Soy el hombre eterno.
Mis anhelos tienden
sus antenas al porvenir.
Mi cerebro y mi
corazón abrazan al Universo, y lo introducen, compendiado y completo, en mis
pensamientos y en mi voluntad.
La escoria efímera
de los hechos, como la ceniza de los leños que alimentan la fogata, se queda
esparcida en la senda.
El fuego, el
espíritu de cada día, se va conmigo, caldea todas mis horas, y estalla en rojas
rosas de porvenir.
Nada provisorio,
nada pasajero permanece en mí.
Soy el fatal, el
necesario reflejo de la Eternidad.
Mis músculos se
hinchan; la alquitara de mi cerebro no cesa de trabajar; los latidos de mi
corazón se ensanchan como las ondas.
Voy hacia la
plenitud de mi realidad.
¡Amada mía, mi
futuro te espera!
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