lunes, 13 de enero de 2014

LA VICUÑA, ARISTÓCRATA DE LOS ANDES / James WINCHESTER

UN DÍA  de verano, en los majestuosos Andes del sur del Perú, vi por primera vez una vicuña. Con menos de un metro de alzada y sólo de 35 a 45 kilos de peso, su solitaria silueta se perfilaba contra el fondo del cielo andino en un risco de la sierra, tenía erguidos la hermosa cabeza y el arqueado cuello. No pude menos que pensar en una bailarina equilibrada en la punta de los pies. Luego, con movimientos de gracia etérea, la esbelta criatura dio media vuelta y desapareció de mi vista.

   Esta aristócrata de los Andes, cuyo vellocino dorado es el más terso y valioso del mundo, ha merecido gran estimación del hombre  desde la más remota antigüedad. En la época de los incas, sólo los individuos de la familia real podían usar mantos o poseer artículos de tela de vicuña, y sólo podían tejerla ciertas jóvenes vírgenes elegidas para dedicar su vida como doncellas al servicio del monarca. En el siglo XVI, cuando los conquistadores encabezados por Francisco Pizarro se apoderaron del imperio inca en lo que hoy es Bolivia y Perú, entre los primeros tesoros que enviaron a España había mantas y vestiduras hachas con lana de vicuña. En Europa creyeron que aquella tela era una especie de seda del Nuevo Mundo.

   El pelo de la vicuña, con que la naturaleza la dotó para protegerla de los rigores del clima, es de textura rica. Las aterciopeladas hebras miden apenas 0,0025 mm de diámetro; comparadas con ellas, el cabello humano es una soga basta y la lana de Cachemira resulta áspera. La lana de vicuña es la más costosa del mundo. Uno de estos animales produce apenas 1,5 kilos en toda su vida, esto es, en 12 o 15 años. La tela hecha con ella alcanzó en Italia el equivalente de unos 500 dólares el metro. Un abrigo de pura vicuña (si acaso se encuentra) constituye el máximo símbolo de lujo.

   Con su adelantado sentido de la conservación del medio, los incas limitaron la matanza de estos camélidos. Organizaban grandes ojeos o partidas de montería, llamados chacos, en que 2000 a 3000 hombres rodeaban un área de 250 kilómetros cuadrados y, estrechando el cerco, arreaban toda clase de animales a un corral central. Allí sacrificaban solamente a las vicuñas viejas o baldadas, cuya sabrosa carne aprovechaban, pero a las demás sólo las esquilaban y las dejaban en libertad. Para dar tiempo a que el pelo les volviera a crecer, estos chacos se hacían únicamente cada cuatro años en los diversos distritos montañosos. La cacería se permitía anualmente en ciertas regiones, alternándolas, y, fuera de las redadas oficiales, los indígenas no podían matar ninguna vicuña. La violación de esta ordenanza real se castigaba con la pena de muerte.

   Con la ocupación española dejó de regir esta veda, y la matanza de vicuñas, cuya población era de un millón de animales aproximadamente, acarreó casi la total extinción de la especie, hasta el punto de que en 1964 no llegaba a 8000 cabezas. Para poner fin a la matanza, algunos fervientes conservacionistas, como Charles Lindbergh, de Estados Unidos, y el príncipe Bernardo de Holanda iniciaron una campaña destinada a salvar a la vicuña. La recuperación es lenta, pero alentadora. La Unión Internacional de Conservación de la naturaleza y sus Recursos Naturales la ha puesto en su lista de especies raras en peligro de extinción, y casi todos los países han prohibido la importación y venta de productos de vicuña, con loas notorias excepciones de Italia, Francia y Hong Kong.

   En Perú, Felipe Benavides, negociante y diplomático limeño, fundador de la Asociación Zoológica del Perú y síndico internacional del Fondo Mundial de la Fauna Silvestre, emprendió una vigorosa campaña para que se promulgaran leyes de protección de la vicuña. Hoy ya existen sanciones severas, como cárcel y fuertes multas, para el que mate uno de estos animales. Con raras excepciones, se han suspendido todas las exportaciones aun para los parques zoológicos ; por ello, en todo el mundo hay menos de 100 vicuñas en cautividad. En reconocimiento de sus esfuerzos, Benavides recibió el premio para la Conservación de la Fauna Silvestre J. Paul Getty de 50.000 dólares, y en febrero de este año fue honrado como el más distinguido conservacionista de Iberoamérica.

