Una cosa es
ser el “alumno” y otra el “discípulo”. El alumno, en una relación meramente
intelectual con el maestro, recoge técnicas, conocimientos. Se va con ellos y
sigue siendo el mismo. El discípulo, en cambio, en una relación profundamente
humana con el maestro, lleva técnicas y conocimientos pero- sobre todo- recoge
las ocupaciones, las preocupaciones y las ideas del maestro; hace suyos los
sueños, ideales, verdades y esperanzas del maestro; y, con sus talentos y estilos personales, se vuelve como
continuidad del maestro. Avanza, corre hacia adelante, pero llega más arriba.
Así, generación tras generación, como en una “posta” que pasa de mano en mano,
lo que es chispa la convierte en llama y ésta en hoguera y luminaria que
abriga, que da luz, que alimenta y da forma a los hombres y a los pueblos.
De tal
manera, los discípulos –por encima de placas, platos y medallas- son el
monumento vivo del maestro, y los maestros intuyen y descubren vocaciones y
talentos en el rostro, en la mirada y en las actitudes de los niños y los
jóvenes para guiarlos hacia el puerto.
Andrés Ulises
Calderón era uno de esos maestros. Una de sus verdades era que el arte es una
vía de educación y cultura por medio de la cual la vida, el mundo consumista y
materialista de nuestros días puede trasponer los límites exclusivos de la
materia y de la sensualidad para encontrarnos más arriba, como criaturas
superiores, en el mundo elevado del espíritu. Uno de sus sueños era promover la
música.
Solía
decirnos que la perfección humana no es resultado exclusivo del conocimiento,
de la ciencia y de la técnica. Que la perfección humana específica se logra en
la visión y en la posesión de la verdad, en la contemplación y el goce de la
belleza y la armonía del mundo y de la vida… Que el arte es manantial de vida,
de humanidad y lozanía.
Este hombre
era director de la Escuela de Música “Carlos
Valderrama”. Cuánto hizo por ella, no lo sabemos ni viene al caso. El detalle
que viene al caso es que, pidiendo y con
su propio peculio, logró dieciocho violines para ponerlos en manos de otros
tantos niños y jóvenes para promover la música en Trujillo.
Uno de esos
niños fue Francisco Pereda. Aquel día, como “leyendo en el rostro y en la
mirada del muchacho, le puso el violín en sus manos y en el alma un reto,
diciéndole: “Cuando toques la Ciaccona de Bach diré que eres un violinista”.
Juan
Sebastián Bach, maestro del violín, según sus biógrafos y críticos, es el
músico más genial de Alemania, el más clásico, el más puro, el más perfecto y
el más modesto de todas las épocas; y su Ciaccona para violín solo –un conjunto
de variaciones, una por cada año de la edad de Cristo-, es la obra en la cual
Juan Sebastián Bach ha expresado una elevación inmaculada del espíritu, con
admirable grandeza. En la obra de Bach, ésta era la favorita de Andrés Ulises.
El niño
empezó el estudio de violín en Trujillo, con el profesor Aurelio Aznarán.
Veintiocho años después, en octubre de 1986, cuando Andrés Ulises se encontraba
delicado en Lima, en trance de una segunda intervención quirúrgica, el joven
Francisco, ya en camino a la maestría en el violín, viajó expresamente a la Capital para ofrecer la Ciaccona de Bach a su maestro paciente. Tocó. Después
los dos se confundieron en un largo y profundo abrazo y muchas lágrimas. En ese
instante se realizaba misterio de la relación humana del maestro y del
discípulo, y este episodio es, seguramente, el hilo y el desafío más grande e
imborrable de Francisco Pereda en su camino, ahora rutilante, que en la niñez
le señaló el maestro de los días iniciales, en el punto de partida de la vida
consagrada al arte. Por eso ahora, hablando como presidente de la Fundación:
“Andrés Ulises Calderón” –cuyo fin es, precisamente, promover la música en
Trujillo –Francisco Pereda dice: “Le debo la vida porque la música es mi vida”
y, “aludiendo sin duda a lo que queda por hacer y por andar en el camino,
agrega: “solamente cuento con un arma, la más poderosa de todas, el consejo que
este hombre me dio: Si trabajas a conciencia y con conocimiento no hay nada que
no podrás vencer”.
