LA VIRGEN ETERNA
Lo mejor de la canción se queda dentro.
El alma musical
permanece aleteando, como un ruiseñor, prisionero en la caja de mi corazón.
El arpegio se hiela
en la palabra; la inconsútil tela azul se desgarra en las férreas puntas del vocablo;
el trino se quiebra constreñido en la expresión.
Cuando mis labios
se hinchan para cantar, no queda sino un mezquino rumor de la melodía.
Las notas divinas
se quedan escondidas, orgullosamente rigurosas, detrás de la puerta entornada.
Sólo tú posees la
llave.
Cuando escuchan tus
pasos tácitos y familiares, se agolpan al dintel para recibirte, como una
teoría de canéforas, y depositan a tus pies flores balsámicas.
Y, sin embargo,
amada mía, sería tan bueno regalar a nuestros hermanos, los hombres, la íntima
melodía en toda su prístina pureza.
iCómo nos lo
agradecerían!
El mal quedaría
vencido y reinaría la bondad en el mundo.
iCon qué ternura y
con qué amor sentirías entonces a tu Dios!
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