EL HOMBRE
HISTÓRICO
La figura
contemporánea más enérgica, de más fuerte y neto relieve espiritual, de más
vigoroso, audaz y prócer lineamiento, de
más maciza y granítica contextura, de más afirmativa e irrefragable realidad
histórica es, sin duda alguna, la del presidente Wilson. En él se acusa, de una
manera patente y radiante, el soplo creador de la nueva era. Es la
transparentación más luminosa y evidente del alma contemporánea. Como en un
bloque humano se han fundido en su poderosa individualidad las energías
espirituales de un siglo. Como una antena, polariza y distribuye las
direcciones éticas de una época. Ninguna de sus inquietudes le son extrañas;
ninguno de sus anhelos dejan de tener inmediata resonancia en su corazón. Hijo
mayor de una etapa; síntesis palpitante de los ocultos y desconocidos designios de la
historia.
Es uno de los espíritus
que suelen aparecer, de ciclo en ciclo, como suma y compendio de una
civilización; como empujados por la corriente misteriosa y arcana de los
siglos; como sellados por una de esas raras e insólitas predestinaciones que
huellan con su planta creadora las normas corrientes, las pragmáticas
consagradas.
En ellos parece que la
humanidad se remozara aboliendo la obstructora sedimentación de prejuicios, de
convenciones y de cánones que atajan su marcha. La naturaleza, entonces, obra
sola, por virtud de su propia energía, despojándose del consuetudinario
despotismo del hábito, de la tiránica sugestión del precedente, y atacando la
vigencia de todas las fórmulas fijadas por la tradición ancestral. Cual hitos de
las edades marcan el término de una ruta, el remate de un proceso, la
culminación de una excelencia.
Son el verbo más
simple, la acción más depurada, el pensamiento más unánime de una etapa. Por
sus labios habla la masa anónima y oscura del mundo, el soterrado rumor del
pueblo que forja incesantemente la historia. Ellos son su expresión más
diáfana, más leal y más clara. Surgen siempre en un periodo intenso y trágico
de la humanidad, en la liquidación de una época para esbozar enérgicamente la
que sigue.
Wilson es la ecuación
más alta de la historia contemporánea, es el héroe de un ideal ético de que nos
habla Carlyle, el hombre eje de una civilización. Ciclópea contextura, traza
heroica, forjada para la leyenda, de este maravilloso amasador de energías. Representa
la sensibilidad de una época; es la culminación de una vida del mundo; toma
carne y se realiza en él un ritmo de la historia.
La excelsitud de su
espíritu nos hace pensar en uno de aquellos especímenes en que la casa humana
se supera; en uno de aquellos hombres
tipos que constituyen la prueba más patente e irrecusable de la evolución, de
la ley del perfeccionamiento indefinido; en uno de aquellos ejemplares que dan
la medida de la riqueza y de la intensidad espiritual del siglo en que viven.
-Antenor ORREGO, pensador peruano.
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