Quien leyó mis
dos artículos anteriores “El funesto imperio mundial de las corporaciones” y
“Una gobernanza global de la peor especie: la de los mercaderes” habrá
seguramente concluido que en esta nave espacial-Tierra sus pasajeros viajan en
condiciones totalmente diferentes. Un pequeño grupo de super-ricos han ocupado
la primera clase con un lujo escandaloso; otros afortunados viajan en clase
económica y son razonablemente servidos de comida y bebida. El resto de la
humanidad, y son millones, viaja junto a los equipaje con un frio de muchos
grados bajo cero, medio muertos de hambre, de sed y de desesperación. Golpean
las paredes de los de arriba gritando: “o repartimos lo que tenemos en esta
única nave espacial o en cierto momento se acabará el combustible y, poco
importan las clases, moriremos todos”.
¿Pero quién los escuchará? Duermen
impasibles después de un copioso yantar.
Metafóricamente
esta es la situación real de la humanidad. Verdaderamente, estamos perdidos y en
un vuelo ciego. ¿Cómo hemos llegado a esta situación amenazadora?
Hemos
experimentado dos modelos de producción y de utilización de los bienes y
servicios naturales para atender las demandas humanas: el socialismo y el
capitalismo. Ambos fracasaron. No cabe entrar en detalles de cómo sucedió. El
sistema del socialismo real era el de una economía de planificación estatal
centralizada. Llegó a niveles razonables de igualdad-equidad en el campo de la
educación, la salud, la vivienda, pero por razones internas y externas,
especialmente por su carácter dictatorial, no consiguió resolver sus
contradicciones y se derrumbó.
El sistema
capitalista neoliberal de mercado libre con escaso control del Estado también
fracasó por su lógica interna, la de acumular de forma ilimitada bienes
materiales sin ninguna otra consideración. Produjo dos injusticias graves: una
social hasta el punto de que el 20% de los más ricos controlan el 82,4% de las
riquezas de la Tierra y el 20% más pobre debe contentarse solo con el 1,6%; y
una injusticia ecológica, devastando ecosistemas enteros y eliminando especies
de seres vivos del orden de 70-100 mil por año. Este sistema quebró en 2008,
exactamente en el corazón de los países centrales.
El comunismo
chino es sui generis: combina pragmáticamente todos los modos de producción,
desde el uso de la fuerza física de las personas y los animales, hasta la más
alta tecnología, articulando la propiedad estatal con la privada o mixta, de
modo que el resultado final sea una mayor producción con un mínimo sentido de
justicia social y ecológica.
Pero es
importante reconocer que está creciendo el convencimiento bien fundado de que el
sistema-Tierra, limitado en bienes y servicios, pequeño y superpoblado, ya no
soporta un proyecto de crecimiento ilimitado. Ha perdido las condiciones de
reponer lo que le quitamos y por eso se vuelve cada vez más insostenible. Pero
por ser una super-entidad viva, la Tierra reacciona de forma cada vez más
violenta: cambios climáticos bruscos, huracanes, tsunamis, deshielo,
desertización espantosa, erosión de la biodiversidad y un calentamiento global
que no para de aumentar. ¿Cuándo va a parar este proceso? Si continúa ¿a dónde
nos va a llevar?
Es urgente que
cambiemos de rumbo, es decir, que asumamos nuevos principios y valores, capaces
de organizar de forma amigable nuestra relación con la naturaleza y con nuestra
Casa Común. El documento más inspirador es seguramente la Carta de la
Tierra, nacida de una consulta mundial, que duró ocho años, bajo la
inspiración de Mijaíl Gorbachov y aprobada por la UNESCO en 2003. Ella incorpora
los datos más seguros de la nueva cosmología, que muestran a la Tierra como un
momento de un vasto universo en evolución, viva y dotada de una compleja
comunidad de vida. Todos los seres vivos somos portadores del mismo código
genético de base, de suerte que todos somos parientes.
Cuatro
principios-eje estructuran el documento: (1) el respeto y el cuidado por la
comunidad de vida; (2) la integridad ecológica; (3) la justicia social y
económica; (4) la democracia, la no-violencia y la paz. Con severidad advierte:
«o formamos una alianza global para cuidar de la Tierra y unos de otros, o
arriesgamos nuestra destrucción y la de la comunidad de vida» (preámbulo).
Las palabras
finales de la Carta nos llaman a retomar la humanidad: «como nunca antes en la
historia, el destino común nos convoca a buscar un nuevo comienzo. Esto requiere
un cambio de mente y de corazón. Requiere un nuevo sentido de interdependencia
global y de responsabilidad universal. Sólo así alcanzaremos un modo de vida
sostenible a nivel local, regional, nacional y global» (conclusión).
Nótese que no
se habla de reformas sino de un nuevo comienzo. Se trata de reinventar la
humanidad. Tal propósito demanda una nueva mirada sobre la Tierra (mente), vista
como un ente vivo, Gaia, y una nueva relación de cuidado y de amor (corazón),
obedeciendo a la lógica universal de la interdependencia de todos con todos y de
la responsabilidad colectiva por el futuro común.
Este
es el camino a seguir que servirá de carta de navegación para que la nave-Tierra
aterrice segura en otro tipo de mundo.
-Leonardo BOFF / 16-enero-14
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