domingo, 1 de septiembre de 2013

EL PRESIDENTE WILSON: EL DON DE HOROICIDAD / Antenor ORREGO

LA HEROICIDAD es producto del sentido religioso de la vida. Para el hombre heroico esta está revestida de extraordinaria grandeza, de excelsa gravedad.      Es trascendental como  el destino, es  el destino mismo.  Hay una misión sagrada que cumplir, infinitas posibilidades que realizar, es la perentoria fuerza del deber que ejerce su omnímoda potestad. La heroicidad es el sacerdocio de la vida, el supremo apostolado. Apostolado de belleza: el poeta, el artista; apostolado de verdad: el pensador, el filósofo; apostolado de acción: el estadista, el filántropo.

   Para hombres de este temple espiritual, nada hay que pueda desviarles un ápice de su sendero. Son pródigos en el sacrificio, en la abnegación y en el fervor de su obra. Hacen la donación plena de su espíritu. Van forrados en la coraza de su dignidad y de su orgullo, contra las tentaciones perturbadoras del placer, de la vanidad, de la riqueza y del poder. Suelen permanecer modestos, silenciosos y desconocidos hasta el momento en que juzgan que está cumplida la sazón de su esperanza. Hay una luz interna que los alumbra, una fuerza hermética e irrazonada, que los conduce, una potencia oculta e indeclinable que los sostiene, un soplo arcano y seguro que los incita, una voz callada y perentoria que los empuja, una razón sin razón que los inflama, una vehemencia que los enfervoriza, un motivo informulable que los obsesiona, un deslumbramiento constante que los embarga, una fulminación que los enajena y los hechiza, contra todas las evidencias, contra todas las censuras, contra todas las opiniones y contra todas las certidumbres. El héroe es siempre leal a su misión.

   Wilson, ciudadano modesto, profesor oscuro, abogado fracasado, candidato de pocos prosélitos, es el tipo de héroe cotidiano que afirma su propia certidumbre por sobre todas las demás, asumiendo la máxima responsabilidad de la historia en momentos en que la tragedia del espíritu humano alcanza sus proporciones más pavorosas y excesivas. Cuando todos los cerebros se desconciertan, cuando todos los corazones flaquean, cuando todas las firmezas se abaten, cuando todas las voluntades se ablandan, surge el héroe máximo, acepta voluntariamente una responsabilidad que pudo eludir, vocea en toda la amplitud del mundo sus catorce principios que mantienen incólumes, en medio del desquiciamiento general y del fragor bélico, las conquistas espirituales de una civilización.

   Ha resuelto el conflicto, ha optado por uno de los términos del dilema universal, ha dado la solución al problema de la justicia de su época. Es el momento en que se incorpora su obra y su espíritu al dominio de la Eternidad. El mundo asiste a  la eclosión magnífica de la universalidad, de la intuición, de la eficacia y de la heroicidad máximas de una época, tomando carne, haciéndose corpóreas en el espíritu y en la acción de un hombre.


Trujillo, 14 de mayo de 1919.

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