DEDICO ESTE libro a las numerosas personas que confían en que yo puedo decirlo con dulzura, claridad, humildad y firmeza. Deseo ser digno de esa confianza y cumplir el deseo de tantos buenos católicos comprometidos y prestar este servicio delicado y urgente a la Iglesia que todos amamos.
CARLOS
En 18 capítulos el autor propone como punto de partida
la información.
El título: Planos para una Iglesia (17) es un condensado de toda la
obra que trato de rescatar.
En este proceso ha predominado la selección y reflexión, una mirada crítica a las imágines descritas en los fragmentos que son parte de una realidad. Un mundo visto desde mi perspectiva, pero sin pretensión de deformar las cosas, puesto que obedecen a los dos niveles existentes:
al primero, la historia es espantosa. Segundo, esta historia va a parar
a documentos: memoria materializada en archivos.
"NO VEO yo mi trabajo como una misión trascendental que vaya a cambiar nada, pero sí siento el deseo que ha ido creciendo de ayudar a la renovación de la Iglesia. Si Francisco de Asís soñó con restaurar la casa de Dios que amenazaba ruina, todos podemos soñar.
LA MAYOR necesidad que yo veo es devolverle credibilidad a la Iglesia en un momento en que la está perdiendo rápidamente, y que es una condición esencial para que su presencia, su mensaje, su acción vuelva a tener influencia redentora en la sociedad moderna. Para alcanzar credibilidad se necesita la transparencia, y eso, en el caso de una institución pública y universal quiere decir información detallada, fiable, completa acerca de lo que de hecho se dice, se hace, se piensa en esa institución. Información seria, íntima e íntegra. No basta saber cuántos católicos van a misa el domingo; importa saber cuántos van por convicción, cuántos por rutina, cuántos solamente por dar ejemplo a sus hijos, cuántos por presión social o familiar, cuántos por obligación resentida, cuántos por complejo de culpabilidad si no van, cuántos por fervor disfrutado. Información universal, responsable, profesional, fiable. Y en todos los terrenos.
PARA SUBRAYAR la necesidad de esa información he usado anécdotas y citas y opiniones.
Karl Rahner dijo poco antes de morir que lamentaba dos cosas en su vida: no haber amado más a las personas y no haber tenido más audacia con las jerarquías de la Iglesia. No quiero morirme sin decir realmente lo que pienso.
Voltaire no es una autoridad muy oportuna para ser citada en círculos eclesiásticos, pero me he sentido animado por una frase suya en carta al duque de Richelieu el 3 de junio de 1771: "Me gusta apasionadamente decir verdades que otros no se atreven a decir".
OTRAS VOCES se han alzado para pedirle a la Iglesia en nuestros días transparencia, comprensión y justicia. Y esas voces han sido acalladas. Han quedado sin eco ante la obstinación de la jerarquía, el miedo de los teólogos y la indiferencia de los fieles. El amado y respetado padre Bernhard Häring, publicó al fin su autobiografía, Mi experiencia con la Iglesia el año 1989. Cada página de ese documento extraordinario por su claridad, su valentía, su respeto y su obediencia, es un testimonio egregio de la dureza de las instituciones romanas y el sufrimiento de un santo disidente. Recojo brevemente dos pasajes de ese libro. En él reproduce una carta dirigida por él personalmente a "Su Eminencia cardenal Franc Seper, prefecto de la Congregación para la Fe", que como se sabe es el nombre postconciliar del tristemente célebre "Santo Oficio" al que el cardenal Frings llamó en un sonado discurso en el aula del Concilio Vaticano II "un escándalo para todo el mundo", y está fechada en Roma el 5 de febrero de 1976. Después de responder con toda claridad, sinceridad y verdad a las acusaciones que se le habían hecho, acababa así la carta:
Eminencia, éstas son mis respuestas. Espero sean claras
y clarificadoras. Espero, igualmente, que usted comprenda
mis sentimientos. Durante la segunda Guerra Mundial
fui obligado a comparecer cuatro veces ante un Tribunal
Militar alemán. En dos de ellas era cuestión de vida o
muerte. En aquellas cicunstancias me sentí honrado porque
la acusación venía de los enemigos de Dios. En otras
palabras, las acusaciones eran ciertas porque yo no me
sometía al régimen de Hitler.
Ahora, de forma muy humillante, he sido acusado por
la Congregación para la Doctrina de la Fe; las acusaciones
son falsas. Más aún, nacen de un órgano de gobierno de la
Iglesia a la que he servido durante mi vida con todas mis
fuerzas y con toda la honestidad, y confío servirla con entrega
en el futuro.
Preferiría encontrarme nuevamente ante un Tribunal de Hitler.
Sin embargo, mi fe no vacila. (pág.123)
A PESAR de que había tomado la decisión de no volver a entrar en el "palacio" de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aceptó entrar una vez más para ayudar a un amigo que le había pedido su apoyo. El profesor de teología norteamericano, Charles Curran, había sido privado de su cátedra de teología moral en la Universidad Católica de Washington por orden directa de Roma sin previo aviso. Ante la fuerza de la opinión pública en su país como los Estados Unidos que exige al menos la posibilidad de defensa para el acusado antes de pronunciar sentencia, Roma accedió a una acción semejante con el acusado, y éste pidió a Bernhard Häring fuera su abogado en el juicio. Bernhard Häring aceptó, ya que consideraba la acusación contra Curran "absurda e injusta (pág. 72). Fueron a Roma y esto es lo que sucedió:
Hasta la antecámara de Ratzinger nos acompañaron el
decano de la facultad de Teología de los dominicos y
George Higgins, tal vez el sacerdote más conocido de
América, como secretario de la Conferencia Episcopal
de Estados Unidos, periodista y profesor.
