domingo, 1 de septiembre de 2013

TERESA DE JESÚS / Alfonso JUNCO

La santa de la raza ha sido llamada con justicia Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Pero fúndese en ella, no sólo cuanto hay de más genuino y característico en el genio español, sino cuanto pueda encontrarse de virtudes más disímbolas en el universo de las almas. Su cálido misticismo, las revelaciones, las visiones, la vida en lo maravilloso que es su ambiente, júntase con el sentido práctico más seguro, la actividad militante, la reforma y fundación de conventos, la injerencia en las cosas más cotidianas y caseras. Su desprecio del mundo, su sentimiento del honor, sus rigurosas penitencias, participan de un tono hidalgo y caballeresco, y se hermanan con la humildad más buscadora de humillaciones, la ingenuidad más deliciosa y el humor más agudo y jovial.
   Podemos sentirnos más cerca de ella y entrar profundamente en el conocimiento de su espíritu, por las encantadoras confidencias del Libro de su Vida, escrito bajo el mandato de sus superiores. Conmueve penetrantemente oír su voz, sentir que ella personalmente nos está contando lo que ella vio y escuchó: cada aparición, cada plática de Cristo, cada revelación de lo alto están auténticamente ante nosotros: tocamos con la mano lo inasible. Las desconfianzas de quienes la rodean y de ella misma, vencidas al fin por la insistente evidencia ultraterrena; la humillación de sí propia; la llaneza positivista de la narración; el tono infalsificable de la veracidad, reconocido por amigos y enemigos, dan indirectamente a su libro el valor de un robusto testimonio de lo sobrenatural.
   ¡Y el estilo! No es el estilo hermoso y compuesto que algunos puedan pensar, engañados por superficiales elogiadores. Santa Teresa es una gran escritora, pero no es - ¡gracias a Dios- literata.
   Escribe como habla, y habla sencillamente el castellano sabroso de su tiempo. Abrumada por su humildad y lo inefable de lo que cuenta, se excusa y titubea a cada paso, y sentimos la prosa como tropezada y balbuciente. Allí no hay plan, preparación, artificio: es una mujer que va diciendo lo que le ha pasado, como lo va recordando y como va pudiendo. Y las imágenes vivaces, la observación sagaz, los giros familiares, las burlas de sí misma, el graciosísimo candor, las repeticiones, los desaliños, las frases incidentales, las frecuentes digresiones, todo, todo da la impresión de cosa viva.

   La carmelita escribe de carrera, sin tiempo para releer, agobiada de quehaceres; y no creo que haya nunca perdido medio minuto en componer una frase: si no salió a su gusto, en vez de detenerse a enmendar y reforzar, añade en seguida: “esto que he dicho va mal encarecido”. Y a cada paso, conmovida por los recuerdos que va evocando, vuélvese a Dios llena de exclamaciones, vibrante a veces de inflamada elocuencia, y a veces como suspensa y arrebatada en la presencia del que ama. ¡No, no hay allí retórica: allí hay vida!

-Alfonso JUNCO

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