Pregunten a quien posea varias de estas aves: son gallináceas
bobaliconas y megalómanas, pero también deslumbrantes monarcas de los prados.
CUANDO
me preguntan por qué crío pavos reales, mi respuesta no es breve ni fundada en
la razón. No fueron conocimientos especiales, sino el instinto lo que me
provocó mi interés por estas aves. Aunque ya había coleccionado gallinas y tenía
varios corrales de faisanes y codornices, una bandada de pavos, 17 gansos y una
tribu de ánades silvestres, sentía que me faltaba algo. Cierto día encerré con
un óvalo el anuncio publicado en el boletín de compra-venta: ofrecían un pavo
real con su pava y cuatro pavipollos de siete semanas de vida.
-Pediré
que me los envíen –le dije a mi madre, y me pregunté si tales aves se
adaptarían a la vida de nuestra ajetreada granja lechera.
Ella también leyó el anuncio y quiso saber,
alarmada:
-¿No
se comen las flores esos avechuchos?
-Aquí
comerán el alimento preparado que comen todas nuestras aves –repliqué para
tranquilizarla.
El hombre que me vendió la familia de pavos
reales me escribió para recomendarme que encerrara a las aves en el corral
durante una semana o diez días, y luego las dejara en libertad al oscurecer, en
el sitio donde quisiera yo que anidaran. También me advertía que el macho no
tendría todo su plumaje en octubre, cuando yo recibiera los pavos, pues muda
las plumas de la cola a fines del verano y no tiene todo su penacho hasta que
ha pasado la Navidad.
Apenas llegaron las aves, las saqué de la
caja y me senté en ella a contemplarlas. No he dejado de hacerlo desde
entonces, y siempre con el mismo estupor de aquella primera vez. Aunque el
macho no tenía nada que pudiera llamarse cola, se pavoneaba como si arrastrara
tras sí no sólo una cola, sino todo un séquito que se la cuidara. Pasaba yo la
mirada del pavo real a la pava, y de ésta a los cuatro tiernos pavipollos.
Ninguno de ellos parecía advertir siquiera mi presencia. Y esa actitud no ha
variado al correr de los años. Cuando les llevo el alimento, condescienden,
como haciéndome un gran favor, a comerlo de mi mano; si me acerco a ellos sin
la comida, no soy más que otro objeto cualquiera; si acaso, un lacayo pendiente
de sus graznidos.
El paco real viene al mundo con un aspecto
muy desmañado. El pavipollo es el del color de esas voluminosas y desagradables
palomillas que en las noches estivales
revoletean alrededor de las bombillas. El plumaje del macho tarda dos años en
adquirir su forma característica; a los tres, es mayor de edad y le ha crecido
la cola. Durante el resto de su vida (puede vivir hasta 35 años) no tendrá más
quehacer que acicalarse la cola, desplegarla y recogerla, hacer la rueda
ostentando su plumaje, dar un chillido si alguien se lo pisa, y arquearlo
cuidadosamente siempre que se dispone a cruzar alguna charca.
Nuestra ave no es digna de admiración en
toda su anatomía. Las plumas terminales de las alas son del color de la
arcilla; sus zancas, del color del hierro, son largas y flacas; es de partas
grandes, y parece llevar unos calzones cortos, de color de ante, que se
extienden hacia abajo a partir de una especie de chaleco azul oscuro. La
realidad es que, con la cola recogida, sólo su altivo porte salva a esta ave de
la irrisión. Con ella desplegada, suscita muchas emociones… pero nunca la risa,
que yo sepa.
He podido comprobar que muchas personas son
incapaces de apreciar es el espectáculo
que ofrece esta ave. (Una o dos veces me han preguntado “para qué sirve” un pavo
real… pregunta a la que no me molesto en contestar, por absurda). El macho
extiende la cola como un abanico, sacudiendo el cuerpo violentamente, hasta
formar un arco. En seguida, antes que nadie tenga tiempo de contemplarlo, se
vuelve en redondo hasta quedar de espaldas al espectador. Para algunos, este
desplante es un insulto; para otros, un simple capricho. En mi opinión, lo
único que significa es que el pavo real se siente igualmente orgulloso de su
aspecto posterior que del anterior.
En general el espectador comienza a dar la
vuelta en torno del pavo para mirarlo de frente. Pero el animal sigue
volviéndose, de tal suerte que no es posible contemplarlo cara a cara. Es
preferible quedarse inmóvil y esperar hasta que tenga a bien volverse hacia
nosotros. Entonces veremos, en el arco verde broncíneo que rodea al ave, toda
una galaxia de soles nimbados.
“!Amén! ¡Amén! Exclamó cierta vez una negra
al ver este fenómeno. Un anciano, acompañado por cinco o seis chiquillos
descalzos y de pelo blanco, que vino a nuestra granja a comprar una ternera, se
detuvo instantáneamente al ver aquello, y los mismo hicieron todos los niños a
la vista de aquel esplendoroso espectáculo.
-¿Qué
es eso? –le preguntó uno de los chicos,
-¡Es
el rey de las aves! –sentenció el anciano, quitándose el sombrero en señal de
respeto.
Un camionero que llegaba con su cargamento
de paja se encontró un pavo real que hacía la rueda frente a él en mitad del
camino. “!Mira eso!” exclamó y detuvo su vehículo con una sacudida. Jamás he
visto a una de estas aves que, en el acto de pavonearse, se aparte siquiera
porque venga un camión, tractor o automóvil. Cualquier cosa que se mueva deberá
cederle el paso. Jamás he perdido a uno de mis pavos por atropellamiento.
El pavo real se luce realmente en primavera
y en verano, cuando dispone de la cola completa. Cada macho tiene un sitio
predilecto donde se planta a exhibirse, lance que ejecuta todas las mañanas y
repite ya entrada la tarde (se abstiene durante las horas del calor), con la
esperanza de atraer a alguna hembra que pase por allí. Pero si he visto a
alguien que se muestre indiferente a la pompa del pavo real, es precisamente la
hembra de esta gallinácea. El macho levanta la cola, la extiende en rutilante
arco alrededor de su cuerpo, se vuelve hacia los lados, da unos pasos de baile
hacia adelante y otros hacia atrás, con el cuello curvado, el pico abierto y
los ojos brillantes. Mientras, la pava sólo se ocupa de sus asuntos; picotea la
tierra diligentemente, como si cualquier gusano o insecto tuviera más
importancia que aquel mapa del universo que parece flotar y abrirse junto a
ella.
Algunas personas piensan que el pavo real
despliega su plumaje en presencia de la pava. No; desde que tiene unas cuantas
horas de nacido, el pavito alza la rudimentaria cola y se ufana, se pavonea y
engalla exactamente como si ya tuviera tres años de edad y alguna razón para
estar orgulloso.
A menudo combina la elevación de la cola con
un grito agudo. Entonces parece que recibiera, a través de sus patas, cierto
choque del centro de la Tierra que le sube por el cuerpo hasta convertirse en
una especie de maullido. Los espectadores tristes consideran melancólico ese
grito; los nerviosos lo reputan neurasténico; a mí me ha parecido siempre una
aclamación lanzada al paso de algún desfile invisible. La pava no emite ese
alarido; su voz se asemeja al relincho de una mula.
De noche los gritos resuenan en tono menor,
y durante la primavera y el estío el aire está cargado de ellos varios
kilómetros a la redonda. Quince o veinte pavos reales descansan en los cedros
que crecen detrás de nuestra casa; y hay otros en los árboles contiguos al
estanque, otros más en los robles que se alzan junto a la casa, y uno al que no
ha sido posible disuadirlo de dormir en la cisterna de la torre. De todos estos
puntos resuenan llamadas y réplicas que rasgan el silencio de la noche.
Es posible que el pavo real tenga
pesadillas. A menudo despierta chillando, como si dijera: “¡Auxilio! ¡Auxilio!”
y a continuación, del granero, del estanque y de los árboles que circundan la
casa, se alza un coro indescriptible de conjuros.
Es difícil decir la verdad acerca de esta
ave. Las costumbres de una sola apenas llamarían la atención, pero se
convierten en un problema multiplicándolas por 40. No me equivoqué al decir que
mis pavos comerían el alimento preparado que engullen las demás aves de la
granja, pero debo decir que también les gustan otras cosas… en especial las
flores. No sólo las devoran, sino que lo hacen sistemáticamente, comenzando por
las cabezas de una hilera de plantas para seguir a lo largo de ella. Cuando no
se comen las flores, les encanta echarse sobre ellas y abrir encina una hoya
semejante a un cráter donde se sacuden el polvo.
Las relaciones entre estas aves y mi madre fueron, desde el principio muy
tirantes. En la actualidad ha resuelto parcialmente el problema tendiendo una
cerca de alambre de 60 centímetros de altura para proteger sus macizos de
flores. Mi progenitora cree que los pavos reales no tienen discernimiento
suficiente para salvar para salvar una cerca baja.
-Si la cerca fuera más alta –dice-,
saltarían para posarse en ella y pasar luego al otro lado; pero no tienen el
suficiente sentido común para pensar en
salvar un alambre tendido a tan escasa altura.
Es inútil discutir esto con ella.
-Esa
cerca no es para ellos un obstáculo –le he dicho; pero ella insiste en considerarlos tontos.
Además de las flores, los pavos reales comen
fruta, hábito que les ha acarreado la animadversión de mi tío, quien había
plantado allí una higuera. “¡Echen de la higuera a ese miserable!” aúlla,
levantándose de su asiento al oír el crujido de una rama rota. Los pavos
también gustan de volar al interior de los graneros y devorar los cacahuetes
mezclados con la paja, cosa que no le hace ninguna gracia a nuestro lechero. Y
como estas aves son muy aficionadas a las legumbres frescas, la esposa del
lechero arremete a menudo contra ellas.
Me habían dicho que el pavo real es un ave
difícil de criar. Siento mucho declarar que tal aserción es inexacta. Los míos
son ya, creo, 40, paro hace tiempo que no he considerado prudente levantar un
nuevo censo. En mayo la pava encuentra un nido en la esquina de alguna valla y
pone cinco o seis huevos enormes, de color de ante. A los 28 días rompen el
cascarón cinco o seis piadores pavipollos, semejantes a otras palomillas. El
pavo no les concede atención, al menos que alguno se le enrede entre las patas;
en tal caso picotea al intruso en la cabeza hasta que éste se aparta. La pava
sin embargo, es madre solícita, y los pavipollos que consiguen sobrevivir a las
enfermedades y a los animales de rapiña durante el primer invierno, resultan,
al parecer indestructibles.
He tratado de imaginar que este pavo real
que tengo en mí es el único que poseo. Pero entonces un segundo se le reúne; un
tercero remonta el vuelo desde el techo;
cuatro o cinco más aparecen de pronto por el seto de arrayanes; otro grita
desde el estanque; y llega hasta mí la voz del lechero, que el granero clama
contra otro por haberle robado el forraje de las vacas. Pero me he propuesto
mantenerme firme y dejar que mis pavos reales se multipliquen, pues sé muy bien,
que a la postre, se saldrán con la suya.
Granja "San Martín 555"-Trujillo / Album Nº 5 / 2000-2006
Granja "San Martín 555"-Trujillo / Album Nº 5 / 2000-2006
La escritora norteamericana F/O’Connor falleció en 1964 a la edad de
39 años. El homenaje que rinde aquí al pavo real, ave a la que profesaba gran
cariño, es condensación de un libro de ensayos publicado recientemente.
NOTA. A mí también me han hecho la misma pregunta... y les he dado casi la misma respuesta. Sencillamente porque me gusta criar toda clase de animales, especialmente las poco conocidas: codornices, palomas africanas, palomas cola de abanico, palomones; gallinas de Guinea (gallenetas), gallos turcos, gallos gigantes y gallinas de angora (sedosas japonesas). A todas las he criado al mismo tiempo en San Martín 555. Me quedan como recuerdos sus fotografías y 5 jarrones de hermosas plumas del pavo en exhibición.
NOTA. A mí también me han hecho la misma pregunta... y les he dado casi la misma respuesta. Sencillamente porque me gusta criar toda clase de animales, especialmente las poco conocidas: codornices, palomas africanas, palomas cola de abanico, palomones; gallinas de Guinea (gallenetas), gallos turcos, gallos gigantes y gallinas de angora (sedosas japonesas). A todas las he criado al mismo tiempo en San Martín 555. Me quedan como recuerdos sus fotografías y 5 jarrones de hermosas plumas del pavo en exhibición.
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