LA HEROICIDAD es producto del sentido religioso de la vida. Para el hombre heroico esta está
revestida de extraordinaria grandeza, de excelsa gravedad. Es trascendental
como el destino, es el destino mismo. Hay una misión sagrada que cumplir, infinitas
posibilidades que realizar, es la perentoria fuerza del deber que ejerce su
omnímoda potestad. La heroicidad es el sacerdocio de la vida, el supremo
apostolado. Apostolado de belleza: el poeta, el artista; apostolado de verdad:
el pensador, el filósofo; apostolado de acción: el estadista, el filántropo.
Para hombres
de este temple espiritual, nada hay que pueda desviarles un ápice de su
sendero. Son pródigos en el sacrificio, en la abnegación y en el fervor de su
obra. Hacen la donación plena de su espíritu. Van forrados en la coraza de su
dignidad y de su orgullo, contra las tentaciones perturbadoras del placer, de
la vanidad, de la riqueza y del poder. Suelen permanecer modestos, silenciosos
y desconocidos hasta el momento en que juzgan que está cumplida la sazón de su
esperanza. Hay una luz interna que los alumbra, una fuerza hermética e
irrazonada, que los conduce, una potencia oculta e indeclinable que los
sostiene, un soplo arcano y seguro que los incita, una voz callada y perentoria
que los empuja, una razón sin razón que los inflama, una vehemencia que los
enfervoriza, un motivo informulable que los obsesiona, un deslumbramiento
constante que los embarga, una fulminación que los enajena y los hechiza,
contra todas las evidencias, contra todas las censuras, contra todas las
opiniones y contra todas las certidumbres. El héroe es siempre leal a su
misión.
Wilson,
ciudadano modesto, profesor oscuro, abogado fracasado, candidato de pocos
prosélitos, es el tipo de héroe cotidiano que afirma su propia certidumbre por
sobre todas las demás, asumiendo la máxima responsabilidad de la historia en
momentos en que la tragedia del espíritu humano alcanza sus proporciones más
pavorosas y excesivas. Cuando todos los cerebros se desconciertan, cuando todos
los corazones flaquean, cuando todas las firmezas se abaten, cuando todas las
voluntades se ablandan, surge el héroe máximo, acepta voluntariamente una responsabilidad que pudo eludir, vocea en
toda la amplitud del mundo sus catorce principios que mantienen incólumes, en
medio del desquiciamiento general y del fragor bélico, las conquistas
espirituales de una civilización.
Ha resuelto el conflicto, ha optado por uno de
los términos del dilema universal, ha dado la solución al problema de la
justicia de su época. Es el momento en que se incorpora su obra y su espíritu
al dominio de la Eternidad. El mundo asiste a
la eclosión magnífica de la universalidad, de la intuición, de la
eficacia y de la heroicidad máximas de una época, tomando carne, haciéndose
corpóreas en el espíritu y en la acción de un hombre.
Trujillo, 14 de mayo de 1919.
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