I.
LA
VÍA DOLOROSA DEL SEÑOR
Y salió
llevando la cruz para el lugar llamado de las calaveras, que en hebreo se dice
Gólgota (Io. 19,17)
Esta conducción hacia el Gólgota era un
exponer al reo, con la mayor afrenta
posible, a los insultos e improperios del pueblo.
No en vano
habían los príncipes de los sacerdotes exigido precisamente la muerte de cruz ;
porque sabían que en este suplicio se incluía el ser conducido el reo entre
soldados y el llevar él mismo el madero (lignum).
Todo ayuda en esta exhibición aparatosa para que se haga público el gran
fracaso del Nazareno.
El
tiempo: son los días de la Pascua, época de las grandes peregrinaciones, en
que las muchedumbres acudían en numerosas romerías a Jerusalén ; y así todos
presencian este resultado ignominioso de la causa de Jesús.
La
centuria romana, que da el sello y carácter oficial a la ejecución.
La
compañía de los dos criminales, que llevan con él; con que se pone más de
realce la impresión de que se había hecho reo de muerte. Et cum iniquis reputatus est (Is. 53, 12).
El camino, que va sin duda por las principales calles más concurridas, en medio de una masa de pueblo (turba multa), que forma calle, boquiabiertos unos, mofándose y dando vaya otros, o callando con expresivos meneos de cabeza.
El
remate y término del camino, que es el lugar de las calaveras, un sitio
infamante, el cerro de los ajusticiados de la ciudad.
El
madero afrentoso, que debe llevar él mismo.
El
aspecto de su persona, pálida, cubierta de sangre, sin figura de hombre,
toda quebrantada, hecha un trasunto de la suma impotencia, de la que ya nadie
duda y acaba por inducir a error aun a la misma parte del pueblo que antes
miraba con afecto a Jesús.
Y él base arrastrando, arrastrando en su camino, encorvado, silencioso. “Como una oveja que es llevada al matadero, como un cordero que enmudece delante del que lo trasquila” (Is. 53, 7), según la comparación muy expresiva, con que nos reviste el profeta esta escena.
Lo humillante de este caminar hacia el patíbulo sube de punto aun más todavía, con el recuerdo de la entrada triunfal, que se hizo aquí mismo pocos días antes. ¡Qué diferencia tan enorme!
Allá todos procuraban acercársele lo más
posible, tocarle, darle señales de amor y veneración … ¿y ahora?
Allá extendía la gente sus vestidos por el
suelo, y saludábanle agitando ramos de palma; ahora agitan sus puños y tal vez
le arrojan piedras, como en otro tiempo Semei al rey David, cuando éste se
retiraba.
Allá los escribas y sacerdotes, con
impotente rabia, decíanse medrosos y rechinando los dientes : “Mirad cómo todo
el pueblo se va tras él”. Mas ya les ha llegado la hora del triunfo, ya ven
realizado su más atrevido sueno. ¡Qué cambio!
A la vergüenza júntase el dolor. No fueron
meramente algunos lenos de poco peso lo que oprimía al Senor, como los que
llevaba Isaac en sus tiernas espaldas, al subir al monte Moria (Gen. 22, 6). La
figura conmovedora de Isaac realízase de una manera y en una medida exorbitante.
Ponen sobre los hombros del Senor una viga por lo menos de cuatro metros de
longitud, lo bastante fuerte para sustentar el peso de un hombre, con su
travesaño y accesorios. Carga excesivamente grave para unas espaldas llagadas
como las de Jesús. Trátanle como a una acémila, a quien dan de latigazos,
azuzan y obligan, a puros golpes, a que vaya aprisa, según lo pinta el antiguo
poeta al describir este procedimiento romano con los ajusticiados : Ita te
forabunt, patibulatum per vías stimulis (Plaut., Most. 1, 1, 52).
