sábado, 8 de febrero de 2014

EL PAVO REAL ES UN ACERTIJO / Flannery O' CONNOR

Pregunten a quien posea varias de estas aves: son gallináceas bobaliconas y megalómanas, pero también deslumbrantes monarcas de los prados.


CUANDO me preguntan por qué crío pavos reales, mi respuesta no es breve ni fundada en la razón. No fueron conocimientos especiales, sino el instinto lo que me provocó mi interés por estas aves. Aunque ya había coleccionado gallinas y tenía varios corrales de faisanes y codornices, una bandada de pavos, 17 gansos y una tribu de ánades silvestres, sentía que me faltaba algo. Cierto día encerré con un óvalo el anuncio publicado en el boletín de compra-venta: ofrecían un pavo real con su pava y cuatro pavipollos de siete semanas de vida.

-Pediré que me los envíen –le dije a mi madre, y me pregunté si tales aves se adaptarían a la vida de nuestra ajetreada granja lechera.

   Ella también leyó el anuncio y quiso saber, alarmada:
-¿No se comen las flores esos avechuchos?
-Aquí comerán el alimento preparado que comen todas nuestras aves –repliqué para tranquilizarla.

   El hombre que me vendió la familia de pavos reales me escribió para recomendarme que encerrara a las aves en el corral durante una semana o diez días, y luego las dejara en libertad al oscurecer, en el sitio donde quisiera yo que anidaran. También me advertía que el macho no tendría todo su plumaje en octubre, cuando yo recibiera los pavos, pues muda las plumas de la cola a fines del verano y no tiene todo su penacho hasta que ha pasado la Navidad.
   Apenas llegaron las aves, las saqué de la caja y me senté en ella a contemplarlas. No he dejado de hacerlo desde entonces, y siempre con el mismo estupor de aquella primera vez. Aunque el macho no tenía nada que pudiera llamarse cola, se pavoneaba como si arrastrara tras sí no sólo una cola, sino todo un séquito que se la cuidara. Pasaba yo la mirada del pavo real a la pava, y de ésta a los cuatro tiernos pavipollos. Ninguno de ellos parecía advertir siquiera mi presencia. Y esa actitud no ha variado al correr de los años. Cuando les llevo el alimento, condescienden, como haciéndome un gran favor, a comerlo de mi mano; si me acerco a ellos sin la comida, no soy más que otro objeto cualquiera; si acaso, un lacayo pendiente de sus graznidos.
   El paco real viene al mundo con un aspecto muy desmañado. El pavipollo es el del color de esas voluminosas y desagradables palomillas  que en las noches estivales revoletean alrededor de las bombillas. El plumaje del macho tarda dos años en adquirir su forma característica; a los tres, es mayor de edad y le ha crecido la cola. Durante el resto de su vida (puede vivir hasta 35 años) no tendrá más quehacer que acicalarse la cola, desplegarla y recogerla, hacer la rueda ostentando su plumaje, dar un chillido si alguien se lo pisa, y arquearlo cuidadosamente siempre que se dispone a cruzar alguna charca.

   Nuestra ave no es digna de admiración en toda su anatomía. Las plumas terminales de las alas son del color de la arcilla; sus zancas, del color del hierro, son largas y flacas; es de partas grandes, y parece llevar unos calzones cortos, de color de ante, que se extienden hacia abajo a partir de una especie de chaleco azul oscuro. La realidad es que, con la cola recogida, sólo su altivo porte salva a esta ave de la irrisión. Con ella desplegada, suscita muchas emociones… pero nunca la risa, que yo sepa.

   He podido comprobar que muchas personas son incapaces de apreciar  es el espectáculo que ofrece esta ave. (Una o dos veces me han preguntado “para qué sirve” un pavo real… pregunta a la que no me molesto en contestar, por absurda). El macho extiende la cola como un abanico, sacudiendo el cuerpo violentamente, hasta formar un arco. En seguida, antes que nadie tenga tiempo de contemplarlo, se vuelve en redondo hasta quedar de espaldas al espectador. Para algunos, este desplante es un insulto; para otros, un simple capricho. En mi opinión, lo único que significa es que el pavo real se siente igualmente orgulloso de su aspecto posterior que del anterior.