Con un
currículum brillante, vivido dentro y fuera del Perú. Con maestros como Dorothy
De Lay, Rafael Hilyer, Szymsia Balour, Jorge Risi, Leopold Stokowsky, Herrera
de la Fuente y Cary Petrenko en Dirección orquestal. Con giras por América del
Norte y del Sur, por Europa y Asia, el pequeño discípulo convertido en maestro
y en uno de los pocos Directores con que cuenta el Perú, dejando excelentes y
tentadoras oportunidades en el extranjero, Francisco Pereda vino a servir a su
patria y a Trujillo.
En el seno de
la OST ha hecho de todo. Desde cargar atriles, buscar auspicios para
conciertos, armar y copiar partituras, hasta dirigir la Orquesta o integrarla
ora como violinista, ora como solista, pero siempre fiel al incansable afán de
bridar educación y cultura, de buscar la elevación humana en el cuerpo de la
sociedad, de promover la música y sus valores representativos en Trujillo.
Reconociendo, precisamente el talento de los jóvenes valores de Trujillo, ha
dicho: “La juventud nos señala un nuevo amanecer” y esto es esperanzador en el
horizonte de nuestras dolorosas circunstancias.
El Supremo
Mandatario, en efecto, al jurar el cargo, ha dicho ante el Congreso que recibe “un
desastre”. Lo dijo con firmeza, con coraje y convicción. Y esta declaración, a
tan alto nivel, desde el cual oye el mundo entero, tiene que preocuparnos
profundamente a todos. Pero frente ala “desastre” no podemos flaquear. Debe
ser, más bien, un reto que enfrentar patrióticamente y con fe. El maestro en
quien el pueblo peruano cree y los maestros auténticos que sirven a la patria,
no van a fallarnos.
La corrupción
moral ha contaminado el cuerpo de la sociedad. Agudas oposiciones de intereses,
profundas desavenencias espirituales nos han llevado a esta situación en la
cual lo bueno y necesario falta. Lo que sobra es el mal. Necesitamos, pues,
algo que sólo la educación, la cultura y los maestros auténticos pueden darnos,
algo más hondo, más íntimo, más espiritual y humano que lo puramente sensorial,
técnico y material.
La música es
tal vez la expresión más viva del pensamiento y el sentimiento humanos. La más
amplia y profundamente inteligible porque superando la barrera de la diversidad
de lenguas, recrea todos los oídos, conmueve toda sensibilidad, inunda todas
las almas y puede transportarnos a un mundo más elevado y más humano, en el
cual todos lo0s temperamentos y todas las mentalidades pueden encontrarse. Por
su fineza, su delicadeza, la música penetra en la mente y en el corazón del
hombre con más profundidad, con más precisión y matices que la palabra y cumple
una misión insospechable e invisible de unión interior, de armonía, de
concordia y de paz.
Este es el
mundo y el compromiso de Francisco Pereda. Para él la música es su vida. Por
medio de ella nos expresa y nos deja sus pensamientos, sus sentimientos, nos
revela su alma, nos transmite el mensaje que los grandes compositores nos
legaron en sus obras. Es como si quisiera prestarnos alas para elevarnos hacia
niveles superiores de bondad y humanidad por encima de todos los ruidos,
estrépitos, ruindades y mediocridades.
Frente a
nuestra crisis, Francisco Pereda, humano, sencillo y jovial, el pequeño
discípulo elegido ayer, es maestro que está cumpliendo la tarea que le incumbe
enseñando con su arte a los hombres a vivir y amar todo lo que en la vida hay
de verdad, de pureza, de humanidad y de paz. Y esta es obra de educación y
cultura que merece reconocimiento y gratitud.
Si
se va para coronar sus ideales, hagamos votos porque los consiga. Pero también
hagámoslo porque vuelva más pleno, a completar su misión de maestro: a “predicar”
con su violín para todos, sin palabras, por encima de la palabra. Que vuelva
con una batuta que sea cátedra, tribuna y púlpito. Necesitamos maestros
verdaderos. Ya no queremos cínicos ni demagogos.
SUPLEMENTO
DOMINICAL “LA INDUSTRIA” / 26-agosto-1990
No hay comentarios:
Publicar un comentario