Además, está
el Senor agotado de fuerzas por el tormento de la flagelación pasada, y la gran
pérdida de sangre, que le pusieron a punto de morir. Todo esto siente con
afecto y devoción el pueblo católico cuando dice: El que por nosotros llevó la
pesada cruz”.
II.
EL
VÍA CRUCIS DE LA VIDA
El que quiera venir en
pos de mí, tome su cruz y sígame
(Math. 16, 24)
Jesús
va delante con la cruz más pesada, y le siguen a millones y millares de
millones los que van tras él con la cruz en todos tiempos. Todos llevan su
cruz; cruces de todas clases y formas: unos oprimidos por el odio y la envidia,
otros por la crueldad y la injusticia, pagando unos los pecados propios, otros
los ajenos. Cruces que se llevan resignada y calladamente, y tal vez con amor y
con alegre inmolación.
Y va siguiendo la procesión interminable, un
siglo tras otro, cantando como himno conmovedor las palabras : “El que quiera
venir en pos de mí…”
Él va delante como un caudillo y consolador,
ayudando a todos. Crucis principatus in
humeris suis. Christus passus est pro nobis, nobis relinquens exemplum.
Lo que aligera el peso a todos estos que
llevan la cruz, lo que les conserva los bríos y la fuerza, es el mirar al que
va delante de todos, cargado con su cruz enorme.
¡Oh, si no fuera por esta mirada! El miedo y
la desesperación los haría sucumbir. “!Ay de los que llevando la cruz no siguen
a Cristo!” dice san Bernardo, “cuán dura les ha de ser su cruz”.
“Si llevas con gusto la cruz, ella te
llevará también a ti” dice el venerable Tomás de Kempis, en su maravilloso
libro de la Imitación de Cristo (1. 2, c. 12, n. 5), el cual ha hecho ligera la
cruz a millones de almas, que antes la llevaban con desaliento.
III.
EL
VÍA CRUCIS DE LOS SANTOS CONFESORES
Espontáneamente se ofrecen a los ojos del
espíritu otros caminos de dolor, por donde andan los más fieles imitadores del
divino Nazareno cargado con ella, en la última jornada que hace, camino de la
horca y del cadalso.
¡Ah! ¡qué movimiento y alboroto se nota, en
este camino de dolor, en la Vía Apia, en la Vía Aurelia, en la Vía Tiburtina de
la antigua Roma, cuando los lictores y los ministri
publici conducen al patíbulo a una multitud de cristianos prisioneros, o a
un Papa sacado de las catacumbas con sus presbíteros y diáconos!
¡Es cosa notable, cómo se va repitiendo todo
punto por punto!
Y así muchas otras viae longae hacia el monte de los mártires de Nangasaki, y saliendo
de la oscura Bastilla hacia la guillotina, etc., donde siguen al divino
caudillo hasta el calvario los que llevan fielmente la cruz, yendo en primer
lugar sacerdotes y obispos.
Vexilla
regis prodeunt:
Fulget crucis mysterium.
IV.
LA
DEVOCIÓN DEL VÍA CRUCIS
Mas en cambio aparecen en lontananza
imágenes consoladoras.
1.
En
estas mismas calles donde el Maestro arrastraba el peso de la cruz, veo en los
venideros
siglos, muchedumbres casi no interrumpidas de peregrinos devotos, que de todos
los pueblos y de todas las lenguas van en romerías para buscar y seguir, por
decirlo así, las huellas ensangrentadas que, en aquellas calles, dejó a su paso
el Señor. Cada resto que subsiste de aquellos muros, cada piedra de aquellos
tiempos, es un monumento que llama la atención del peregrino y le dice: “Por
aquí paso el Señor…, aquí cayó la primera vez, aquí la segunda, aquí la
tercera…, aquí le encontró su Madre santísima”, etc. Y los peregrinos se
arrodillan, besan el sagrado suelo, y siguen adelante orando. Vexilla regis prodeunt.