   En general el espectador comienza a dar la vuelta en torno del pavo para mirarlo de frente. Pero el animal sigue volviéndose, de tal suerte que no es posible contemplarlo cara a cara. Es preferible quedarse inmóvil y esperar hasta que tenga a bien volverse hacia nosotros. Entonces veremos, en el arco verde broncíneo que rodea al ave, toda una galaxia de soles nimbados.

   “!Amén! ¡Amén! Exclamó cierta vez una negra al ver este fenómeno. Un anciano, acompañado por cinco o seis chiquillos descalzos y de pelo blanco, que vino a nuestra granja a comprar una ternera, se detuvo instantáneamente al ver aquello, y los mismo hicieron todos los niños a la vista de aquel esplendoroso espectáculo.

-¿Qué es eso? –le preguntó uno de los chicos,
-¡Es el rey de las aves! –sentenció el anciano, quitándose el sombrero en señal de respeto.

   Un camionero que llegaba con su cargamento de paja se encontró un pavo real que hacía la rueda frente a él en mitad del camino. “!Mira eso!” exclamó y detuvo su vehículo con una sacudida. Jamás he visto a una de estas aves que, en el acto de pavonearse, se aparte siquiera porque venga un camión, tractor o automóvil. Cualquier cosa que se mueva deberá cederle el paso. Jamás he perdido a uno de mis pavos por atropellamiento.

   El pavo real se luce realmente en primavera y en verano, cuando dispone de la cola completa. Cada macho tiene un sitio predilecto donde se planta a exhibirse, lance que ejecuta todas las mañanas y repite ya entrada la tarde (se abstiene durante las horas del calor), con la esperanza de atraer a alguna hembra que pase por allí. Pero si he visto a alguien que se muestre indiferente a la pompa del pavo real, es precisamente la hembra de esta gallinácea. El macho levanta la cola, la extiende en rutilante arco alrededor de su cuerpo, se vuelve hacia los lados, da unos pasos de baile hacia adelante y otros hacia atrás, con el cuello curvado, el pico abierto y los ojos brillantes. Mientras, la pava sólo se ocupa de sus asuntos; picotea la tierra diligentemente, como si cualquier gusano o insecto tuviera más importancia que aquel mapa del universo que parece flotar y abrirse junto a ella.

   Algunas personas piensan que el pavo real despliega su plumaje en presencia de la pava. No; desde que tiene unas cuantas horas de nacido, el pavito alza la rudimentaria cola y se ufana, se pavonea y engalla exactamente como si ya tuviera tres años de edad y alguna razón para estar orgulloso.

   A menudo combina la elevación de la cola con un grito agudo. Entonces parece que recibiera, a través de sus patas, cierto choque del centro de la Tierra que le sube por el cuerpo hasta convertirse en una especie de maullido. Los espectadores tristes consideran melancólico ese grito; los nerviosos lo reputan neurasténico; a mí me ha parecido siempre una aclamación lanzada al paso de algún desfile invisible. La pava no emite ese alarido; su voz se asemeja al relincho de una mula.

   De noche los gritos resuenan en tono menor, y durante la primavera y el estío el aire está cargado de ellos varios kilómetros a la redonda. Quince o veinte pavos reales descansan en los cedros que crecen detrás de nuestra casa; y hay otros en los árboles contiguos al estanque, otros más en los robles que se alzan junto a la casa, y uno al que no ha sido posible disuadirlo de dormir en la cisterna de la torre. De todos estos puntos resuenan llamadas y réplicas que rasgan el silencio de la noche.

   Es posible que el pavo real tenga pesadillas. A menudo despierta chillando, como si dijera: “¡Auxilio! ¡Auxilio!” y a continuación, del granero, del estanque y de los árboles que circundan la casa, se alza un coro indescriptible de conjuros.

