El pensamiento estructural del artículo encuadra con los
señalados en el título de "Querida Iglesia", anterior.
Trata de la súbita beatificación de Juan Pablo II, la sorpresa
injustificada del 1 de mayo del 2011.
EL PASO del ser humano por este mundo es muy corto. En este tiempo alcanza a explorar solamente una pequeñísima parte del espacio infinito del universo. Se hace preguntas y busca respuestas para encontrar el sentido de su existencia: ¿Quién ha creado todo lo que existe?, ¿qué hacemos aquí?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?. Nos han hecho creer que la respuesta está en la religión -cualquiera que ésta sea- y que si seguimos sus ordenanzas y mandatos llegaremos a la vida eterna; incluso se han creado métodos más eficaces que garantizan la salvación para algunos, me refiero a la santidad, pero no sin antes pasar por la beatitud.
LAS VIRTUDES CARISMÁTICAS de la bienaventuranza completa y su vida cristiana ejemplar consagrada a Dios y a su religión, reconocidas por el Vaticano, son dignas de rendir culto a Karol Wojtyla (Juan Pablo II) y serán oficialmente declaradas por su sucesor mediante el solemne acto de su beatificación.
LA CANONIZACIÓN formal de santos empezó en el siglo X. Antes, los papas eran declarados santos por influencia política y clamor popular. Para la beatificación hay que probar cuatro milagros; para la santificación hacen falta dos más. En 1983, Juan Pablo II simplificó este procedimiento, argumentando que para ser beato solamente es necesario hacer un milagro, el cual se debe producir después de la muerte del candidato como prueba de que está en el cielo y ha intercedido por alguien que le ha pedido en sus oraciones. Para ser canonizado decretó que se necesita otro milagro y que una vez conferida la santidad, ésta es irrevocable. En los ventiséis años, diez meses y diecisiete días de su pontificado, canonizó a 482 beatos, dejando a 1300 en espera de canonización.
La historia nos demuestra que los Inocencios, Clementes, Píos, Bonifacios, Pedros, Pablos y Leones que han ocupado el trono de San Pedro afianzaron el poder de la Iglesia mandando a la hoguera a quienes no estaban de acuerdo con sus opiniones o se oponían a su dominio acunsándolos de herejía, mientras que el papa en turno se declaraba Sumo Pontífice y Vicario de Cristo en la tierra.
CONSIDERO QUE Juan Pablo II fue un papa más viajero que peregrino; los peregrinos no viajan en avión privado ni se desplazan en papamóvil. Visitó 136 países; 269 ciudades italianas, recorriendo en total 1300 000 kilómetros, el equivalente a más de 3 viajes de la Tierra a la Luna y pronunció 2400 discursos; en ninguno de ellos intentó responder a la pregunta que los cristianos pobres de América Latina se plantean: ¿Cómo ser cristiano en un país oprimido?, ¿Se puede cantar al Señor en tierra extraña?, ¿Se puede conseguir que la fe no sea alienante sino liberadora?
DURANTE SIGLOS, los latinoamericanos no han tenido una teología propia; la salvación que Cristo promete no puede darse sin la liberación económica, política, ideológica y social; la evolución del hombre como persona humana sólo se puede lograr eliminando la explotación y logrando acceso a la educación y la salud. La Teología de la liberación, emergente, fue rechazada rotundamente por Juan Pablo II y por el entonces cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) que se desempeñaba como jefe de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, alegando, que a pesar del compromiso radical de la Iglesia con los pobres del mundo, esta teología tenía principios marxistas y no era compatible.
ME SOLIDARIZO con el tólogo peruano Gustavo Gutiérrez, quien afirma, que no solamente hay pecadores sino víctimas del pecado que necesitan justicia; todos somos pecadores, pero hay que distinguir entre víctima y victimario; debemos tomar conciencia de la lucha de clases optando siempre por los pobres. "Los derechos del pobre son los derechos de Dios" (Exodo 22, 21-23), Jesucristo se identificó con los pobres" (Mateo 5, 3).
Esto me trae a la memoria una pregunta que tal vez Herr Ratzinger me puede contestar: Si Jesús de Nazaret visitara Roma, ¿se alojaría en el Palacio de Castelgandolfo o en un hotelucho de los barrios pobres de la ciudad?
SIEMPRE ADMIRÉ el nacionalismo de Juan Pablo II; lo hizo evidente en uno de sus discursos. Expresó que como cristiano perdonaba a los alemanes y rusos, pero como polaco no merecían su perdón; estos países masacraron sin piedad a su querida Polonia, cuna de Copérnico, Sienkiewicz, Chopin y Rubinstein. El 31 de octubre de 1992 pidió perdón por la persecución a Galileo Galilei en 1633; el 9 de agosto de 1993 por la participación en el comercio de los esclavos africanos; en mayo de 1995 por los que mandó quemar en la hoguera y por las guerras de religión que desencadenó tras la reforma protestante; el 16 de marzo de 1998 por el mutismo cómplice del Vaticano ante el holocausto; el 12 de marzo de 2000 lloró por los pecados de los católicos cometidos a lo largo de los siglos contra los grupos étnicos, por la violación y el desprecio a sus culturas y tradiciones religiosas; el 22 de noviembre de 2001 por internet pidió perdón por los abusos de los misioneros contra los pueblos aborígenes del Pacífico Sur; a diferencia de sus antecesores, fue el único jefe máximo de la Iglesia que reconoció públicamente su infalibilidad.
NUNCA TUVE particular interés en verlo personalmente; pero me hubiese gustado participar en una de las 877 audiencias semanales que ofreció para comentarle que gracias a su visita al Perú en 1985, la ciudad de Trujillo se vistió de gala, calles limpias, avenidas iluminadas, iglesias pintadas de vistosos colores y semáforos nuevos. Mientras la multitud avanzaba por las calles como ríos de gente para verlo pasar, yo me quedé en casa jugando con mis dos pequeños hijos pensando que deberíamos tener visitas ilustres más seguidas. Finalmente le hubiese preguntado: Sumo Pontífice, ¿por qué condenó al cardenal salvadoreño Óscar Romero y a los militantes de la Teología de la Liberación?, ¿por qué encubrió y protegió al degenerado pederasta fundador de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel?
MI ÚLTIMA pregunta la hago a nombre del desconocido rostro del habitante de nuestra América Latina, del que vive en algún lugar escondido en los Andes del Perú, allá donde la mano de Dios no se deja ver, ¿qué fuerza divina le impulsó a ser un ferviente seguidor de Escrivá? Razones tendrá usted en la beatificación del fundador de Opus Dei. Usted dijo: "bendeciré tu nombre siempre, Dios mío y Rey mío". O es que en realidad la Obra de Dios consiste en amasar dinero y riqueza en la tierra?
Como dice el sacerdote teólogo-poeta nicaragüense Ernesto Cardenal: "la beatificación de Juan Pablo II es una muestra de salvajismo colectivo".
Usted amigo lector, tiene la respuesta.
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