Mientras esperábamos al cardenal, nos pusimos a rezar,
expresando cada uno intenciones espontáneas. El último oró:
"Señor, ayúdanos a buscar no el triunfo personal, sino el de
la Iglesia". En ese momento llegó Ratzinger. Nos saludó
cordialmente y le invitamos a unirse con nosotros a esa
intención.
El cardenal tomó asiento entre el secretario, monseñor
Bovone,y un notario. Fui yo el primero en hablar para
cargar con la parte más difícil y facilitar a Curran el camino.
Pero Ratzinger me interrumpió diciendo: "Sepa que la decisión
sobre este caso ya está tomada y no la cambiará la reunión".
Yo contesté: "Si es así, renunciamos ahora mismo a todo diálogo,
ya que no existe disposición para aclarar la verdad, como
demuestra el hecho de que todo está decidido y nada puede
cambiar". (pág. 73).
Hubo algo de conversación intrascendente y se renovó la
condenación de Curran.
EL LIBRO de Häring parecía destinado a crear una sensación en la Iglesia y llevar decididamente a un cambio radical por la autoridad de su autor y la seriedad de los hechos que describía. Pero quedó ahogado, como otros similares, en la continuada severidad de los cercos oficiales. Para mí es increíble cómo testimonios tan profundos y de tanto peso quedan sin efecto alguno en la Iglesia de hoy. El organismo oficial de la Iglesia es tan fuerte en sí mismo y ha desarrollado en autodefensa una tal insensibilidad, rigidez y dureza que es difícil esperar a corto plazo una reacción abierta, humana y constructiva por su parte.
UN CASO semejante es el del Abbé Pierre, fundador de los Traperos de Emaús, protagonista popular de los primeros concursos de radio Francia llamados "doble o nada", en que cada pregunta acertada doblaba la suma ganada, y equivocada perdía todo, y él conseguía en ellos, con su erudición y presencia de ánimo, sumas fabulosas para sus obras de ayuda a los destituidos. Apóstol de los más pobres y conciencia de los más favorecidos, ha sido ejemplo viviente de sacerdocio cercano a la realidad actual con la fe profunda y caridad práctica. También él, en su venerable ancianidad, ha publicado un libro, en forma de conversaciones con Bernard Kouchner, ateo sincero, ex ministro de salud en Francia, y personalmente comprometido en la lucha inteligente por el bienestar de los más pobres y la reforma de la sociedad. El libro es, en su diferente estilo, paralelo a la de Bernhard Häring y, como éste, tras ser recibido con gran emoción por quienes conocen su verdad y su urgencia, ha desaparecido en el rápido olvido de quienes no quieren hacer nada o no se atreven, o querrían pero saben que no pueden. Cito un párrafo al menos:
(Habla el Abbé Pierre:) En un país de miseria generalizada,
acompañé a una dama que asista a los pobres de las villas
de emergencia, esas poblaciones que vegetan bajo los
arcos de las autopistas en casuchas de madera. En el
interior, nos recibió una anciana envuelta en una frazada y,
detrás de ella, llegó una niña de unos trece o catorce años,
embarazada. Luego de esa visita, la dama me dijo: "Cuando
veo esto, me digo que ya es hora de dar la píldora a las
adolescentes, y se la doy. Soy una buena católica, pero en
esto no obedezco". Es probable que ni siquiera se conociera
el padre, y era evidente que la niña sería incapaz de educar
a su hijo. Por la noche, conté mis impresiones al cardenal de
ese país, que me dijo: "Padre, si tiene ocasión de hablar con
el Santo Padre, dígaselo. Nosotros hemos renunciado a hacerlo".
Muy aplastante: hemos renunciado a hacerlo. (pág. 179)
YO NO he renunciado. Me uno como pequeño profeta a la voz de estos grandes servidores de la Iglesia para mantener viva la llama de la esperanza en una conciencia necesaria. Lo que yo sueño y deseo y me propongo hacer en mi pequeñez de palabra y contacto es crear conciencia cristiana, despertar sentido de Iglesia, sacar a expresión respetuosa y unión multiplicada los deseos íntimos y genuinos de tantos fieles en tantos sitios, con más representación, más voz, más realidad, más Evangelio.
YO NO tengo ningún plan secreto de lo que debería ser la Iglesia hoy. Mi actitud es clara y la repito: primero información. Sepamos primero con claridad y honestidad y profundidad dónde nos encontramos. Tampoco espero que esta acción surja en la Iglesia desde arriba, ni creo debería ser así. Tan perjudicial sería imponer desde arriba una postura como otra. Me parece más normal, más natural, más conforme a la historia y a la manera de actuar del Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, que estas iniciativas nazcan desde abajo, que esta información se busque humildemente desde grupos sencillos en contacto creciente; nunca como un instrumento popular de ejercer presión política sobre las autoridades de la Iglesia, pero sí como un crecimiento interno que vaya poco a poco creando conciencia, uniendo visiones, reforzando anhelos, subiendo de nivel a nivel hasta alcanzar reconocimiento, obtener universalidad y renovar ambientes. Savia primaveral que surge irresistible de rama en rama llevando la vida a todo el árbol hasta explotar en flor y madurar en fruto sobre los campos abiertos. Así ha florecido siempre la naturaleza y así florece siempre la gracia de Dios".-
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