LA ENCÍCLICA sobre el control de la natalidad se tradujo en una aguda desilusión para aquellos que habían abrigado esperanzas de que la Iglesia suavizara sus rígidas normas.
Se esperan cambios, sin embargo.
He aquí los acontecimientos principales:
Reorganización de la burocracia.
DURANTE SIGLOS la Iglesia había dejado la autoridad de decidir en manos del Papa y de la Curia romana. Sus principales miembros eran cardenales, con cargo vitalicio, italianos en su mayoría y notoriamente conservadores en su modo de pensar. El papa Paulo VI se impuso la tarea de modernizar la Curia: a algunos de los viejos ultraconservadores se les persuadió finalmente de que debían demitir; se limitó a cinco años el período de sus funciones y se procuró que sus integrantes procedieran de todas partes del globo.
Entre tanto, el segundo Concilio Vaticano empezó a implantar el principio colegial de que los obispos gobiernen junto con el Papa a la Iglesia universal. Aunque los curiales más intransigentes lucharon a brazo partido contra ambas reformas, el Concilio y el Papa lograron imponer su criterio.
NO menos importante ha sido la creación de conferencias de los episcopados regionales y nacionales. Arguyendo que los problemas y necesidades de la Iglesia no son los mismos en todas partes, los sacerdotes presentes en el Concilio ganaron para sí el derecho a decidir determinadas cuestiones sin tener que consultar a la burocracia central. En general, los sacerdotes quieren tener voz (juntamente con los fieles) en la elección de los obispos. Unos pocos católicos liberales llegaron a recomendar, incluso, que el Papa mismo sea elegido por los fieles. Uno de esos católicos decía hace poco: "Después de todo, si los obispos locales han de ser elegidos por el pueblo de Dios, sería lógico que también lo fuera el obispo de Roma".
La voz de los fieles.
DURANTE UN tiempo demasiado largo el tradicional papel del creyente se ha reducido a "orar, pagar y acatar". El concilio Vaticano ha cambiado todo aquello, hasta un grado que muchos todavía no han comprendido del todo. Especialmente significativa fue la descripción que hizo de la Iglesia como "el pueblo de Dios"; es decir, que si bien es una institución constituida jerárquicamente, también es una comunidad viva de los hombres, en cuyo gobierno todos toman parte. Se invitó a varios creyentes escogidos a que participaran en las deliberaciones del Concilio. En enero de 1967 se estableció en Roma la Comisión de Estudios acerca de la Justicia y de la Paz. Entre sus integrantes figuraban seis mujeres, las primeras de la historia que ingresan a la Curia. Comenta Bárbara Ward, distinguida economista inglesa que forma parte de la comisión: "El camino que aún nos falta recorrer es bastante largo, pero al menos se ha dado el primer paso para apartar a la mujer del sumiso papel que ha venido desempeñando en la Iglesia, dominada por el hombre durante todos estos siglos".
En octubre del año pasado el mismo papa Paulo VI convocó un congreso mundial del apostolado de los fieles, con casi 3000 delegados. Tratando audazmente problemas controvertidos, los delegados aprobaron diversas resoluciones tan francas que el papa Paulo VI se sintió obligado a hacerles una recomendación de prudencia. Sin embargo, las resoluciones adoptadas por el congreso apremiaban a la Iglesia a que aboliera sus inflexibles reglas en lo tocante al matrimonio entre personas de distinta religión; pedían una explícita declaración papal de incumbencia y responsabilidad de los padres para decidir el problema de la limitación de la natalidad "con arreglo a su recta conciencia, de conformidad con su fe cristiana y tras de consultar a autoridades médicas y otros especialistas", y solicitaban que el gobierno de la Iglesia se ejerciera en forma más democrática, libre de cualquier rígido control clerical. Independientemente se han formado consejos seglares que tienen el propósito de "hablar con franqueza a sus correligionarios católicos y al mundo en general acerca de cualquier tema que juzguen de importancia".
