lunes, 9 de septiembre de 2013

EL BAJO CONTINUO / AUDIOCLÁSICA

GRAN PARTE DE LA EMOCIÓN QUE INSPIRA LA MÚSICA BARROCA, SOBRE TODO CUANDO ES INTERPRETADA POR UN GRUPO PEQUEÑO, PROCEDE DEL HECHO DE QUE PARTE DE LA OBRA NO ESTÁ ESCRITA Y DEBE SER IMPROVISADA. ESTO SE CONOCE COMO BAJO CONTINUO O CONTINUO.

El arte de interpretar el continuo es el aspecto más importante y delicado de la música barroca. Se trate de una sonora tiorba en un motete de Monteverdi o del clave de una suite de Bach, la manera en que un músico da forma a su acompañamiento desde un bajo cifrado puede mejorar o empeorar una interpretación. Es una especial única de acompañamiento semi-improvisado: aunque la línea de bajos y la estructura de los acordes no cambien, ninguna interpretación es igual a otra. El intérprete del continuo toma la información básica de la línea de bajos, y, si existe, una serie de códigos numéricos le dan la pauta elemental de las armonías necesarias; a partir de ahí crea un acompañamiento que realza y apoya la melodía principal. El equivalente moderno más próximo es el trío de jazz, con sus posibilidades de improvisación partiendo de una tonada establecida.

El nacimiento del continuo
Aunque las investigaciones indican que a mediados del siglo XVI los organistas de las grandes iglesias europeas utilizaban un tipo de bajo cifrado, el término basso continuo (conocido más tarde como bajo cifrado, aunque hay diferencias estilísticas) fue utilizado por primera vez en Italia a principios del siglo XVIII; la práctica se extendió por toda Europa en menos de una década.
La práctica de cifrar un bajo surgió en parte por la necesidad de una especie de taquigrafía armónica a medida que la música coral eclesiástica se iba haciendo cada vez más incómoda. También se desarrolló como respuesta al estilo declamatorio de las canciones, creado por Caccini y Peri en la Italia de principios del XVII. La música vocal estaba cambiando de la polifonía renacentista, de texturas uniformes según las composiciones de Palestrina y Tallis, a un estilo más individualista basado en el ritmo del habla. La aclaración de texturas resultante llevó a la separación del bajo y la melodía y a la enfatización de sus diferencias de calidades.

Así las cosas, el bajo cifrado se convirtió en una taquigrafía musical muy útil y eficiente, una especie de código armónico. Series de números y de signos de sostenidos y bemoles, encima o debajo de las notas de la línea de bajos, indicaban la armonía del compositor: de este modo, la cifra 5/3 indica la tercera y quinta notas sobre la línea de bajos; el número 6, un intervalo de sexta, y así sucesivamente. El intérprete del continuo, mediante esta taquigrafía, tendría que ser capaz de comprender la armonía, aportando acordes o contrapuntos que apoyen la melodía en el estilo que considere más musical o más aproximado al del compositor.

A pesar de los enormes adelantos armónicos, estilísticos y en cuestión de texturas que se han dado en los últimos ciento cincuenta años, el principio básico del continuo permanece inalterado desde la época de Giulio Caccini (ca. 1545-1618), hasta los primeros clásicos.

El eje de la música barroca

Dependiendo del estilo y la época, la parte del continuo puede ser asumida por cualquier instrumento, sea un simple laúd o cualquier combinación capaz de producir acordes, y se puede apoyar en uno o varios instrumentos del bajo melódico, como la viola. Hay una variedad de sonido y textura entre la que elegir; así cuando hablamos de continuo en una crítica, nos referimos a un equipo de músicos de diferentes instrumentos que comparten la responsabilidad de la línea de bajos y la armonía.

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