ESCUCHA hija
mía las instrucciones de la prudencia, y permite que los preceptos de la verdad
se hundan profundamente en tu corazón; así los encantos de tu mente darán
brillo a la elegancia de tus formas, y tu belleza, como la rosa a la cual se
asemeja, conservará la dulzura después que se haya marchitado.
En la primavera de tu
juventud, en la mañana de tus días, cuando los ojos de los hombres te miren con
placer y la naturaleza murmure en tu oído el significado de esas miradas… ¡Ah!,
escucha con cautela sus palabras seductoras, cuida bien tu corazón, y no
prestes oído a su voz suave y persuasiva.
Recuerda que eres la
compañera razonable del hombre, no la esclava de su pasión; el propósito de tu
ser no es simplemente el de complacer su desenvuelto deseo, sino el de ayudarlo
en los trabajos de la vida, el de consolarlo con tu ternura y el de recompensar
sus atenciones con amable solicitud.
¿Quién es la gana el corazón
del hombre y reina en su pecho? ¡Mírala!... Allí va con su suavidad de
doncella, con la inocencia en su mente y la modestia en sus mejillas.
Su mano busca que hacer, su
pie no se complace en el corretear ocioso. Está vestida con pulcritud,
alimentada con templanza; la humildad y la mansedumbre son la corona de gloria
que circunda su frente.
En su garganta hay música, la
dulzura de la miel fluye de sus labios. La decencia está en todas sus palabras;
en sus contestaciones hay verdad y suavidad. Delante de ella marcha la
prudencia, y la virtud está a su lado derecho. La paz y la felicidad son su
recompensa.
Su mirada habla con suavidad
y amor; la discreción está sobre su frente. La lengua del disoluto y licencioso
queda muda ante la presencia de ella, y el temor de su virtud lo hace callar.
Cuando el escándalo está
atareado y la fama de su vecina salta de lengua en lengua, si entonces la
caridad o la buena índole no hacen abrir la boca de ella, el dedo del silencio
descansa sobre sus labios.
Su pecho es la mansión de la
bondad, y por lo tanto ella no sospecha el mal en los demás. Preside la casa, y
hay paz; ella da órdenes con buen juicio, y es obedecida. Se levanta por la
mañana, considera sus asuntos y señala a cada uno su propia ocupación. El
cuidado de la familia es su gozo. La prudencia de su administración es un honor
para su esposo, y él escucha las alabanzas a ella con secreta delicia.
Ella infunde la mente de sus
hijos con sabiduría, y ordena la conducta de ellos a ejemplo de su propia
bondad. La palabra de su boca es la ley de los jóvenes; porque la ley del amor
está en los corazones de todos y la bondad de ella abre las puertas de los
corazones.
En la prosperidad no se
envanece, en la adversidad ella cura las heridas de la fortuna con paciencia.
Las calamidades de su esposo se alivian con los consejos de ella y se endulzan
con sus caricias; él descansa su cabeza en el pecho de ella y recibe consuelo.
Feliz el hombre que la haya hecho su esposa; feliz el niño que la llame madre.
Deja huella al morir,
¡Brilla! ¡Destaca…!Cumple tu misión en esta vida. Dios te dio inteligencia,
úsala. Dios te dio corazón, pues ama, Tienes un par de firmes brazos, úsalos.
Si fracasas no culpes a
nadie. Tu misma tomaste tus decisiones, tus ojos ven las cosas que quieres ver,
tus oídos oyen las cosas que quieres oír, tu lengua dicen las cosas que quieres
decir. Creaste tu propio mundo por eso no culpes a nadie de tus dificultades.
Sufre tus dolores, tus esperanzas, tus yerros, con entereza y dignidad. No
pidas piedad ni indulgencia, no mendigues palabras de consuelo. Saca fuerzas de
tus flaquezas y no te consideres vencida mientras corran gotas de sangre por
tus venas. Si caes, levántate… y sigue. Algunos corazones tienen miedo de la
vida y no se atreven a intentar la conquista de la felicidad que va acompañada
de dificultades. No se quiere cortar la rosa por temor a pincharse. Se quiere
la rosa ya cortada y sin espinas. Solamente los corazones valientes tienen la
audacia de llevar a cabo tales conquistas, que cuestan, es cierto, pero que se
hallan enriquecidas con todo lo que han costado.
Sólo hay un camino entre un
millón… y ese es el tuyo. Por lo tanto siempre debes tener presente que un
camino es sólo un camino. Si crees que
no debes seguirlo, no debes quedarte en él bajo ningún concepto. Cualquier
camino es tan sólo un camino. No es nada afrentoso para ti ni para los demás el
no seguirlo, si eso es lo que te aconseja tu corazón. Pero tu decisión de
perseverar en la senda elegida o abandonarla, debe estar libre de miedo o
ambición. Medita sobre tu camino tantas veces como creas preciso. Pregúntate a
solas lo siguiente: ¿Tiene un sentido esencial este camino?... Lo importante es
que tenga un sentido profundo.
…
del Archivo Tibetano
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