   Todavía se matan algunos animales, por supuesto, pues en zona más grande que toda Francia, con una población muy dispersa y escasa vigilancia policial, es virtualmente imposible impedirlo del todo. El aislamiento de la región protege a los furtivos, que cuentan con jeeps y caballos para el transporte, y usan rifles de largo alcance para sacrificarlas cuando están pastando. A veces envenenan los abrevaderos y las corrientes de agua, y luego vuelven a recoger las vicuñas que han muerto después de beber.

   Una de las medidas importantes que tomó Perú para repoblar los rebaños de vicuñas fue la institución (en 1967) de una Reserva Nacional de vicuñas de 66.000 hectáreas en Pampa Galeras, situada a 400 kilómetros al sudeste de Lima y a una altitud que varía entre 4000 y 5000 metros. Allí las patrullas de la guardia forestal han reducido mucho la matanza ilegal, y el número de vicuñas en esta gran extensión sin cercas ha subido ya a más de 10000. La Dirección General de Forestal y Caza, encargada de vigilar la reserva, cuenta con fuerte apoyo internacional.

   Fui desde Lima a Pampa Galeras para observar las vicuñas en su ambiente natural y aprender algo acerca de sus interesantísimas costumbres.
   Cuando llegué al cuartel general en Pampa Galeras, situado a la orilla de un turbulento arroyo, en un altiplano de casi 4300 metros de altitud, el cielo estaba nublado y el viento calaba hasta los huesos. Tenía que protegerme. Los montes nevados me rodeaban por todas partes. En el suelo crecía hierba fresca y verde, aunque apenas de uno o dos centímetros de altura. Veía a trechos algunos arbustos enanos.

   El gobierno de Alemania Occidental ayuda al Perú financiando los estudios que realizan allí el Dr. Rudolf Hofmann, principal autoridad mundial en vicuñas (a quien dos veces han tratado de matar a tiros los cazadores furtivos), y el Dr. Kai-Christian Otte, perito en fauna silvestre. El Dr. Otte me dio muchos datos de estos interesantes animalitos. En el período eoceno, hace 35 a 55 millones de años, sus antecesores vagaban por las praderas centrales de América del Norte. A principios del pleistoceno, hace un millón de años, ya habían empezado a emigrar. Una rama de camélidos pasó sobre puentes de hielo a Asia, y de allí a África, y evolucionó hasta convertirse en los conocidos camellos y dromedarios. Otra rama se dirigió al sur, atravesando México y América Central, y llegó a Sudamérica. Por razones que todavía no se han esclarecido científicamente, la rama norteamericana se extinguió, y las especies que pasaron a Asia y África se desarrollaron y convirtieron en grandes animales de joroba ; las que emigraron a Sudamérica evolucionaron como animales pequeños y sin gibas.

   Sin embargo, la relación física entre los dos géneros de camélidos es innegable ; ambos tienen largos pescuezos y patas, y ambos son rumiantes que disponen de bolsas para almacenar alimento en el estómago. Sus pies de caso hendido son muy semejantes entre sí, y sus glóbulos rojos (caso insólito entre los mamíferos) son ovalados.

   El segundo día de mi estancia en Pampas Galeras el Dr. Otte me llevó a dar un paseo de todo el día por el bellísimo y escueto altiplano. Vimos centenares de vicuñas en pequeñas manadas dispersas. Al acercarnos, seguían triscando la corta hierba y unas florecillas azules y blancas. Sólo huían cuando estábamos ya a unos cien pasos de ellas.

   La preñez de la hembra de la vicuña dura 11 meses, y pare un animalito de 3,5 a 4,5 kilos de peso, muy activo desde que nace. En efecto, una cría de sólo dos o tres horas de nacida deja atrás a un hombre en la carrera. Traté de atrapar una de menos de un día de edad y ni siquiera pude acercármele. Con aquel aire enrarecido me agoté en un minuto de correr.

   Durante los primeros ocho meses de vida las crías rara vez se alejan de la madre, pero a mediados de su segundo año estos futuros monarcas de las montañas han llegado a su mayoría de edad y viven independientes. Su lana, que no adquiere el máximo valor hasta que los animales tienen por lo menos 24 meses, es de un vivo tono acanelado, con excepción de una mancha blanca que va desde el pescuezo hasta casi tocar las rodillas.
(Vicuña significa “pardo claro” en quechua).