2. Otro espectáculo además. Millones y
más millones de piadosos cristianos católicos, que no han tenido la dicha de
visitar aquellos santos lugares, los visitan y contemplan por lo menos en
espíritu. En millares de iglesias y capillas y en caminos y cuestas que suben
rodeando a lo alto de la colina y del monte, están desde tiempo antiguo las 14
estaciones con sus imágenes. Y el pueblo las recorre una tras otra, orando y
cantando en grupos, o cada fiel en particular, postrándose devotamente, y
meditando con detención todas las escenas del primer Vía crucis del Señor.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per crucem tuam
redimisti mundum.
¡Oh sacerdote cristiano! ¿Cuántas veces
recorres tú mismo con devoción este camino de las estaciones, que a ti
precisamente tantas y tantas cosas tendrían que decirte?
LA INDIFERENCIA DE LA MULTITUD
LA INDIFERENCIA DE LA MULTITUD
Y le iba siguiendo una gran
muchedumbre del pueblo
(Luc. 23, 27).
1.
Sufre
uno más fácilmente y con más voluntad cuando halla quien le acompaña y
asiste en sus
dolores y desventuras.
Pero el hallarse uno desamparado sin que
nadie le vea ni atienda, y teniendo que andar solo, penosamente, por el camino
de la ignominia y del dolor, es una amargura sin medida.
¿No es verdad, sacerdote de Dios, bien lo
sabes, que te oprime el corazón el tener que pasar en la senda de la vida por
estas amargas experiencias?
Contempla, pues, a tu Maestro, que solo,
desamparado, recorre el camino de su Pasión. Las demostraciones, muy contadas,
de piedad que, según la Escritura y la tradición, recibió, realzan por manera
aun más conmovedora el hecho de su general desamparo. Torcular calcavi solus; et… non vir mecum (Is. 63, 3).
2. ¿Quién
va con él? La chusma grosera de los corchetes y pilluelos, que miran
estúpidamente
al varón de dolores, sin sospechar la grandeza que en él está escondida. La
compañía de soldados romanos que allí va con fría indiferencia, en correcta
disciplina y formación, para cumplir órdenes superiores.
Si algo de noble humanidad se abriga debajo
de aquellas escamosas corazas, no se muestra sino en unos pocos y en la cumbre
del Gólgota.
Le acompaña también el grupo de los
sacerdotes, escribas y fariseos, que se gozan viendo el abatimiento e ignominia
de su noble víctima. Finalmente va con él la turba magna (Luc. 23, 27) de la ondulante masa del pueblo.
En todas las ocasiones parecidas no falta en
primer término la plebe, que da color al conjunto; la chusma que corre por las
callejuelas; losa granujas de la calle, que vocean y contemplan con bárbara
satisfacción esta suerte de sangrientos espectáculos.
En puertas y ventanas, y a los lados de la
calle, se forma una muralla de gente de la clase media, ansiosa de ver y mirar,
mientras arriba, en los balcones y miradores, las personas principales
contemplan el paso de la comitiva. En todos los semblantes se refleja la
frialdad e indiferencia, o la aversión y el odio. En alguno que otro se nota
algo de compasión y afecto disimulado, o de penosa tristeza, que no se atreve a
manifestarse, por miedo al poderoso Sanedrín, que se impone a todos.
3. ¿Qué
le queda al Maestro, de los miles de personas que, pocos días antes, le
habían
aclamado por aquellas mismas calles?
Un pequeño grupo de mujeres compasivas y de
niños, que muestran ingenuamente la pena de sus corazones; le queda también el amor
fidelísimo de su Madre y uno solo de sus discípulos, el discípulo amado. De
todos los sacerdotes de la sagrada mesa, uno
solo. Los malos sacerdotes allí están; los buenos están ausentes.
4. Es
cosa horrorosa esta indiferencia de la muchedumbre.
¡Cuánta estupidez, qué grosería, qué cobarde
respeto humano se observa en tantos cristianos, cuando el Señor pasa por las
calles de nuestras grandes ciudades, en el Santísimo Sacramento!
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