LA VIDA PASA.
El cuerpo y el alma se desvanecen como las olas. Los años dejan su huella en la
carne del árbol que envejece. El mundo entero de las formas se gasta y se
renueva.
Tú sola,
Música inmortal, no pasas. Tú eres el mar interior. Tú eres el alma profunda.
En tus claras pupilas no se refleja el rostro melancólico de la vida. Como un
rebaño de nubes se aleja de ti el
cortejo de los días ardientes, helados, febriles, fugitivos, que ahuyenta la
inquietud. Sólo tú no pasas.
Estás fuera del mundo. Constituyes por ti sola un
mundo. Tú tienes tu sol, tus leyes, tu flujo y reflujo. Posees la paz de las
estrellas que trazan en el campo de los espacios nocturnos su rasgo luminoso,
arados de plata conducidos por la mano segura del labrador invisible.
Música, virgen
madre que llevas en tus entrañas inmaculadas todas las pasiones, que encierras
el bien y el mal en lago de tus ojos del color de los juncos, del agua verde
pálida que fluye de los glaciares, tú estás por encima del bien y del mal.
Quien se refugia en ti vive al margen de los siglos; la sucesión de los días no
será para él más que un día infinito, y la muerte, que todo lo muerde, se
romperá los dientes.
Música que
acunaste mi alma dolorida, haciéndola firme, tranquila y alegre al inundarla de
amor y de bondad, quiero besar tu boca pura, esconder mi rostro entre tu
cabellera de miel, apoyar mis pupilas abrasadas en la dulce palma de tu mano.
Cuando cerramos los ojos y nos callamos veo la luz inefable de tus ojos, bebo
la sonrisa de tus labios mudos, y acurrucado sobre tu corazón escucho el
palpitar de la vida eterna.
Romain
Rolland
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