   Son sin duda criaturas hermosísimas. El cuerpo es ligero y elegante, la cabeza sin cuernos, sólo ligeramente grande en proporción a la longitud del pescuezo ; tienen las orejas enveladas y hacia fuera; la altura de los hombros llega apenas a la cintura de un hombre de mediana estatura; de cola corta y poblada, posee patas pequeñas, delgadas y casi frágiles, pero las pezuñas, de casco hendido, son relativamente grandes y acolchadas, lo que les ayuda a no resbalar en las superficies rocosas... Unas pestañas sedosas les bordean los ojos, y los dientes inferiores, como sucede entre los roedores, les crecen constantemente. En su medio natural los conservan cortos paciendo la hierba del altiplano, pero en los parques zoológicos es necesario limárselos periódicamente.

   Por atractivo que sea su aspecto, para mí lo más notable de la vicuña es su bien estructurado sistema social, basado en manadas familiares. Una de estas manadas se inicia cuando algún macho solitario logra demarcar para sí un territorio de ocho a 30 hectáreas como su territorio exclusivo para todo el año. En seguida reúne un harén de seis a ocho hembras, generalmente sonsacándolas una por una de grupos ya constituidos. Si otro macho invade el territorio y trata de hacer desertar a una de las hembras, el jefe residente interviene inmediatamente para rechazarlo. Casi siempre basta con embestidas cortas para que el intruso se marche sin pelear.

   En mis caminatas por Pampa Galeras tuve la oportunidad de observar varias veces estos simulacros de combate en que los dos animales se amenazan con balidos, roncos gruñidos o largos y vibrantes alaridos. Quizá lleguen a escupir, patear, empujarse, o a morderse y forcejear con el pescuezo, pero es raro que alguno de ellos resulte gravemente herido, y tales encuentros terminan por lo común en que los dos machos se quedan erguidos en actitud amenazadora uno frente al otro, pero a varios metros de distancia. Las hembras, que normalmente se rinden con el territorio como parte del botín, no parecen interesarse por estas contiendas.

   El jefe residente es el principal árbitro cuando se trata de decidir cuáles vicuñas jóvenes se quedarán en la manada. Los machos jóvenes son expulsados cuando llegan a la edad adulta. Cierto número de ellos, tal vez una docena o dos, vagan juntos en un grupo sin jefe, deambulando por una gran zona en busca de territorio sin dueño donde puedan pacer. Las hembras también son expulsadas, pero las aceptan otras familias en formación.

   William Franklin, ecólogo de la Universidad del Estado de Utah, que trabajó para el Ministerio de Agricultura de Perú y ha estudiado mucho las vicuñas, explica: “En esta tierra hostil, donde el pasto nunca es más de lo estrictamente indispensable, importa mucho, por cuestión de supervivencia, que la población de una región de pastos bien delimitada no sobrepase el número de animales que se pueden sustentar allí. Si un padre echa a sus hijos y rechaza nuevas compañeras, es sólo para asegurar la supervivencia de su manada”.

   Toda la naturaleza es ruda e inflexible en el medio de las vicuñas, y la supervivencia exige una lucha constante. Más de la mitad de ellas mueren en forma violenta: los rayos matan algunas; a veces las zorras se comen las crías muy jóvenes. El puma es su enemigo implacable.

   Las mejores defensas con que cuenta la vicuña son su agilidad y su velocidad de casi 50 kilómetros por hora. Es una magnífica saltadora, y con facilidad salta un río de tres metros de anchura o una pared de roca más alta que ella. Por la noche los distintos grupos familiares salen de sus pastizales y se reúnen para dormir en una zona de propiedad comunal en terreno más alto. A la mañana siguiente vuelven a sus respectivos territorios, siempre dispuestas a atacar a aquellos con quienes durmieron la víspera, si se acercan demasiado.

   Otros países sudamericanos donde hay vicuñas han establecido también refugios parecidos a Pampa Galeras, En Argentina el gobierno proyecta instituir una reserva de un millón de hectáreas. Bolivia ya ha establecido su reserva nacional de fauna (de 200.000 hectáreas) en Ulla Ulla, cerca del lago Titicaca, y existen planes para fundar una reserva adicional peruana-boliviana en aquella región. En Chile se inauguró en 1973, en la provincia norteña de Tarapacá, el Parque Nacional de Lauca, donde centenares de vicuñas protegidas ya se reproducen rápidamente.


   “Parece que estamos a punto de evitar el exterminio de la vicuña”, opina Benavides. “Pronto volverá a ser orgullo de los altiplanos; un recuerdo para el hombre de que la conservación de las maravillas de la naturaleza tiene primacía sobre la destrucción irreflexiva”.

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