martes, 14 de enero de 2014

EL NIÑO DIOS DE CUARZO Y PEDERNAL Folios de la Utopía / Danilo SÁNCHEZ LIHÓN

(Del Archivo personal de Tom Castillo-Bélgica)
 
1. Quizá algún día

El Niño Dios más misterioso de mi infancia fue el que perteneció a mi abuela Rosa Paredes, la mamá de mi mamá.
Supe que existía cuando una vez vino a su casa mi tía Carmen de Cachulla, y una tarde en que conversaban solas le preguntó:
– ¿Y tu Niño Dios de cuarzo y pedernal?
Mi abuela miró a todos lados, como asustada de que hubiera alguien que escuchara. Aparte de ellas dos, solo estaba yo.
– ¡Ahí lo tengo! –Dijo lacónica y cortante. Mi tía entendió, ¡cualquiera hubiera entendido!, que no quería seguir hablando del tema. Y esto fue suficiente para que yo después no cesara de preguntarle:
– ¡Abuela, muéstrame tu Niño Dios de cuarzo y pedernal! –Pero, siempre la inquiría cuidando de estar solos, porque había entendido que para mi abuela ello constituía más que un secreto, en verdad algo sagrado.
– Quizá algún día te lo haga ver.

2. No se había olvidado

Ahora ya no era un niño, y había regresado. Y es que cuando nació mi última hermana, Luz Elvira, en el Hospital Regional de Trujillo, mi padre me encomendó ir a Santiago de Chuco llevando el certificado de nacimiento de la niña, a fin de cobrar en la Caja de Depósitos y Consignaciones la retribución que por tener un nuevo vástago asignaban a los maestros.
Dos meses antes toda mi familia había emigrado de Santiago de Chuco a Trujillo, mi madre resentida con mi abuela que la castigó por devolverle unas papas y maíces podridos.
Al llegar a mi pueblo visité a mi abuela quien lloró en mi hombro, recorrió con las palmas de sus manos mi rostro y, como si recordara algo que entre nosotros era una consigna, queriendo cumplir con un designio ineluctable, me dijo confidente:
– ¿Quieres ver el niño Dios de cuarzo y pedernal? –¡Ella no se había olvidado! Y cogiéndome de la mano como si fuera un chiquillo subimos las gradas del patio, luego de la escalera y entramos a su habitación

3. Tallado por los relámpagos

Abrió de par en par su armario y en una urna vi el brillo de una luz interior que irradiaba una roca honda. Y encima de ese abrojo las manitas y los pies levantados, y la cabecita empinada de un niño:
– ¡Hermoso! –Dije– Yo creí que lo tenías escondido, abuela.
– Ahora estoy sola lo he puesto frente a mí, y de noche me duermo mirándolo.
Del tamaño de un plato sobresale nítidamente de las rocas abruptas un niño de cristal de cuarzo pulido, iridiscente y límpido.
– ¿Lo ves? –Me pregunta ansiosa.
– ¡Todo!
La cabeza del niño es cuarzo puro, transparente, tratando de erigirse y de ponerse en pie. Tallado por la lluvia, la tempestad y los relámpagos.

4. Reinició la marcha

Mi abuela me mira y yo la miro. Y considera inevitable contarme: Nació y se crio en Pallasca, desde donde su madre se trasladaba a la boca de la mina de Tamboras a vender el pan que preparaba. ¿Acaso el obrero tenía dinero? Todo era fiado y cada 15 días en que se pagaba el jornal había que estar presente para cobrar del pan anterior y vender el pan nuevo.
La niña se quedaba encargada con la vecina pero durante ese tiempo la extrañaba tanto que sentía que los días eran invivibles. Tiene 8 años y al no poder convencerla que la lleve consigo decide fugarse y seguirla. La noche anterior en que su madre iba a partir al amanecer disimuló que dormía. Al sentir alejarse sus pasos en la madrugada saltó de la cama, hizo un atado de ropa, se puso su rebozo negro y raído, y salió cuando su madre desaparecía al final del sendero.
Y la siguió rumbo a las minas de Tamboras, lugar terrible por lo helado y yermo, escarchado de vientos en donde ulula el cierzo y la nevasca. Al esconderse cada trecho vio que su madre cada cierto tiempo volteaba, como si presintiera que alguien la seguía. Incluso hubo un momento que detuvo a los pollinos y se paró de frente, esperando que alguien apareciera. Después reinició la marcha.

5. Como nunca

La niña decidió ya no caminar tan de cerca, pues si la descubría la regresaría a su casa después de darle una buena tunda. Pronto el cielo se llenó de nubes y empezó a azotar la tempestad, y a caer la cellisca en que nada se veía perdiéndose el trazo de las huellas, solo apareciendo el ichu y los chorrillos de aguas heladas.
Allí empezó a correr para alcanzar a su madre. Nadie respondía. Se había perdido. Todo era soledad y páramo. Lloró y llamó a gritos pero nadie la oía. Cayó y allí vio que algo brillaba. Era una piedra de cuarzo y pedernal que recogió y buscando un refugio quedó dormida. Al despertar ya había escampado y el camino era diáfano y sereno.
Siguió la senda que se abría y después de casi un día de camino llegó a las minas de Tamboras en donde encontró a su madre. La niña la ayudó tanto que el pan se vendió rápido y como nunca. Y desde entonces siempre viajaron juntas.

6. No pude calmar su llanto

Ya joven y allí mismo conoció a quien sería mi abuelo Benigno cuyo oficio en la boca de la mina era aguzar las herramientas que perdían filo con el golpeteo en las rocas que hacían los mineros allá adentro.
Se unieron y él la llevó a Santiago de Chuco. Tuvieron seis hijos, y ella quedó viuda a los 35 años. Jamás volvió a casarse. Mi abuelo la dejó muchas propiedades, pero aun así siguió amasando pan y ella misma vendiéndolo en la boca mina de Quiruvilca, lugar lóbrego, oscuro y sombrío.
La noche del 13 de abril yo volvía a Trujillo y mi abuela al despedirme se abrazó muy fuerte a mí, diciéndome:
– Ya no nos volveremos a ver, hijito.
Yo la consolé, sin saber lo que ocurriría al otro día, diciéndole:
– Vas a vivir muchos años, abuelita. –Y no pude calmar su llanto.
Mi abuela moriría al día siguiente que me despidiera de ella, el 14 de abril del año 1966.

7. Flores silvestres

Por eso creo y digo que el Niño Dios salió a esperarla, como cuando ocurrió de niña, pero esta vez en el viaje de regreso.
Porque murió en la ruta de Santiago de Chuco a Pallasca su tierra natal, al desbarrancarse el vehículo en que iba en la Loma del Viento.
Porque, acaso, ¿no coincide todo? Pero esta vez a la vera del camino para guiarle en el retorno, pero hacia la otra vida.
A nadie he escuchado que tenga ese Niño Dios como reliquia. Nadie que lo haya encontrado o recogido. No está entre los vestigios que dejó mi abuela. Más bien nadie habla ni sabe nada de él.
Mi abuela está enterrada a la entrada del panteón de Santiago de Chuco y cada vez que voy pongo en su nicho flores silvestres del campo que recojo a la vera del camino pensando en el Niño Dios.

Y creo también que ese Niño Dios de cuarzo y pedernal regresó al camino de donde por ella fue recogido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario