A lo largo de cuarenta años Liszt
reunió en esta colección algunas de sus mejores composiciones, escritas bajo la
influencia de libros, paisajes o pinturas, creando así el más bello cuaderno de
viaje del romanticismo.
En muchas creaciones de artistas del siglo XIX, tanto escritores como músicos
o pintores, nos encontramos con la imagen del caminante, del vagabundo, de
aquel que no viaja en busca de un lugar concreto, que quizás huye por un
desengaño amoroso o quizás busca una felicidad imposible. Pensemos, por
ejemplo, en el Viaje de invierno de Schubert, el viaje más terrible del romanticismo.
Un joven se aleja de la ciudad dejando atrás un amor frustrado del que no
sabemos mucho, en su camino por el paisaje helado no encontrará más que la
desolación y la muerte. Pero, aún así, un sentimiento le impulsa hacia delante.
De esa pasión -o enfermedad-
del vagabundo nacieron los tres cuadernos de los Años de peregrinaje de Liszt.
Son veintiséis piezas para piano que abarcan toda la vida de su autor, ya que
los dos primeros cuadernos -Suiza e Italia- fueron escritos entre 1835 y la década
de 1840, y el tercer y ultimo cuaderno entre 1867 y 1877. Estas páginas quieren
ser un viaje al piano y a los pensamientos de uno de los compositores románticos
más fascinantes y complejos.
Un viaje romántico
A diferencia del protagonista
del ciclo de Schubert, que huía de un fracaso amoroso, Liszt emprendió el viaje
que dio origen a estas piezas a causa de una relación apasionada y feliz. En
1835 la Condesa Marie d´Agoult abandonó a su esposo y a su familia para
encontrarse en Suiza con el pianista y compositor húngaro, que por entonces tenía
24 años. Desde esa fecha hasta 1839 viajaron por Europa, en unos años de
paisajes románticos, de arte y de literatura, que fueron el origen de los dos
primeros volúmenes de los Años de Peregrinaje. Durante esos viajes Liszt y la
Condesa tuvieron tres hijos: Blandine, que nació en Ginebra en 1835, Cósima en
1837 y Daniel, que nació en 1839. A partir de ese año Marie se queda en
París con los niños, y Liszt continuó recorriendo Europa en largas giras de
conciertos. La relación entre la pareja terminó en 1844.
En 1836 apareció el Álbum de un
viajero, que recogía algunas de las impresiones musicales de Suiza, que fueron
posteriormente reelaboradas y publicadas como Primer Año de Peregrinaje: Suiza.
El segundo volumen se publicó en 1858 (aunque fue escrito entre 1837 y 1849).
El volumen final apareció en 1833, tres años antes de la muerte del compositor.
Paisajes del alma
Para los románticos el paisaje
-la naturaleza contemplada por el hombre- posee un significado especial, ya que
está cargado de subjetividad, es el reflejo del alma de quien lo contempla. El
compositor se identifica con el paisaje y a la vez, lo transforma. Lo que le
rodea -montañas, sonidos, ríos- se convierte en parte de su alma: refleja su
tristeza o su alegría. De ahí que el hombre romántico nunca permanezca
impasible ante la naturaleza, pues a ella desplaza sus sentimientos. No es música
“descriptiva”, si por tal entendemos la que quiere describir algo -una
tormenta, unas campanas, el mumble de una fuente-. Tampoco quiere (como
Beethoven) reflejar los sentimientos que la naturaleza produce en el
compositor. El músico romántico (como el pintor) vá más allá, ya que el paisaje
es él mismo.
Debemos partir de aquí, para
comprender que estas piezas quieren ser mucho más que postales de viaje.