   Es difícil decir la verdad acerca de esta ave. Las costumbres de una sola apenas llamarían la atención, pero se convierten en un problema multiplicándolas por 40. No me equivoqué al decir que mis pavos comerían el alimento preparado que engullen las demás aves de la granja, pero debo decir que también les gustan otras cosas… en especial las flores. No sólo las devoran, sino que lo hacen sistemáticamente, comenzando por las cabezas de una hilera de plantas para seguir a lo largo de ella. Cuando no se comen las flores, les encanta echarse sobre ellas y abrir encina una hoya semejante a un cráter donde se sacuden el polvo.

   Las relaciones entre estas aves  y mi madre fueron, desde el principio muy tirantes. En la actualidad ha resuelto parcialmente el problema tendiendo una cerca de alambre de 60 centímetros de altura para proteger sus macizos de flores. Mi progenitora cree que los pavos reales no tienen discernimiento suficiente para salvar para salvar una cerca baja.

   -Si la cerca fuera más alta –dice-, saltarían para posarse en ella y pasar luego al otro lado; pero no tienen el suficiente sentido común para pensar  en salvar un alambre tendido a tan escasa altura.

   Es inútil discutir esto con ella.

-Esa cerca no es para ellos un obstáculo –le he dicho; pero ella insiste  en considerarlos tontos.

   Además de las flores, los pavos reales comen fruta, hábito que les ha acarreado la animadversión de mi tío, quien había plantado allí una higuera. “¡Echen de la higuera a ese miserable!” aúlla, levantándose de su asiento al oír el crujido de una rama rota. Los pavos también gustan de volar al interior de los graneros y devorar los cacahuetes mezclados con la paja, cosa que no le hace ninguna gracia a nuestro lechero. Y como estas aves son muy aficionadas a las legumbres frescas, la esposa del lechero arremete a menudo contra ellas.

   Me habían dicho que el pavo real es un ave difícil de criar. Siento mucho declarar que tal aserción es inexacta. Los míos son ya, creo, 40, paro hace tiempo que no he considerado prudente levantar un nuevo censo. En mayo la pava encuentra un nido en la esquina de alguna valla y pone cinco o seis huevos enormes, de color de ante. A los 28 días rompen el cascarón cinco o seis piadores pavipollos, semejantes a otras palomillas. El pavo no les concede atención, al menos que alguno se le enrede entre las patas; en tal caso picotea al intruso en la cabeza hasta que éste se aparta. La pava sin embargo, es madre solícita, y los pavipollos que consiguen sobrevivir a las enfermedades y a los animales de rapiña durante el primer invierno, resultan, al parecer indestructibles.

   He tratado de imaginar que este pavo real que tengo en mí es el único que poseo. Pero entonces un segundo se le reúne; un tercero  remonta el vuelo desde el techo; cuatro o cinco más aparecen de pronto por el seto de arrayanes; otro grita desde el estanque; y llega hasta mí la voz del lechero, que el granero clama contra otro por haberle robado el forraje de las vacas. Pero me he propuesto mantenerme firme y dejar que mis pavos reales se multipliquen, pues sé muy bien, que a la postre, se saldrán con la suya.
Granja "San Martín 555"-Trujillo / Album Nº 5 / 2000-2006

La escritora norteamericana F/O’Connor falleció en 1964 a la edad de 39 años. El homenaje que rinde aquí al pavo real, ave a la que profesaba gran cariño, es condensación de un libro de ensayos publicado recientemente.

NOTA. A mí también me han hecho la misma pregunta... y les he dado casi la misma respuesta. Sencillamente porque me gusta criar toda clase de animales, especialmente las poco conocidas: codornices, palomas africanas,  palomas cola de abanico, palomones; gallinas de Guinea (gallenetas), gallos turcos, gallos gigantes y gallinas de angora (sedosas japonesas). A todas las he criado al mismo tiempo en San Martín 555. Me quedan como recuerdos sus fotografías y 5 jarrones de hermosas plumas del pavo en exhibición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario