domingo, 15 de septiembre de 2013

IGNACIO DE LOYOLA / Alfonso JUNCO

El  soldado de Pamplona que cae herido en la batalla, siéntese pronto herido por un fuego más ardiente. Ignacio de Loyola (1491-1556) tiene el vigor austero del genio vasco, tiene el heroico temple del militar, y se entrega al Señor de un solo arranque, muda radicalmente de vida, y funda una milicia de asombrosa organización jerárquica y de intrépido afán conquistador, que pelea con el naciente protestantismo, penetra a las regiones más lejanas y obscuras, toma todas las formas, se halla en todos los sitios, enciende en las brasas del corazón la antorcha de la ciencia, y gana para Cristo verdaderas legiones de almas.
   Veamos cómo pinta a nuestro santo su compañero y maestro de prosistas castellanos, el padre Rivadeneira: “Fue de estatura mediana, o por mejor decir, algo pequeño y bajo de cuerpo, habiendo sido sus hermanos altos y muy bien dispuestos; tenía el rostro autorizado; la frente ancha y desarrugada; los ojos hundidos; encogidos los párpados y arrugados por las muchas lágrimas que continuamente derramaba; las orejas medianas; la nariz alta y combada; el color vivo y templado, y con la calva de muy venerable aspecto. El semblante del rostro era alegremente grave y gravemente alegre: de manera que con su serenidad alegraba a los que le miraban, y con su gravedad los componía. Cojeaba un poco de la una pierna, pero sin fealdad y de manera que con la moderación que él guardaba en el andar no se echaba de ver. Tenía los pies llenos de callos y muy ásperos de haberlos traído tanto tiempo descalzos y hecho tantos caminos. L a una pierna le quedó siempre tan flaca de la herida que contamos al principio, y tan sensible, que por ligeramente que la tocasen, siempre sentía dolor; por lo cual es más de maravillar que haya podido andar tantas y tan largas jornadas a pie”.
   Agregaremos una anécdota contada por el propio Rivadeneira y que nos asoma a uno de los aspectos menos conocidos del santo:

   Recién nombrado Ignacio –después de vencida su resistencia porfiadísima- Prepósito General de la Compañía, “luego se entró en la cocina y en ella por muchos días sirvió de cocinero, e hizo otros oficios bajos de casa”, por dar lección práctica de abdicación propia. Después se puso en la Iglesia a enseñar la doctrina a los niños, pero acudía muchos hombres y mujeres, “y aunque él enseñaba cosas más devotas que curiosas, y usaba de palabras no pulidas ni muy propias, antes toscas y mal limadas, eran empero aquellas palabras eficaces y de gran fuerza para mover los ánimos de los oyentes, no a darles aplauso y con vanas alabanzas admirarse dellas, sino a llorar provechosamente y compungirse de sus pecados. …Y temiendo que las cosas provechosas que él decía no serían de tanto fruto ni tan bien recibidas por decirse en muy mal lenguajes italiano, díjeselo a nuestro Padre, y que era menester que pusiese algún cuidado en el hablar bien: y él con su humildad y blandura me respondió estas formales palabras: Cierto que decís bien; pues tened cuidado, yo os ruego, de notar mis faltas y avisarme de ellas para que me enmiende. Hícelo así un día con papel y tinta, y vi que era menester enmendar casi todas las palabras que decía: y pareciéndome que era cosa sin remedio, no pasé adelante, y avisé a nuestro Padre de lo que había pasado; y él entonces con maravillosa mansedumbre y suavidad me dijo: Pues, Pedro, ¿qué haremos a Dios? Queriendo decir que nuestro Señor no le ha dado más, y que le parecía servir con lo que le había dado”.

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