Podemos entender ahora el prefacio que Liszt situó al frente de su obra : “Habiendo
recorrido en estos años muchos países nuevos, muchos lugares diversos, muchos
sitios consagrados por la historia y la poesía, habiendo sentido que los
diferentes aspectos de la naturaleza y las escenas que van unidas a ellos no
pasan ante mis ojos como imágenes vanas, sino que remueven en mi alma emociones
profundas y que establecen entre ellas y yo una relación vaga pero immediate,
una relación indefinida pero real, una comunicación inexplicable pero cierta,
he intentado poner en música algunas de mis sensaciones más fuertes, de mis más
vivas percepciones.
Suiza: La Naturaleza
Suiza e Italia representan dos
concepciones de lo romántico: Italia simboliza el arte y la literatura, el
encuentro con la belleza absoluta y eterna; Suiza significaba el paisaje, el
folklore y las leyendas románticas. Como decíamos antes, la naturaleza, para el
hombre romántico, es más que un bello paisaje que se contempla. Por eso
intentaremos que quiso mostrarnos el compositor en algunas de estas nueve
piezas, qué significados -más allá de lo musical- quiso presentarnos Liszt.
En el lago de Wallenstadt puede
parecer una sencilla pieza descriptiva. Escuchamos en ella, según cuenta Marie
d´Agoult en una carta, el murmullo de las aguas y la cadencia de los remos. Pero
esta pequeña y bella pieza es un ejemplo de que en todos los “paisajes” de
Liszt hay algo más, como nos lo indica la cita de Byron que encabeza la
partitura: “El lago contrasta con el mundo salvaje en el que habito; me invita,
con su silencio, a abandonar las difíciles aguas de la tierra por una fuente más
pura”. En la unión de la vida y el arte propia del artista romántico ese lago
representa la búsqueda de la quietud de quien, durante esos años, recorría
Europa.
Otro ejemplo de ese significado
que poseen estas piezas nos lo proporciona Orage, la pintura de una terrible
tormenta en la Montana, reflejo de lo que sucede en el interior del hombre. De
nuevo son los versos de Byron los que introducen la pieza: “¿Tempestades, sois
como las tormentas que existen en el interior del alma humana?”
Cerremos estos ejemplos con Las
campanas de Ginebra, la última pieza de este primer año, exponente bellísimo de
los “paisajes del alma” del artista romántico. La cita que introduce la pieza,
de nuevo de Byron, es el perfecto resumen de la idea estética de Liszt, la
correspondencia entre lo exterior y lo interior, cómo lo que contempla, lo que le
rodea se transforma en lo que siente. La naturaleza y el sentimiento son uno y
lo mismo: “No vivo en mí mismo, sino que me convierto en parte de lo que me
rodea”.
Escuchamos las campanas que
introducen un canto pleno de ternura y lirismo, ya que la pieza está dedicada a
Blandine, la primera hija de Liszt, nacida el 18 de diciembre de 1835 en esa
ciudad.
Podríamos seguir, ya que todas
las piezas invitan a un comentario: la leyenda romántica -heroísmo, mito y
paisaje- en La capilla de Guillermo Tell; la naturaleza en Al borde de una
fuente… Y, sobre todo, la gran pieza, casi quince minutos, que es El Valle de
Obermann, una de las cumbres del piano romántico. Pero no podemos detenernos,
pues nuestro viaje por Europa debe continuar en compañía del compositor húngaro.
Italia: El arte y la
literatura
Italia representa para los románticos
una visita imprescindible, siguiendo una tradición que tenía su origen siglos
atrás. Todos los artistas y los jóvenes “educados” debían viajar a Italia
durante sus años de formación. Allí buscaban, por una parte, los restos de una
cultura clásica; también el arte del renacimiento, que representa la belleza en
su estado más puro. Pero los románticos descubrieron algo más: la vitalidad
popular de ciudades inundadas de luz y de mar, un paraíso de libertad y vida
para los viajeros procedentes del Norte de Europa.
La literatura está en el origen de los bellísimos y líricos tres sonetos de Petrarca y en la “Fantasia quasi sonata”. Después de una lectura de Dante, Il penseroso está inspirado en una estatua de Miguel Ángel y Sposalizio en un cuadro de Rafael, El matrimonio de la Virgen.
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