Sydney Harris, columnista:
Como la mayoría de las familias, estuvimos pendientes de la televisión durante
el último vuelo de los astronautas. Nos maravillamos, aplaudimos, y suspiramos
con alivio cuando descendieron sanos y salvos.
--¿Cómo se sentirá uno dentro de una astronave? --meditaba nuestro hijo de
diez años.
--Estás en una ahora mismo, y lo has estado durante toda la vida --le dije.
La Tierra es una nave del espacio, pequeña en términos astronómicos. Mide
tan solo 12,800 kilómetros de diámetro, lo que la hace apenas un punto minúsculo
en nuestra galaxia. Y la nuestra es una de varios millones de galaxias. Con todo,
esta diminuta partícula ha sostenido la vida de miles de millones de pasajeros
humanos, durante los millones de años que lleva girando en su órbita del sistema
solar. No hay indicios de que el impulso que lleva vaya a agotarse en muchos
millones de años por venir, y sólo necesita la radiación del sol para sostenerse
y regenerar la vida "de a bordo".
Si desde temprana edad pudiésemos inculcar en nuestros hijos este concepto
de una astronave global, quizá estarían mejor preparados, en pensamiento y en
obra, para que, al llegar a mayores, se tratases unos a otros como deben hacerlo
los tripulantes de una nave.
Vivian Cristol:
Cuando perdemos un amor, en cualquier forma que sea, nuestro dolor será
hondo y duradero. Pero, por mi parte, suscribo la vieja teoría de que debemos
volver a montar el potro en seguida de una caída. En la vida hemos de contar
siempre con el "próximo": el próximo gato, el próximo perro, el próximo marido,
etc. Muchas son las dichas de que nos privamos siendo tan parcos en el
amor, y tan medrosos de sufrir daño.
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