifiesta a sí mismo, por regla general, como un sentimiento de futilidad, de vivir aplastados bajo las enormidades del cosmos”.

         La dilatación del espacio no puede llenar de canciones el corazón solitario. El corazón triste en la Tierra será también el corazón triste en la Luna. A donde quiera que vayamos, llevaremos con nosotros nuestro propio cielo y nuestro propio infierno. Quien es desdichado en el mundo, no encontrará la felicidad en un monasterio. Poco importa la vastedad del tiempo. Hasta es posible, como ha observado Gabriel Marcel, que en la velocidad haya algo enemigo del espíritu. La velocidad desarrolla su propia mística; hace que uno se concentre más en con cuánta velocidad está uno yendo uno. La velocidad ocupa el de fines y propósitos. Cuando los movimientos del hombre se equiparan a la velocidad de la máquina, el hombre se hace cada vez más irreflexivo en su apresuramiento por vivir. El amante de la velocidad rara vez medita.

         Pero ¿dónde encontrar la puerta de escape para esta ansiedad de la era del espacio? Casi todos los pensadores contemporáneos están acordes en que no puede hallar en nuestro medio ambiente, ya que el hombre está en peligro de ser aplastado por la era tecnológica o los aparatos. Pero hay espacio para el hombre, y este espacio está dentro de él mismo. Descubre este infinito interior por medio de meditación, que rebasa horizontes y tira de la cortina tras la cual el verdadero “yo” permanece con frecuencia escondido. Jamás vemos más cosas en este mundo que las que estamos preparados interiormente para ver. No hay nada tan liberalizador en todo el mundo como el genuino conocimiento de uno mismo y la honestidad acerca de uno mismo.

         Este mundo interior es de tremenda magnitud. Se da uno cuenta de lo mucho más grande que es el espacio, cuando piensa uno en todo lo que uno puede hacer caber en él. Un psiquiatra me contó de una mujer que fue a verlo, tocada de un enorme sombrero cuya ala le cubría el rostro. “No tendrá usted inconveniente en que no me lo quite”, le dijo la mujer. “Así me siento más segura de mí misma”.


         Su sombrero era el símbolo de la forma en que se estaba ella ocultando de sí misma. ¡Cuántos tesoros ocultan los esposos de sus esposas y las esposas de sus esposos! Las regiones más vastas del espacio aún por visitar por el cohete de la autohonestidad están por dentro. Los químicos pueden tomar un vaso de agua, analizarla y decir lo que contiene. Cuando oímos nuestra propia voz en un reproductor de cinta fotomagnética decimos: “No sabía que mi voz sonaba así”. Vemos una fotografía nuestra y exclamamos: “No sabía que tenía esta apariencia”. Es cosa terrible perder nuestro mundo sin nunca haberlo encontrado. Este es el verdadero “Centro Espacial”.

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