Otro efecto perceptible del actual espíritu democrático que impera en la Iglesia es la insistencia en que se reduzcan lo más posible el aparato y la ostentación medievales, que se prescinda del "suntuoso esplendor" tradicional y se adopte de nuevo algo de la sencillez de la Iglesia primitiva. En marzo pasado, en una reorganización radical, Paulo VI abolió algunas oficinas de la corte papal. Muchos son los más altos dignatarios de la Iglesia que han optado por vivir y vestir con mayor humildad. Algunos, entre ellos el cardenal Pellegrino, piden que se les trate de Padre en lugar de Eminenza y lucen una simple argolla de oro con una cruz, en vez del tradicional anillo cardenalicio adornado con una piedra preciosa.
Una muestra más de la floreciente libertad que se observa en la Iglesia es la virtual desaparición del Index Expurgatus o lista de libros prohibidos. La prensa católica disfruta ahora de una libertad que nunca había tenido. Aunque todavía se requiere el imprimátur de una autoridad eclesiástica cuando se trata de libros católicos, en la actualidad es esta una ley más quebrantada que obedecida. Hoy salen de las prensas, en número tan grande como el de las hojas que se desprenden de los árboles en el otoño, muchos libros que tratan temas controvertibles, y no pocos de esos libros critican francamente la estructura de la Iglesia.
Bulliciosa colmena.
POCOS de los cambios radicales operados en la Iglesia se han logrado sin que encontrasen feroz oposición. Algunos católicos no han visto con buenos ojos la misa rezada en las lenguas vernáculas y los cantos en común.
Donde las reformas eclesiásticas han tropezado en general con la más decidida resistencia es en algunas partes de la católica Iberoamérica. Allí, varios grupos tradicionalistas se han declarado en abierta pugna contra los edictos del Vaticano II.
Pero el tema que ha suscitado las máximas controversias (tema que ha hecho de la Iglesia una bulliciosa colmena de argumentos en pro y en contra ) es la limitación de la natalidad. El papa Paulo VI designó a una comisión consultora especial para que estudiara el problema y le informara. El informe presentado hizo el efecto de una bomba. La mayoría de los distinguidos médicos, educadores y teólogos que componían la comisión recomendaban un cambio radical de actitud, pronunciándose en favor de ciertos medios anticoncepcionales y declarando que la limitación de la natalidad está en armonía con la ley natural.
A pesar de ello, la encíclica papal dada a publicidad en julio último con el título de Humanae Vitae (Sobre la vida humana), reafirmó la posición tradicional de que toda obstrucción artificial de la natalidad constituye pecado. Esto fue un innegable paso atrás para todos aquellos que habían abrigado ilusiones de que las rígidas normas eclesiásticas se suavizaran.
Contribuye también a agitar a la Iglesia el problema de las deserciones de sacerdotes, seminaristas y monjas. Causó gran revuelo, por ejemplo, la defección del reverendo Charles Davis, uno de los teólogos católicos más distinguidos de Inglaterra. El hecho resultó aún más sensacional por las declaraciones que hizo Davis: después de 20 años como sacerdote -dijo- no sólo renunciaba al sacerdocio y pensaba contraer matrimonio, sino que iba a abandonar a la Iglesia definitivamente.
Sin embargo, entre los principales teólogos de la Iglesia Católica no son muchos los que se han dado por vencidos. La mayoría han continuado fieles a ella, dispuestos a "modernizarla" desde dentro y ayudar a completar la revolución de sus tradiciones. Muchos de ellos participan en discusiones en las que se someten al más severo escrutinio los aspectos más profundos de la doctrina y la moral. Algunos disputan francamente la validez de la posición tradicional de la Iglesia en lo que toca al divorcio; al "culto a los santos y su veneración"; al celibato del clero, y a la interpretación literal de la Biblia.
En nuestros días se puede leer en la New Catholic Encyclopedia (Nueva Enciclopedia Católica) que la Biblia, como obra literaria, ha bautizado e incorporado a su tradición mitos paganos; que algunos de los milagros recogidos en ella pueden ser exageraciones del narrador. Esta interpretación no desdice en absoluto el valor moral de las Sagradas Escrituras.
A la crítica bastante difundida de que semejantes afirmaciones se acercan mucho a la herejía, el padre Avery Dulles, hijo del finado secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles y profesor de teología en el Colegio Woodstock, de Maryland, replica: "Para que la doctrina católica se mantenga a tono con los tiempos, es preciso que los teólogos procedan con honradez. Una Iglesia que prohibiese plantear dudas honradamente, se estancaría muy pronto y quedaría anticuada. Es imperioso introducir una nueva interpretación del antiguo acervo de la fe".
Los desconcertantes holandeses.
A la Igesia de Holanda, considerada durante muchos siglos como "más papista que el Papa", hoy se la reconoce como "el centro del pensamiento de vanguardia dentro del catolicismo". La jerarquía holandesa ha permitido e incluso alentado a ciertas posiciones progresistas en varios problemas sumamente controvertibles.
Ya en 1963, por ejemplo, el obispo Bekkers, declaró rotundamente que la limitación de la natalidad era asunto que competía únicamente a cada pareja y en modo alguno a la Iglesia.
Otra cuestión que se debate abiertamente en Holanda es si se debe permitir a los sacerdotes contraer matrimonio. En 1966, en una encuesta hecha entre 1700 de los 3000 sacerdotes de la nación, el 80 por ciento estuvo en favor de la libre elección en el asunto del celibato.
En Holanda son comunes y corrientes las uniones entre católicos y protestantes, celebradas a menudo conjuntamente por pastores y sacerdotes, y a los cónyuges que no son católicos ya no se les exige la promesa de educar a sus hijos en la religión católica, siempre que los eduquen según los principios cristianos. Incluso ocurre que una persona perteneciente a determinado credo reciba la comunión de manos de un ministro de otra religión.
Causa común.
Con todo, la reforma más impresionante lograda por el Concilio Vaticano II se encuentra en el campo de lo ecuménico. No es nueva la preocupación por terminar con el "escándalo de la división entre los cristianos". Las dos palabras dichas por el papa Juan fueron aquellas con que llamó "hermanos separados" a los cristianos que no son católicos. Invitados a pasar a las cámaras del concilio Vaticano con el carácter de hermanos, se instó a los observadores protestantes y ortodoxos, a "compartir con nosotros vuestra crítica positiva, vuestras recomendaciones y vuestros deseos".
También ha tenido excelente acogida el ofrecimiento de hacer causa común con los judíos. La decidida condenación del antisemitismo en el Concilio Vaticano II y la clara exoneración del cargo colectivo de deicidio al pueblo hebreo, indujeron en 1967 a la Conferencia Norteamericana de Obispos a nombrar una comisión especial que ahora está ocupada en iniciar diálogos entre las dos religiones.
No todos los católicos, desde luego, ven este acercamiento como un bien puro, sin defectos. Los tradicionalistas temen que la Iglesia Católica se esté "protestantizando" demasiado. Y buen número de protestantes elocuentes, especialmente los que pertenecen a sectas conservadoras miran a los ecumenistas como otros tantos "ecumeniacos", y consideran el movimiento como una hábil estratagema para atraerlos y "reincorporarlos a Roma.
"¿Y a dónde irá la Iglesia Católica?"
He aquí una pregunta para la que no existe respuesta clara. Con todo, según creen muchos eminentes católicos, los vientos de reforma que soplan ... no proceden de los seres humanos, sino que son obra del Espíritu Santo, semejante al viento que sopla donde quiere.... mas no se sabe de dónde sale o a dónde va".
SELECCIONES del Reader´s Digest.
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